Me parece que es una experiencia que muchos compartimos: la de comprobar en nuestra vida cómo las diferentes horas del día determinan o al menos condicionan nuestro talante o actitud existencial en ese momento. Para mí –y para muchas personas, especialmente las de tendencia depresiva- la mañana suele ser más bien funesta y llena de sombras, mientras que el curso del día nos va templando el ánimo y desemboca en un atardecer placentero y una noche sosegada. Por supuesto que no hay regla sin excepción y a mucha gente le sucede exactamente lo contrario. También la carga del día se cobra su precio y el cansancio nos juega a veces muy malas pasadas.
La dimensión simbólica de las cosas les otorga una notable fertilidad. Animado por esa certeza, quiero reflexionar brevemente en estas líneas sobre la relación dialéctica entre la noche y el día, o la mañana y el atardecer, si así lo preferís. La luz del día está cuajada de transparencia, lucidez, frescura, comunicación, lealtad, confianza, encuentro, armonía, subjetividad abierta, rechazo del individualismo insolidario, elogio y búsqueda de lo diáfano, complicidad…
Las tinieblas de la noche se proyectan, en cambio, en los rasgos de la crispación obsesiva, del vacío y del anonadamiento, del insomnio pertinaz, de los fantasmas de la duda que nos perforan, de las manías ridículas pero lacerantes, de la amargura encerrada en sí misma, del cansancio que nos asedia.
Un ejemplo nuclear de luminosidad es la experiencia de la música, que nos libera y fortalece nuestro tejido vital. La música no tanto como acumulación erudita de conocimientos sino como experiencia profunda de esa belleza específica que hemos atesorado a lo largo del tiempo. La pujanza de la música que hemos disfrutado está dentro de nosotros y nos alimenta.
Existen, por el contrario, ejemplos abundantes y asfixiantes del imperio de la noche: la hosquedad y la violencia agresiva que nos envuelven en tantos niveles y dimensiones, la presentación morbosa y obsesiva que los medios de comunicación hacen de tales sucesos…
Estas sugerencias pueden orientarnos en la búsqueda de la luz y en la huída de las tinieblas de la noche. Nuestro horizonte es luchar contra la pesadumbre y decantarnos por la alegría y la esperanza posibles, cuidar el silencio exterior e interior, la mansedumbre activa, la amistad y la compasión por encima de todo.
Santiago S. Torrado