Como siempre desde hace semanas, quiero dedicar mis primeras palabras para las familias y personas que han sufrido la pérdida irreparable de un ser querido. Estamos viviendo momentos durísimos. Nuestros mayores se están marchando precipitadamente y sin la despedida adecuada. La muerte siempre es dura, pero en estas circunstancias lo es aún más.
Peter Madewar, científico y filósofo británico, definía los virus como una muestra de “malas noticias envueltas en proteína”. Hemos comprobado en primera persona hasta qué punto tenía razón. Y esta dramática experiencia nos ha recordado otras dos cosas: la fragilidad forma parte de nuestro ADN, aunque lo olvidemos con demasiada facilidad; y la importancia de los servicios públicos, verdaderos escudos protectores cuando vienen mal dadas.
Por eso quiero dedicar este artículo a agradecer y reconocer, como he procurado hacer siempre que he tenido ocasión, el trabajo que han desarrollado las y los trabajadores públicos en estas semanas, especialmente las personas que forman el sistema de salud, de protección y bienestar social, de emergencias y de seguridad. Todos ellos, servidores públicos que han demostrado profesionalidad, entrega y sacrificio en unas circunstancias excepcionalmente adversas. Y no podemos olvidar la respuesta ejemplar que han dado profesionales de otros sectores, como la limpieza, alimentación o transporte, que han garantizado el funcionamiento de los servicios básicos en un país confinado y atemorizado. Trabajos que no gozan de prestigio social ni sueldos adecuados, pero que han demostrado que son esenciales para que el país funcione.
No menos ejemplar ha sido el comportamiento de la ciudadanía en esta ciudad: ha demostrado responsabilidad, madurez y sentido común. No solo habéis respetado las normas y el confinamiento, una vez más habéis arrimado el hombro en momentos especialmente difíciles para ayudar a las familias que más lo necesitaban, demostrando que Rivas es una ciudad comprometida, que su tejido asociativo es capaz de afrontar los peores momentos desde la unidad y la cooperación, que Rivas es una ciudad ejemplar que no duda en prestar ayuda sin importar fronteras, como hemos hecho con otros municipios de la Comunidad de Madrid.
Tampoco puedo ocultar la satisfacción de vivir en un país en el que la sanidad es gratuita y universal, en el que la salud no se compra ni se vende, ni depende de la cuenta corriente. Un país en el que ninguna persona se ha quedado a las puertas de un hospital por no tener 35.000 dólares con los que pagar el tratamiento.
Es falso que catástrofes nos afectan a todos por igual. Al contrario, nos recuerdan que la desigualdad nos acompaña hasta la muerte. En Chicago, el 30% de la población es negra pero este colectivo representa el 70% de los muertos por coronavirus. La realidad es necia, allí donde no hay servicios públicos que corrijan desigualdades y garanticen equidad, prevalece la ley de la selva. Allí donde hay distribución de la riqueza y cohesión social, el grupo ayuda a las personas cuando más lo necesitan y un accidente o una lesión no supone la puerta abierta a la exclusión, la pobreza o la muerte.