‘Tirar la toalla’ en el argot fugilístico significa ‘rendirse sin pelear’ o renunciar a seguir peleando, cuya consecuencia es la misma: ‘aceptar la derrota’.
Es cierto que ha habido movimientos juveniles en el siglo XXI, que mostraban a unos jóvenes hartos, cansados de que la sociedad adulta (empresarial principalmente) abusara de ellos: la rebelión del 15M, las protestas contra la invasión a Irak por los EEUU y algunas potencias de occidente, los movimientos juveniles exigiendo medidas para frenar el cambio climático…, y ahora las protestas estudiantiles contra el genocidio de Israel para acabar con la población palestina. En momentos puntuales, los jóvenes despiertan o amplían su condición de ‘jóvenes’ y se rebelan contra las injusticias y las tiranías de todo signo. Pero las transformaciones se hacen en el día a día, tanto en lo que respecta a lo personal como a lo colectivo.
Las generaciones anteriores entendimos que la mejor forma de luchar era organizarnos de manera estable en partidos políticos, sindicatos, asociaciones de vecinos, asociaciones de padres y madres en los coles o agrupaciones referidas a temas específicos. Pero hoy, todos esos colectivos se mueren, no hay relevo generacional, ‘las asociaciones las mantienen los jubilados’.
¡Quizá las formas de defender y/o reivindicar nuestros derechos, hayan cambiado…!
Pero mucho me temo que no. Las causas de esta situación son otras. Intentaré sintetizar algunas de las que yo creo:
- Las generaciones de los años noventa en adelante no han tenido que pelear por sus derechos. Recibieron como derechos consolidados: la democracia, la sanidad y la educación pública, transportes decentes, servicios en los barrios, etc.
- Los padres hemos ‘hiper-protegido’ a nuestros hijos para que no tuvieran que exponerse, como nosotros hicimos.
- Los padres ya habíamos conseguido el derecho a una pensión de jubilación, solo tenemos que defenderla, que no es poco, para nosotros y para las generaciones siguientes.
- Los estudios universitarios se han sobrevalorado. Les prometimos que, si estudiaban una carrera, su vida estaría resuelta, y se fueron abandonando los aprendizajes de oficios. Son miles los titulados universitarios los que no pueden trabajar en lo que han estudiado.
- Otros países demandan la preparación, y los jóvenes se marchan. Se forman con recursos de aquí, pero ejercen en otro sitio.
- El auge de los medios de comunicación, desplegando campañas en forma de programas de TV, señuelos, modelos a imitar, incluso consignas directas, les marcan los caminos a seguir. Todos/as quieren ser superhéroes, futbolistas, influencer…, o ganar algún concurso de la TV.
- Las aportaciones del teléfono móvil, internet y las redes sociales, ha pasado de ser un beneficio a una adicción perniciosa en muchos casos.
Los jóvenes han aceptado que nunca podrán gozar de pensiones de jubilación, que tendrán que pagarse la atención médica privada, que sus hijos no dispondrán de escuela pública, que el cambio climático es irreversible…, y que la mayoría de los derechos de los que gozan, les serán recortados; que por los servicios de que quieran disponer o disfrutar los tendrán que pagar. Y todo esto lo aceptan sin apenas protestar, como si fuera una situación irreversible.
Las nuevas generaciones han recibido una sociedad bastante completa de servicios y de derechos, que todas pagamos y disfrutamos todos. Pero a ellos no les ha supuesto ningún esfuerzo ni riesgo alguno para conseguirlos; quizás por eso no terminan de valorarlos.
¿Pero en qué han participado de lo conseguido?, ¿Les hemos dejado participar? Quizás el super-proteccionismo haya menoscabado la capacidad crítica de los jóvenes, su derecho a tomar decisiones, a opinar, aunque sea para estar en desacuerdo. Hace unos días escuchaba a una experta: ‘les hemos dicho, divertíos, drogaros, ir de fiesta, follar…, pero las decisiones importantes las tomamos los mayores’; ‘solo les hemos dejado actuar sobre su propio cuerpo’, el auge de los tatuajes, muchos en todo el cuerpo, significa ‘lo hago porque es mío’. El incremento de trastornos mentales y el alarmante número de suicidios, que hoy ocupa el primer lugar en muertes de jóvenes, se debe principalmente a la frustración ‘esta sociedad me ha engañado’. Los jóvenes están enfadados y sus referentes son ‘la bronca continua que observan entre los políticos, en las redes sociales, la calle, el cine, los medios, etc. ‘Hemos fabricado guerreros’.
Es imprescindible y urgente cambiar la sociedad, desistir de la cultura de la norma para todo, porque impide el espíritu crítico; la homogeneidad como aparente estabilidad, porque mata la creatividad y la diversidad cultural; la violencia como forma de resolver los conflictos, porque nos lleva a más violencia; la precariedad como forma de sometimiento; el miedo que nos paraliza, etc.
La cultura del pensamiento creativo y crítico se debe fomentar en la escuela, pero no solo, también dentro de la familia, en los colectivos de la calle, en los asociativos, etc. O las administraciones, desde la local hasta las nacionales e internacionales, se plantean (nos planteamos) parar esta deriva personal y social autodestructiva, mirar y analizar el futuro hacia dónde vamos, cuidar y proteger la esencia de las personas y del medio en el que habitamos, ó la destrucción total (que hoy predicen los expertos y la IA) será inevitable.
En la mano de todas está que no sea así.