OPINIÓN

Clavarse alfileres para encontrar novio

Tras conocerse los resultados de las elecciones en Galicia se ha extendido un sentimiento de cierta angustia en la izquierda en España. Si bien es comprensible, creemos que no es demasiado lógico que así sea, porque lo cierto es que en Galicia siempre ha habido tres actores políticos, dos de ellos repartiéndose el pastel electoral en casi todas las ocasiones y, también en casi todas las ocasiones, otro más jugando el típico papel de tercera fuerza sin demasiadas posibilidades reales de gobernar. Los dos primeros son, evidentemente, el PP y el PSOE. El tercero, el BNG. Tan sólo en una ocasión una fuerza electoral de izquierda, como fue la Marea, logró ‘colarse’ en ese ramillete de opciones. Su consistencia se mostró débil y en la segunda ocasión en que probó sus fuerzas, ya no dio de sí lo que se requería.

El meritorio y justificado ascenso del BNG en esta última cita electoral es, en nuestra opinión, producto de algo muy valioso en las organizaciones de izquierda: su continuidad, su consistencia, su coherencia entre lo que ofrece y lo que hace. Esa falta de continuidad probablemente esté en la raíz de lo efímero de la Marea. Probablemente sea también lo que explica el escaso interés que ha suscitado la opción de Sumar. En el caso de Podemos, sí que existe una continuidad, pero no como opción diferenciada de otras.

Es por todo ello que no consideramos demasiado lógica esa cierta angustia que invade a la izquierda en España. Dentro de ese campo de ‘la gente angustiada’ se puede percibir una respuesta muy común: “no obtenemos buenos resultados electorales porque no vamos todos juntos”. La unidad de la izquierda (una aspiración popular tan vieja como la existencia misma de lo que denominamos ‘izquierda’), sea bajo la forma de coalición electoral, de frente amplio o como sea, siempre se invoca bajo el supuesto de que todas aquellas fuerzas que se denominan de izquierda coinciden, en el fondo, en el 90% o más de sus postulados y propuestas y que, precisamente por ello, no se justifica que actúen (electoral o no electoralmente hablando) por separado.

Y sin embargo, cualquiera que se interese por la política habrá podido observar cómo, a lo largo de la historia, lo que muchos partidos o coaliciones electorales proponen no siempre se corresponde con lo que hacen si ganan, o al menos si obtienen unos resultados que les permiten poner en práctica sus propuestas. O intentarlo, al menos. Creemos que esa es la verdadera clave de la polémica en torno a la unidad de la izquierda.

Como militantes de Podemos es obvio que reconocemos, como uno de los principales valores de nuestra organización, la coherencia entre lo que hemos propuesto (tanto electoral como programáticamente hablando) y lo que hemos hecho, o al menos hemos intentado hacer con suficiente ahínco como para que no se nos pueda reprochar no haberlo logrado. Y en varias ocasiones, además, sí lo hemos hecho.

No estamos nada convencidas de que se pueda decir lo mismo de otras propuestas políticas o electorales. Los ejemplos en torno a temas muy relevantes, como el escaso apoyo a la Ley del Sólo Sí es Sí, la posición ante los abusos de Marruecos frente a la República Árabe Saharaui Democrática, la tibieza ante la necesidad de reformar radicalmente o derogar la Ley Mordaza, la indefinición o el cambio de posición ante las propuestas que pretendían afectar a las pensiones, el silencio ante la posición oficial del Gobierno en la escalada bélica en Ucrania y otros temas, nos permiten, pensamos, mantener esas dudas.

Sin embargo, revisando los programas políticos y electorales de distintas fuerzas en lo relativo a los ejemplos mencionados, no se pueden encontrar diferencias relevantes entre lo que allí se dice y lo que plantea Podemos. La consecuencia lógica de esa similitud es la de reclamar a todas esas organizaciones que se junten, al menos de cara a unas elecciones. De hecho, tan claro lo tienen los distintos partidos y fuerzas, que procuran cuidadosamente no aparecer como quienes han roto o impedido esa unidad.

Lo curioso del caso es que, en esta tesitura, hay, por activa o por pasiva, una insistencia sospechosa en señalar casi siempre al mismo actor o fuerza política como causante de impedir esa unidad ‘salvadora’: Podemos.

Y tampoco esto nos lo explicamos muy bien.

Podemos aceptó formar parte de una candidatura unitaria en Andalucía, en 2022, con la imposición, totalmente aberrante, de que la cabeza de lista de la misma fuese la representante de una fuerza muy disminuida en la comunidad autónoma en esos momentos, como era IU, en detrimento de la fuerza con más peso político, también en ese momento: el propio Podemos. Además, con una maniobra indigna de cualquiera que defienda postulados elementales de la izquierda, como pueden ser la honestidad y el juego limpio, se dejó fuera de la propia candidatura a Podemos alegando un ‘fallo técnico’ que nadie se cree. El resultado fue la imposibilidad de que Podemos pudiera acceder a la retribución que le correspondiese por las o los diputados que obtuviese dentro de la candidatura.

En condiciones que casi pueden calificarse de denigrantes, Podemos aceptó formar parte de la candidatura de Sumar en las últimas elecciones generales. Los vetos a dirigentes muy destacadas de Podemos (como pueden ser los casos de Irene Montero, pero también de Rafa Mayoral y otros), la negativa a reconocer el peso político de Podemos dentro de esa coalición, fue tan evidente y brutal que difícilmente se encontrarán casos en la historia de la izquierda española en que, a pesar de estos desmanes, una fuerza como Podemos aceptase entrar en la candidatura común.

Poco después, las y los diputados de Podemos en el Congreso se vieron obligados a salirse del grupo de Sumar, ante la negativa de la dirección de esa coalición a permitir que Podemos tuviera una de las portavocías.

De cara a las próximas elecciones autonómicas en Euskadi, la dirigente de Podemos que podría ser la cabeza de lista de una candidatura propia en esa comunidad autónoma ofreció, hace pocos días, formar parte de una coalición electoral en la que ni siquiera reclamaba ser cabeza de lista. La respuesta ha sido negativa por parte de quienes podrían formar parte de esa candidatura unitaria.

Pero, aparte de todos estos factores que hacen incomprensible la insistencia en señalar a Podemos como factor determinante de la falta de unidad en la izquierda, hay otro en el que se pone una escrupulosa atención para no mencionarlo: la diferencia en la correspondencia entre la teoría y la práctica de lo que Podemos ha hecho, y la que puede observarse en otras fuerzas.

Lo hemos dicho antes: esto nos parece lo realmente relevante. Clamar por una unidad de la izquierda a la que se desviste de su atributo más importante es tanto como elevar la fe a categoría de medicamento milagroso contra todos los males. Es tanto como pretender que es fiable la tradición madrileña de que las mujeres jóvenes que desean encontrar un novio deben acudir a la ermita de San Antonio un día determinado del año y meter la mano en un saco lleno de alfileres, clavándose algunos de ellos.

Nosotras y nosotros somos más de creer en lo tangible, en lo que se puede ‘tocar’ con los dedos de la inteligencia y la experiencia. Podemos, en nuestra opinión, sigue demostrando la necesidad de su existencia, en tanto no se manifiesten otras fuerzas que superen lo que Podemos hace y representa. Y no sólo en los planteamientos y en el discurso (tan fácil de hilvanar), sino, y sobre todo, en los hechos.

Firmado: Rocío del Val, Javier Bernal, Antonio del Río, Anna Garrido y Antonio Flórez. Los autores son miembros del equipo técnico de Podemos Rivas, pero escriben el artículo a título personal.

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