En El capitalismo histórico, Wallerstein respondía a la cuestión de cuál es el «ADN» del capitalismo: patriarcado, guerra, mercantilización de todo lo existente, depredación, etc. Tiene una serie de rasgos, una suerte de código genético, que nos permite adivinar algunas de sus perspectivas de futuro. Su rasgo identitario nuclear es el de acumular capital que será invertido, a su vez, para poder acumular más capital, por encima de los intereses de las personas o del medioambiente. Cualquier otra consideración, de tipo ético o moral, es secundaria. Es lo que nos hace temer que el capitalismo, en la actualidad, lleva a la destrucción de la convivencia entre los pueblos y clases sociales y a la destrucción del planeta.
Su rasgo identitario, la mercantilización de la realidad, se extiende a todo: desde los bienes comunes y los recursos naturales, a las relaciones humanas, pasando por la sexualidad y la propia reproducción humana. Que exista el negocio de los vientres de alquiler no es más que la expresión lógica del código genético del capitalismo. El capitalismo nos aboca también a un nefasto cambio antropológico en el que la gratuidad, la fraternidad, el altruismo… no tienen cabida.
Esta tendencia va acompañada de otro rasgo: la producción jerarquiza las actividades humanas en útiles o no, según generen capital o no. Eso explica que las tareas de cuidado, las labores de reproducción de la mano de obra, sin las cuales no habría obreros disponibles para trabajar, no han tenido históricamente ningún valor. Y, en consecuencia, el rol secundario de la mujer.
En una Europa sumergida en el invierno demográfico, el capitalismo necesitado de mano de obra hará que las mujeres vuelvan a su rol de madres, al tiempo que la disminución de la tasa de la población activa `provocada por este hecho, se suplirá con jornadas laborales más extensas. De esta manera nos lleva al desastre ecológico, a un cambio antropológico y a más explotación y a más patriarcado.
Nos lleva a que cada vez se acumule más en el centro del sistema y que éste sea más y más reducido. El centro será más rico a costa de una periferia empobrecida: acumulación por desposesión, citando a David Harvey. Pero ninguno de los centros, reales o potenciales, quiere dejar de serlo para pasar a ser periferia. Las tensiones entre China y Estados Unidos evidencian esta afirmación.
En consecuencia, el capitalismo va inexorablemente unido al uso de la fuerza. Todos los procesos de colonización acaecidos desde el siglo XVI así lo ponen de manifiesto. El colono siempre iba precedido del soldado. Cojamos cualquier conflicto bélico actual y tendremos una explicación económica detrás. Nos lleva al desastre ecológico, a un cambio antropológico, a más explotación, a más patriarcado, a más desigualdad y a más guerras.
Un último rasgo es el carácter cíclico de sus crisis. Que el capitalismo padece periódicamente crisis es un hecho demostrado por Mandel y otros muchos autores. Marx mostró que estas crisis vienen provocadas por sus contradicciones internas y le llevarán a su colapso final. En su última etapa se hace patente su carácter cada vez más financiero especulativo y menos vinculado a la producción real de bienes y servicios. Lo que hace sospechar que las crisis serán más imprevisibles, al depender de un mercado tan volátil como el financiero, y con consecuencias más hondas.
En definitiva, la lógica de la economía capitalista hace temer que nos lleve a más explotación, más patriarcado, más desigualdad, a más guerras y crisis más imprevisibles y de calado más hondo y, finalmente, al desastre medioambiental.
José Ángel Ortuño