Los niños necesitan sentirse seguros de sí mismos para no tener miedo a decir lo que piensan y para no ser dependientes de las opiniones ajenas. Para aportarles esa seguridad el trabajo empieza en casa, en su entorno familiar más próximo y cotidiano.
La primera regla de oro para conseguir que desarrollen firmeza de carácter es no reírse nunca de sus opiniones, preguntas, razonamientos o propuestas. Y no debe haber excepciones ya que una sola burla puede mermarles la confianza de cara a futuras intervenciones aunque les escuchemos y les demos crédito de forma habitual. Además, esa única burla puede hacer que los padres/educadores corramos el riesgo de que los niños pierdan la confianza que depositan en nosotros, pues como bien dice el refranero español “al perro que es traicionero no le vuelvas el trasero”. En definitiva, una sola vez que nos mofemos de un niño puede desencadenar una pérdida puntual de confianza en sí mismo y en nosotros. Si la burla es sistemática puede originar un déficit crónico de autoestima. Cuando un niño opina debemos hacer un esfuerzo para ponernos en su mismo nivel de razonamiento para entender por qué discurre del modo en que lo hace, y así poder explicarle los procesos de lo cotidiano de la forma más realista y acorde a su madurez posible. Una forma de enseñar respeto es respetando; formar niños seguros es enseñarles que el respeto hacia los demás empieza por el respeto a sí mismo y viceversa, solo así serán valientes para decir lo que piensan y a la vez admitirán otras opiniones sin menospreciar la suya propia. Al final todo se reduce a educarles empatizando con ellos, desde la autoridad pero desde el respeto. Si en casa no hay libertad para hablar porque se juzgan y desacreditan las opiniones, el niño, que todo lo imita, tenderá a mantener esa misma actitud en su grupo de referencia y acabará normalizando el acto de dar y recibir desprecio.
Que no existan tabúes es otra regla de oro para que un niño no sienta miedo de preguntar u opinar, ya que entonces los límites de su razonamiento vendrán marcados por su imaginación y capacidad, no por las cortapisas impuestas por los progenitores al conversar. Poder hablar de cualquier tema al ritmo que exigen los hijos les ayuda a comprender el mundo en el que viven a su velocidad real de maduración, en lugar de a la velocidad en que los educadores creen que deben hacerlo (muchas veces ralentizando su desarrollo).
Darles consideración es otra máxima que no debe faltar si queremos fortalecerles en autoestima y seguridad. Esto se traduce en tenerles en cuenta, es decir, no basta con que en el ámbito familiar se pueda hablar de todo y todo sea respetado, sino que además es conveniente en la medida de las posibilidades que de vez en cuando alguna de sus propuestas se lleve a la práctica. Puede ser un destino turístico, un restaurante concreto, el menú de mañana, una película de la cartelera, el color de un dormitorio… propuestas que deben afectar a la familia al completo para que el niño se reafirme en su capacidad de influir en decisiones grupales.
No existen fórmulas infalibles, pero se podría afirmar que criar niños seguros depende en gran medida de hablar con ellos de casi todo, respetando sus puntos de vista y tomándolos en consideración.
Raquel Sanchez-Muliterno
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