OPINIÓN

El juego de la vida

De bar en bar hasta el empleo digno de los camareros

Los bares son necesarios. A mí me gustan y los frecuento, con independencia de cómo se llamen: tabernas, bodeguitas o tascas. Su olor es característico, los bares huelen a humanidad, vecindad y cercanía entre colegas. 

Sin duda, la hostelería aporta mucho a la construcción de un barrio o municipio. Por un lado, crea empleo y dinamiza la economía local al atraer turismo y residentes. Sin embargo, también puede haber inconvenientes como el exceso de ruido, congestión de tráfico e impacto ambiental. 

Siempre analizamos este sector desde el punto de vista del consumidor. Nunca nos ponemos del lado del camarero, que necesita reconocimiento del patrón y del cliente, que no siempre ve la dedicación y esfuerzo que hay tras la bandeja y el delantal. En muchos lugares, la hostelería es una fuente importante de empleo, especialmente para jóvenes y personas en situación de vulnerabilidad. Sin embargo, es cierto que las condiciones laborales de precariedad pueden afectar la calidad de vida de los trabajadores.

Las principales reivindicaciones de los trabajadores de hostelería suelen estar relacionadas con salarios justos, condiciones laborales seguras, horarios razonables y beneficios como días libres y vacaciones pagadas. También suelen luchar por el respeto a sus derechos laborales y por un trato digno en el lugar de trabajo. 

Recuerdo la dura etapa de la pandemia de coronavirus, en la que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, saltó a la fama por su defensa de la libertad de la hostelería para abrir sin más límites que la ‘ética’ del dinero. En aquellos meses en los que morían centenares de personas cada día, se podía ir al bar a tomar una caña de cerveza, pero no al Centro de Salud. Había que salvar la hostelería, era el lema de Ayuso, quien no destacó que los camareros tienen derecho a un contrato de trabajo, a un salario digno, a un horario decente, a descanso semanal y a las vacaciones que correspondan, a la seguridad y salud laboral. Por eso, ahora que se acercan los calores y las terrazas de los bares empiezan a crecer, hemos de ir de bar en bar hasta conseguir que la decencia laboral se instale en ellos. Es una larga carrera, pero cuanto antes la iniciemos, antes llegaremos al confort del cliente y a la atención correcta de un camarero que realiza alegre su función si no se considera un explotado más del sistema que nos da de beber a cualquier precio mientras nos niega la atención sanitaria justa y equilibrada.

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