OPINIÓN

La política de Rivas se asemeja a un juego de mesa

Hablemos de hostelería ripense

Hoy toca hablar de hostelería. A priori, un tema sencillo ¿no? ¿A quién, en este nido de rojos socialcomunista famoso municipio del sureste madrileño no le va a gustar un buen bar o un restaurante fashion? Ya se sabe que los pijiprogres, los sindicalistas y la izquierda champán son de buen yantar y mejor paladar. A ver si aprenden los ultramontanos de algunos partidos de la oposición, cuyos bocadillos en estas fiestas eran bastante indigestos (y hasta aquí podemos leer).

Rivas siempre ha sido un poco quiero y no puedo en materia de hostelería. En los inicios, predominaban los bares restaurantes de menú del día, que triunfaron porque las numerosas obras en el municipio aportaban obreros hambrientos de lunes a viernes. Luego, con añadir un coctel de gambas y un entrecot en los menús especiales de fin de semana para festejar algún cumpleaños ya se cumplía. Eso sí, siempre hubo algún restaurante que iba un poco más allá y se convertía en el centro de la vida económica y política del pueblo. Los ripenses de pro podrán ponerles nombre y recordar quién o quiénes los frecuentaban. ¡Cuántos negocios y pactos se habrán cerrado en cierto local del Centro Cívico de Covibar!

Con el desarrollismo y el tortuoso camino hacia los 100.000 habitantes, empezaron a proliferar también los restaurantes a la moda. Rivas no ha escapado de la invasión del kebab, las pizzas de todo pelaje, las hamburgueserías modernillas, los restaurantes asiáticos e incluso los étnicos. Incluso llegamos a tener algún restaurante con estrella Michelín. Pero eso sí, ahora podemos elegir entre decenas de opciones para degustar platos de “Street food” a precios versallescos, aunque todos se parezcan sospechosamente entre sí. El ripense ha incorporado a su vocabulario gastronómico las gyozas, las samosas, el ramen, smash burguers y los ceviches. Eso sí, en ciertas zonas es mejor no dejar pasar mucho tiempo entre visita y visita, no sea que, entretanto, el tataki de buey Wagyu haya dado lugar a las uñas de gel o a un punto Celéritas.

De lo único que, de momento, nos hemos librado, es de la moda de los restaurantes canallitas. Hemos enviado a nuestros becarios a investigar y se ve que Rivas todavía no es lugar de residencia de privilegiados herederos a la par de ovejas negras de sus acaudaladas familias, las cuales, con el sano objetivo de dar una salida a esos muchachos, les suelen financiar la creación de locales con mucha luz led, plantas de plástico colgando del techo y cartas con nombres presuntamente simpáticos que incluyen una oferta tan única y original como común entre los locales de esta tendencia. Claro que siempre se puede aspirar a que la Taberna Garibaldi ponga una franquicia en el H2O y así cerramos el ciclo.

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