Una cosa que me he dado cuenta siempre es que todo lo imponen los seres humanos, ¡todo!, sí, lo dictan excluyendo que actúe algún equilibrio o la libertad.
Entonces, cuando alguien habla, siempre habla en función de una apariencia establecida (o bien vista), de una estética, de unas órdenes institucionales (patrióticas en obsesiva frecuencia), de unos esquemas socialmente ancestrales o intocables, sí, de una conveniencia dictada (parcialidad) que ha de seguir siempre privilegiando a los obedientes, a los “ciegos”, no a los que tienen razón.
¡Obvio!, en cruda realidad, a todos ya “los nacen y los hacen” a la fuerza para servir sólo a lo que hay, en cadenas, en deshumanización y, con tal condena inesquivable, en un injusto molde dictado, irrevocable, reverenciador (automático en agrado a una estética), no pueden salir de ahí, ¡nunca!, y no pueden dirigirse a algo más equilibrado o hacia la libertad.
Hasta tal punto que tú no crees lo que crees, sino sólo “lo que han creído”, sí, tú no piensas lo que piensas, sino lo que ya hay que pensar “a la fuerza”; y, por igual, ni sueñas lo que sueñas, sino sólo “lo que otros ya te han soñado” o presionado para que lo sueñes con preparados estereotipos, con preparadas retóricas (pues éstas siempre son interesadas), con preparadas películas, con preparados mensajes publicitarios, con preparadas compensaciones psicológicas siempre hacia una sola dirección, ¡así es!
No obstante, con sensatez, con los pies en el suelo o en la realidad, lo único que beneficia a la Naturaleza es lo que es: la razón (en su libertad para ser razón, ¡cierto!, algo que la permite ser verdadera razón y un separarse en libertad de lo que no lo es). Dicho claro, lo único que beneficia a la vida o a que tú tengas un equilibrio (activo y crítico de sólo bien hacia la sociedad) es la razón.
Indica esto en rigor que, cuantas más limitaciones (o mochilas de no razón o del rechazar a la razón) tenga en las espaldas una persona a la hora de razonar, menos será libre para que razone de verdad; y aun indica (por relación directa) que los seres humanos no dan la debida prioridad a la razón (desobedeciendo a lo establecido “a la fuerza!), sino le dan una prioridad siempre después de cerrazones (o de sinrazones), lo cual evidencia ya esto la total ausencia en ellos de una seria prioridad o de una racional prioridad.
Ciertamente, todos los intelectuales de una sociedad (o sea, los que tratan con el saber o con la cultura, esos, los que más difunden mensajes desde una supuesta ejemplaridad) dicen y dicen y vuelven a decir que defienden la razón, ¡oh sí!, ¡claro!, como Caperucita dijo que el lobo le había hablado (con intención engañosa), pero únicamente lo dicen como también dirían que son buenos o que son inocentísimos cada minuto de sus santos días por “preparados premios” recibidos.
Sin embargo, la realidad ya dice otra cosa, ¡precisamente lo contrario!, el que jamás la ayudan ni un segundo, porque sencilla u objetivamente: nunca permiten una libertad o una atención respetuosa para la razón.
Es la verdad, si no hay luz, nadie verá; y, si no hay espacios de libertad o de atención otorgada por un respeto ético (en la misma sociedad, en el mismo pensamiento, etc.), jamás de los jamases permitirán ya razón… ¡ni sus parientes!
No nos engañemos, sólo cuando en una mentalidad los elementos racionales tengan al fin el máximo y libre protagonismo es cuando ya sí que sí se tiene razón, ¡y se defiende así razón! Pero ocurre que, si les digo esto a tantos cerrados de mollera (considerándose encima “intelectuales” y para más inri ellos dirigiendo periódicos o cacaos mentales), es como si me diera una pedrada a mí mismo o es como si hablara con una piara de cabras o es como si gritara hacia un muro infranqueable-intratable en donde hasta el aire siente asco. ¡Qué frío olvido se alimenta!, ¡qué soledad de soledades tiene la verdadera dignidad de la vida! “¡Cuánto sufrir para morirse uno!”
En fin, en fin, algún día ayudarán a lo que llevan siglos en estupidez sin ayudar. O, bien, algún día se cansarán ya de ser tan repugnantes (hacia adentro) e inútiles. Ojalá me llegue algún día con dignidad.