Entrevista a Javier Sánchez, socio cooperativista de Semillando Sotillos.
Joaquín, Carlos y Javier nunca se habían dedicado a la agricultura, pero hace algo más de una década decidieron aprovechar la oportunidad de cesión de huertos que ofrecía el Ayuntamiento de Rivas y se lanzaron a cultivar de una forma ecológica, artesanal y de cercanía que fue creciendo hasta dar forma a la cooperativa que es hoy Semillando Sotillos.
En su tienda, combinan productos ecológicos certificados y de otros agricultores ecológicos locales con la venta de su propia producción. Ni la pasada crecida del río Jarama, que arrasó los campos, ha conseguido tumbar un proyecto que se ha convertido en un referente en Rivas, demostrando que se puede cultivar y comer de otra manera, más saludable y pegada al territorio. “Entre una agricultura convencional y una ecológica industrial, me quedo con la ecológica industrial al 100%…pero lo nuestro es otra cosa”, explica con orgullo Javier.
¿Cómo surge la idea de montar Semillando Sotillos?
Empezamos tres personas: Joaquín, Carlos y yo. Carlos era el diseñador, Joaquín que en ese momento estaba sin trabajo y yo que era educador social. Montamos la cooperativa y empezamos a trabajar un huerto pequeñito, que en ese momento tendría unos 1.000 metros. Lo que empezó siendo un local en el Zoco en el que preparar las cestas para el reparto a domicilio se convirtió luego en una tienda.
Me acuerdo cuando empezamos que yo me iba a trabajar a Servicios Sociales con las manos llenas de barro, Carlos dejó su trabajo…apostamos por esto porque creemos que es la mejor forma de producir alimentos.
¿Qué tipos de agricultura existen?
La agricultura ecológica se diferencia de la convencional o industrial en que solamente se utilizan tratamientos orgánicos, no químicos. Hay una serie de, por ejemplo, minerales que puedes usar como el cobre o el zinc porque no son químicos. Por lo que no estás envenenando la tierra con ningún químico. De hecho, en la agricultura convencional, es habitual que cuando echan los productos digan “vamos a echar el veneno”. Saben lo que es eso.
Y luego también se diferencia en el hecho de cultivar en temporada y respetar los procesos de maduración naturales, que hacen que el alimento tenga todas sus características, tanto de sabor, como de sales minerales, vitaminas…está comprobado que si tú coges un tomate hidropónico…pues sí, es un tomate, pero no tiene todo lo que tiene que tener. Se nota en el sabor, en el azúcar que tiene que tener un tomate.
¿En la agricultura industrial se recogen los productos sin madurar del todo?
Claro, claro, se maduran con gas. Emplean atmósferas controladas en los contenedores. Si tú no quieres que envejezca algo, le quitas el oxígeno, por ejemplo.
¿Y qué diferencias encuentras dentro de la agricultura ecológica?
También aquí existe una más industrial y otra más artesana. En una plantación industrial de agricultura ecológica, claro, te salen unos pimientos perfectos, y no utilizan ningún producto químico prohibido. Por eso, entre una agricultura convencional y una ecológica industrial, me quedo con la ecológica industrial al 100%…pero lo nuestro es otra cosa. No tenemos grandes invernaderos y máquinas. Hacemos producciones muy pequeñas y muy controladas, no podemos producir las cantidades que producen en las plantaciones industriales que están totalmente mecanizadas.
Es habitual que en las grandes ciudades no haya producción de alimentos y se depende totalmente de otras zonas, ¿hay excepciones en nuestro entorno?
Los dos ejes en los que hay algunas experiencias grandes de producción de agricultura ecológica son Rivas y Fuenlabrada. Nosotros pasamos de esos 1.000 metros que te decía a 10.000 metros, pero hemos llegado a tener 20.000 metros. Ahora estamos en un proceso de transición y reducimos metros de huerto para poder gestionar todo bien. Hay que ser coherentes y dimensionar hasta dónde se puede llegar en cada momento. O te tiras 24 horas y no llegas.
¿Cómo fue el proceso de aprendizaje? ¿Os ayudaron a empezar?
Fue gracias a Sira Rego. Ella era la concejala de medio ambiente cuando el Ayuntamiento impulsó el proyecto de cesión de huertos, hace 13 o 14 años, que nos permitió arrancar. Ella nos animó: “esto va a empezar”. Y hemos tenido, como el resto de parcelas, asesoramiento por parte del Ayuntamiento.
¿Y algún problema que os hayáis encontrado?
Los robos en el Soto del Grillo, hay muchos robos. Existió un debate importante sobre si poner cámaras en el campo. A nosotros, por ejemplo, el año pasado nos robaron kilos y kilos de calabazas. Y a otro chaval kilos de cebolla.
Ahora habéis bajado la producción para poder dedicarle más tiempo también a la tienda.
Estuvimos como diez años cultivando 20.000 metros, ahora 10.000 metros, y tenemos un negocio que…no digo que sea ‘superrentable’, porque no lo es, pero da para vivir un poquito y para comer bien, sobre todo eso, para comer bien. Además, estamos encantados con nuestros clientes, el 95% son de hace muchísimos años y de mucha confianza.
Tuvisteis un aluvión de pedidos en pandemia, ¿a qué lo achacáis?
Los pedidos subieron mucho, muchísimo. Porque lo entregábamos a domicilio cuando la gente no podía salir de casa, pero también por salud. La gente se dio cuenta de que no era un ser de luz, que podemos ponernos malos como el resto del mundo, y entonces quiso comer más sano. Yo llegaba a mi casa a las 12 de la noche y a las 7 de la mañana estaba otra vez haciendo pedidos para repartir. Además, con clientas de toda la vida que estaban confinadas…no llevábamos solo productos de nuestra tienda, a lo mejor le llevábamos el embutido o el detergente…no a todo el mundo, pero sí a gente que lo necesitaba.
Hablas de esa conciencia sobre la propia salud. Se estudia mucho la dieta mediterránea por sus beneficios como dieta. ¿Estamos como país teniendo que volver a una dieta que habíamos perdido?
Lo que ha pasado es que nos han metido los ultraprocesados en nuestra vida. A todos, y el que diga que no miente, porque todo el mundo en algún momento se come unas patatas fritas, unos nuggets o lo que sea. Incluso si eres vegetariano, como en mi casa, que ves a lo mejor esos nuggets así rebozaditos que dices, sí, son veganos, ¿pero de qué está hecho? Para mí la máxima con los ultraprocesados es que, si tiene más de cuatro ingredientes, no te lo compres. A mí me estalla el cerebro que una magdalena pueda tener 18 ingredientes.
Nada que ver con la producción ecológica que hacéis en la agricultura de cercanía.
Con la producción masiva e industrial de los alimentos lo que pasa es que se acortan mucho los plazos: un tomate tarda 90 días en salir y madurar, si lo tienes en 30 días es imposibles que haya cogido todos los nutrientes y el sabor. Entonces, acabamos echando de menos esos sabores que recordamos de antes. Y, de repente, cuándo los vuelves a probar, dices “joder, esto es otra cosa”.
Por ejemplo, por 2 euros tú puedes encontrar en el supermercado un kilo de fresas. ¿Pero cuánto está cobrando el agricultor? Y te la comes y no sabe a nada. A lo mejor una fresa ecológica te cuesta 7 o 9 euros/kilogramo, una diferencia bestial, pero es lo que cuesta recogerla. Y te tomas la fresa y sabe a fresa, parece mermelada. Nosotros cuidamos mucho cuando compramos a otros agricultores y productores para vender en la tienda de aceptar el precio que a ellos les parece justo.
Hasta hace relativamente poco, que se prohibió en el Congreso de los Diputados, en la agricultura convencional existía la “venta a pérdidas”. ¿Cómo era esto posible?
Yo creo que es un reclamo. ¿Cuál es su producto estrella? ¿El aceite? Pues si lo está vendiendo por debajo del coste de producción, aunque sepa que ahí está perdiendo dinero, para ellos es un reclamo porque van a venir al supermercado y van a hacer el resto de la compra.
Y lo repercuten en el agricultor.
Efectivamente, los ‘capos’ lo que hacen es pactar precios. ¿Tú qué quieres, vender aceite? Pues a tanto. Está prohibido, les han pillado mil veces con temas de competencia, pero se saltan la ley. El que menos manda es el agricultor, porque luego tiene al que le compra, al transportista, al del puesto de Mercamadrid y a la gran superficie. A mí, en cambio, me llama Marcelino o Miguel (agricultores) y me dicen: “Javi, tengo el tomate a tantos euros/kilo, ¿te interesa?”. Ellos lo cogen del huerto y lo traen a la tienda. También le compramos a Félix, otro agricultor del Soto del Grillo, o la carne de aquí de Antonio (Vega de Rivas).
Más allá de lo local, están las famosas ayudas de la PAC. ¿Qué opinas de ellas como agricultor?
No llegan al pequeño productor. Es una barbaridad que Endesa u otras grandes empresas reciban subvenciones de la PAC por el terreno, por ser propietarios del suelo, aunque no produzcan. O la familia de los Duques de Alba que recibe una cantidad de dinero obscena.
Estamos hablando de agricultura de cercanía, pero es una realidad muy habitual en los supermercados que se traigan alimentos de muy lejos, los llamados “alimentos kilométricos”. ¿Qué impacto ecológico tiene este fenómeno?
Simplemente la huella de carbono, lo que se quema de petróleo (gasolina o gasoil) para transportarlo, ya es increíble. Pero aquí hay que andar con cuidado: contamina más traer plátanos de Canarias que comprar manzanas de Austria. Porque estás transportándolos con muchas horas en barco desde África y luego un camión desde Cádiz a Madrid; mientras que las manzanas italianas, por ejemplo, están “al lado” en un viaje en camión.
Desde Perú, por poner otro ejemplo, se traen lo que se llaman “mango avión” que los cogen maduros y en 12 horas de avión están en España. Y son muy ricos, pero la huella de carbono que están produciendo es tremenda. Por eso, nosotros intentamos siempre que los productos sean lo más cercanos posibles. Si puede ser, todo de la Península Ibérica, o sino de Canarias. Pero traer producto de Latinoamérica o Sudáfrica, nada de nada.
El norte de África produce y está más cerca, geográficamente.
Sí, pero no compro nada de Marruecos porque no tienen apenas producción ecológica. A veces compramos dátiles de Túnez, porque decidimos hacer un boicot férreo al dátil Medjoul, que lo produce Israel en territorios ocupados al pueblo palestino.
¿Y cuántos kilómetros hay de vuestro huerto a la tienda?
Siete kilómetros. (Se lo piensa) Digamos que menos de diez kilómetros, por no pillarnos los dedos. Y de productos que tengamos en la tienda, entre lo más lejano, están unos aguacates que vienen de Granada. Intentamos que sea todo producido lo más cerca posible.

Hay otro debate recurrente sobre las semillas, tanto sobre si usar transgénicas o no, como el papel de monopolio de algunas empresas.
Ahí nos enfrentamos al problemón de que tienes que comprar semillas que tienen que estar certificadas, por lo que se las tienes que comprar a una empresa, que suele ser Bayer (que compró a Monsanto). Nosotros nos hemos tenido que buscar otros productores como Les Refardes, en Cataluña, o la Asociación La Troje, aquí en la Sierra de Madrid. Ambos trabajan con “semillas antiguas”, que es como nos referimos a las semillas de variedades tradicionales, que no son ni transgénicas, ni híbridas, como muchas de la industria convencional.
¿Cuál es la diferencia, exactamente, entre transgénicas e híbridas?
Simplificando, un transgénico es cuando tienes una especie y le metes un cromosoma de otra especie distinta. Mientras que un híbrido es cuando tú tienes un tomate pera y un tomate raf y los cruzas de forma, digamos, natural. En la primera línea de producto, te salen híbridos de varios tipos, por lo que vas seleccionando los tomates y es en la séptima generación cuando ya te sale solo la especie nueva y mezclada que tú quieres.
La mayoría de las semillas son híbridas, pero el comité de agricultura ecológica si que permite esas “semillas antiguas” que se recogen cuidadosamente de un año para el siguiente y se declaran cuántas se recogen para verificar que son de ese tipo. Y yo como consumidor veo bien que esté muy controlado. Si pago más por un tomate que no tiene químicos, es porque el productor tiene menos producción que en un cultivo industrial y de variedades de tomate menos comercializables, porque a lo mejor tienen la piel más blandita y enseguida tienen un golpe o una marca.
¿Ves mucho eso de rechazar o valorar los productos por su estética?
Sí, incluso en el ámbito de lo ecológico. Y es verdad que comemos con los cinco sentidos y que te tiene que entrar por el ojo, pero creo que nos falta a veces educar al ojo para saber que las cualidades del tomate bonito estéticamente a lo mejor no son las cualidades del tomate sabroso que estamos buscando, que será más rojito o más blandito. Y claro, no luce igual de bien pero cuando lo abres, dices “hostia, esto sí es un tomate”. Nosotros no vamos a competir con el aspecto de los productos de El Corte Inglés, pero tenemos los productos en las mejores condiciones, también estéticas.
Volviendo a las semillas, ¿se genera en el agricultor una dependencia de las empresas que las venden?
Claro, porque la semilla que sacas del producto ya no es fértil para el año siguiente, te obligan a comprar más. Suele hacerse lo de: la primera vez, te la regalo, la primera es gratis, ¿sabes? Esto ha sido tremendo en sitios como Colombia, donde Monsanto acabó con un montón de cultivos de maíz de comunidades indígenas, que tuve la suerte de conocer cuando trabajaba en CEAR (Comité de Ayuda al Refugiado). También por ahí me viene un poco lo de la agroecología.
Existe la creencia de que la agricultura ecológica es más cara, ¿es así?
Nosotros nos hemos comido estos años de inflación sin subir los precios. No llegamos al tomate a los 2 euros/kilo, que a lo mejor encuentras en una frutería de barrio con género que no es de la mejor calidad, pero si te vas al Carrefour, podemos estar 10 céntimos por arriba o por abajo, ahora mismo tenemos precios muy parecidos al de los canales de venta convencionales.
El aguacate yo lo tengo más barato que el Aldi. Que digo yo, ¿cómo puedo tenerlo más barato que el Aldi si el mío es ecológico? Ostras, ¿cuánto se están llevando de beneficio? O los huevos, tengo unos de los huevos ecológicos más baratos de todo Rivas. Y claro, piensas, ¿cuánto se está llevando el Alcampo cuando los vende? Si a mí me parece caro cuando vendo un kilo de tomate a 4,90 euros, porque empezamos a venderlo hace trece años a 2,50 euros/kilo, pero claro…es que se han duplicado los precios de todo.
¿Alguna anécdota divertida que os haya pasado en ese proceso de aprendizaje?
Nos han pasado muchas cosas. Nada más empezar, por ejemplo, echamos el abono verde (trébol) al campo y lo regamos. Y poco después empezamos a ver hormigas que llevaban unas cositas en la boca. Y resulta que las hormigas se nos estaban llevando todo abono verde. Luego, nos explicaron que teníamos que germinarlo antes para que la hormiga no lo robe.
Lo apuntamos como novatada: “las hormigas me robaron el abono verde”.
Y los jabalís, hay muchísimos en el Soto del Grillo, también nos han dado algún susto. Porque hacen unos agujeros enormes y cuando vas tranquilamente con el tractor y la hierba está alta, de repente, el tractor se vuelca. En el campo aprendes un montón y pierdes también el miedo a muchas tonterías.
Hemos mencionado que sois una cooperativa, ¿por qué motivo?
Tú cuando montas un negocio de este estilo, tú tienes que tener en cuenta tres ejes: el medioambiental, el económico y el laboral. No puedes descuidar ninguno de los tres. Y en los macronegocios, el único importante es el económico. No está ni el medioambiental, ni el laboral, y es una pena.
¿Hay mucho abuso laboral en el campo, especialmente de mano de obra migrante?
Tienes que pensar cuando compras: “¿quién ha cogido esto?”. Ha habido casos de auténtica esclavitud, porque la inspección laboral puede entrar en una empresa pero no en un domicilio particular, donde muchas veces los tienen. Por eso, siempre digo: tomates a un euro, prohibidos. Y ni se os ocurra comprar fresas que no sean ecológicas, porque preguntaros por ese precio quién ha cogido las precias y cómo para que le salga rentable al empresario a ese precio.
Una última pregunta, muy ligada a la agricultura de cercanía, ¿qué es la soberanía alimentaria?
La soberanía alimentaria es tener la capacidad de que una región, ni siquiera un municipio, pueda abastecerse de alimento. En Rivas, estaba la idea de generar un cinturón verde en torno a la ciudad, que puede ayudar a generar esa zona de producción local. Pero esto requiere un cambio y una planificación…que sería una revolución. Pero claro, esa soberanía significaría que si un día se va la luz tres meses, los huertos de los propios vecinos pueden dar de comer a la gente, que es lo más importante. Y, por supuesto, es una reducción enorme de la huella de carbono.
Alguien que empiece a cultivar, aunque sea en un pequeño huerto por hobby, ¿qué le recomiendas? ¿A qué acude?
Si me preguntas por un libro, “La guía del horticultor autosuficiente”. Hay que leer mucho, informarse y experimentar. Pero sobre todo, hablar con la gente del campo. Hay un hombre que se llama Cecilio que a mí me ha enseñado mil historias sobre cómo plantar las cebollas y tantas cosas más. Es pura sabiduría de la gente que está en el campo sin la que no lo vas a sacar. Hay que hablar con la gente.









