Tontería al plato en su jugo de estafa

La masa abraza el zarpazo inmisericorde queriendo jugar el papel de un bochornoso sentido del estatus. Y es que a falta de sentirse atraído por otros estímulos parece ser que el estatus viene apoyado en reconocerse capaz de alternar, cenar o tapear como única expresión del “Carpe Diem” suponiendo esto la revelación misma de una perversidad trabajada antes, durante y después de la pandemia.

Si alguien lloró lágrimas de cocodrilo fue, sin duda, el sector hostelero (como si no hubiera habido otros sectores que sufrieran el capítulo pandémico en forma de cierre e inactividad). Pero es éste un sector sobre el que rápidamente se alertó, recibiendo la ayuda de un gobierno que puso en marcha ERTES y cotizaciones mantenidas que, en el momento de la reapertura, multitud de “listillos” siguieron acogiéndose a ellas “contratando” personal sin contrato con la finalidad de ser los más avispados y cuya insolidaridad les permitía de seguir cobrando. No fue esto algo puntual ni breve y aquí en Rivas conocemos unos cuantos locales que lo hicieron.

Desde la Comunidad Autónoma de Madrid pronto se adivinó el manojo de posibilidades de carácter populista y propagandístico que esto podía suponer, lanzándose a animar tanto a la desobediencia como a la victimización del sector hostelero y de los “pobres” usuarios en un afán de desenfrenado ejercicio democrático, a quienes la presidenta no dudo en “defender” en su inalienable derecho a la libertad; esto es y se redujo, a ir a los bares. La asistencia sanitaria no era cosa a tener en cuenta, ni democrática y por supuesto carecía de prioridad.

Desde entonces la fiesta no ha parado y ha ido en aumento dejando que los dueños de bares, restaurantes y demás garitos expendedores de alcohol, experimenten una especie de época dorada no en la demanda, que también, sino por la impunidad y falta de control absoluto en el capítulo de precios sobre los que nadie rechista. Claro, debe ser el estatus.

¡Libertad! Gritaban y nos tomaron por imbéciles, que igual lo somos, arrojándose a una escalada de precios absolutamente insultante, fuera de toda razón y ausente de escrúpulos. El abuso es manifiesto, pero la gente sigue pagando. Y es que ya tuvimos ocasión de abordar en parte este asunto en el número con el que se inició el presente año. En aquel momento aludimos de unos márgenes de beneficios absolutamente groseros que los parroquianos no discuten…y los trabajadores del sector no logran detectar en sus nóminas semejantes plusvalías.

Claro, pero como la tontería no es patrimonio de nadie, en todo esto se han ido modificando los formatos de las parroquias. Ya no son bares; ahora son grastrobares, vinotecas, restaurantes grastronómicos y demás esnobismos para satisfacer las aspiraciones y la vanidad de los comensales, auspiciada en torno a una mesa servida. Y ahí acaba todo. Raciones de dudosa calidad sobre plato rectangular, sobre una pizarra o con algún que otro chorrillo de siropes balsámicos, parecen colmar el universo de la exquisitez a la luz de unas luces, ahora siempre cálidas y más amarillentas de lo necesario, donde la tontería de creer estar viviendo una experiencia gastronómica garantiza la callada ante la desproporción de la cuenta final.

Los hosteleros de Rivas son un caso para estudiar. Parece ser que en el colmo del despropósito esta localidad, siempre caracterizada por su capacidad crítica, resulta que escondía también una silenciada querencia al postureo consumada en la afluencia a los diferentes locales cuya estética ya anuncia el sablazo.

Y es que aquí todo lo antedicho tiene un plus; algo así como si el sector hubiera pensado que se paga más por aparentar que por el producto recibido. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la hostelería en Rivas es, con mucho, de las más caras de toda la comunidad de Madrid. No importa el precio porque deber ser que los dueños tienen a bien pensar que sus locales son templos y que los usuarios tienden a expeler la ventosidad más alto que el trasero, aunque tras pagar la cuenta les tiemble el bolsillo. Imaginamos que los gastos de personal, productos e infraestructura no difieren en gran medida del resto de localidades y sin embargo ¡Oh sorpresa! Es más económico cenar en Chueca, la Latina o barrio de Salamanca que en Rivas ¿por qué? Tal vez porque algo está fallando y no dejamos de acudir donde sabemos que nos están, literalmente, robando. Aunque quizá sea mejor dejarse robar por la hostelería de Rivas que dejarnos tentar por la posibilidad de perder la autoestima que, como todo el mundo sabe, estriba en demostrar poderío pagando una cuenta a todas luces sinónimo de estafa. Y sí, está pasando en Rivas, aunque también es cierto, a nadie se obliga.

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