Del tablero a la trifulca
No estaríamos seguros de acertar si advertimos el juego dentro de la categoría de lo algo placentero, a veces, propiciado por la nula disposición a entablar algún que otro tipo de conversatorio donde una de las partes siempre intentará posicionar la hegemonía de su discurso, cuñados al margen. Resulta curioso percatarse que todo aquello que ahora se nos presenta festivo, celebrable o simplemente ocio en torno a una mesa, esconde unos orígenes que anduvieron ligados a diferentes ciclos vitales o hechos en relación directa con algún acontecimiento transformador. Convendría recordar que la mayor parte de las festividades derivan de advocaciones diversas, ofrendas religiosas, comienzos y finales de ciclos agrícolas o exaltaciones en las que se llegaban a celebrar todo tipo de victorias frente al antagonista. Obviando la duda, si hay un periodo del año donde diferentes partes se reúnen en torno a una mesa dando origen a una torre de babel de ideas, caracteres, ideologías y gustos de toda ralea es el periodo navideño. De ahí y ante la insoportable, y por qué no decirlo, absoluta desgana y falta de necesidad en adentrarse en conversaciones cuando la efusividad del encuentro ha decaído y la mesa mantiene restos de la batalla pantagruélica, siempre habrá persona alguna dentro del elenco conformado, que no tenga mejor ocurrencia que plantear otra nueva batalla por venir: “por qué no jugamos a algo…” ¿A algo? Así, lanzado como una bomba… Antes de que la duda se extienda a causa de la conveniencia, más pronto que tarde algunos comienzan a plantear diferentes posibilidades en un amplio abanico que va desde los siempre socorridos naipes, hasta otros de estrategia para desarrollar en grupo como el Monopoli (horror), Cluedo, Escattergori, Trivial, La Oca, Parchís o Pictionary…¡Una maravilla! Y al igual que las fiestas tuvieron su origen en aquellos y otros asuntos antes mencionados, los juegos de mesa que hoy “disfrutamos” como amena y cooperativa fórmula para sabernos capaces de competir donde la risa y el buen rollo parecen marcar el argumentario… pues resulta que no. Los orígenes de ellos tuvieron lugar en escenarios reales mas tarde asociados a la recreación de forma simbólica estrategias pactadas. En grupo por equipos o de forma colectiva jugando de manera individual frente al resto, el juego de mesa no deja de ser una especie de representación de la pugna puesta de manifiesto en las reglas del juego en cuya diversidad se hallan tanto las fortalezas como las debilidades de los contendientes; y de ese inicio que todos conocen, salvo alguno al que le van explicando el juego según se desarrolla, hasta la conclusión si es que se llega a finalizar algunos de los propuestos, cualquiera de ellos nos somete a una competición donde antes o después van aflorando vergüenzas, fanfarronería humorística -que a todos incomoda- enfados entre compañeros, enmiendas, trampas… Todo un catálogo de lindezas que, una vez más, nos sitúa cerca del origen que los juegos de mesa tuvieron. Todos y cada uno de ellos, incluidos aquellos donde el azar es la única estrategia, hacen aflorar la condición de cada cual olvidando que, al fin y al cabo, todo se trata de un juego, una diversión, pero es que en los juegos siempre encontraremos al competitivo, al pusilánime, el traicionero, el mentiroso, el usurero y hasta al aburrido. La vida en un tablero y del tablero a la vida misma, no hay juego sin competición; porque de eso se trata. Siempre existirá en ello un orden, un ganador y un vencido, otros quedarán obligados a la satisfacción por no haber perdido sin haber ganado y, una navidad tras otra, los juegos serán motivo de acuerdo en su inicio y algún que otro resquemor en su final. Ante la posibilidad de una sobremesa con los más variados temas de conversación y una partida, decidan. Decidan ante las dos posibilidades concluyentes en un mismo final, siempre habrá quien no participe de ninguno de ellos, manteniendo su condición de espectador y pueda saborear su propia perplejidad como un buen pasatiempo. ¡Feliz navidad!