Es un tema de intensa vigencia social y política, pero que corre el peligro de convertirse en tópico, en palabra genérica sin nervio ni sustancia. ¿Quién no habla hoy de participación en cualquier ámbito, nivel o circunstancia? Coexisten con ella términos afines y aproximativos, como pueblo, masa, gente, ciudadanía…, que son equivalentes en un sentido amplio y que los poderes públicos, entre otros, utilizan hasta la saciedad y hasta conseguir el hartazgo de una ciudadanía tan castigada.
No está de más que la gente “dedicada a pensar” aporte algunos esquemas básicos previos de carácter “teórico”, que introduzcan a la práctica de la participación en sus diversos niveles y expresiones, que han de ser dinámicas y también dinamizadoras. Estos esquemas se abordarán –obviamente- antes de acometer los temas concretos o las situaciones que se quieren valorar. Y a la vez resultan útiles desde un punto de vista metodológico, actúan como guías de orientación o líneas de trabajo en foros y espacios diversos. Así se va perfilando la participación como el hilo conductor y el sustento dinámico de la verdadera democracia, de sus valores y su ejercicio, así como punto de referencia y de verificación de la misma.
A modo de ejemplo que puede aplicarse y modificarse con amplia libertad, propongo este esquema:
- Objetivos o finalidad de la participación. ¿Para qué participar?
- Razones de fondo o motivos de la participación. ¿Por qué participar?
- Contenidos y ámbitos de la participación: familiar, social, ciudadano, político, cultural…
- Formas y métodos de participación. Experiencias concretas
El esquema y sus contenidos pueden ampliarse y matizarse, buscando su coherencia y eficacia. Son también sugerentes y transversales, y se conectan con otras cuestiones de crucial importancia en el ámbito personal y en el social. Se me ocurren, por ejemplo y a bote pronto, los siguientes: la creatividad, la resistencia, la precariedad… y otros muchos, según varía el carácter de los distintos foros en los que la participación se aplica.
Es legítimo y necesario el deseo de un nuevo tiempo político que se apunta en el horizonte, ante nosotros y con nosotros. En este tiempo esperanzado y difícil tendrá un lugar relevante la práctica del diálogo del que tanto se habla, no siempre con seriedad y fundamento. Y en el ejercicio del diálogo tendrá su indudable cabida el aliento de la participación, que se traduce en estructuras, actitudes, discursos… y que no es sino la implicación racional, solidaria y entusiasta en las tareas comunes.
Santiago S. Torrado