Todo tiene un limite

No puedo más, todo tiene un límite, no estoy dispuesto a seguir
callado y tragando bilis.
Ya está bien de sembrar odio, ya está bien de tanta mentira y
manipulación.

Lo que algunas y algunos están haciendo estos días es profundamente
mezquino e inhumano. Es indecente intentar sacar provecho del dolor y la
muerte.

NADIE, repito, NADIE, se imaginaba la magnitud que iba a alcanzar esto.
Ni los gobiernos occidentales, ni las organizaciones políticas, ni la
mismísima Organización Mundial de la Salud, prestaron atención a lo
que ocurría en China.

El capitalismo veía con placer el desmoronamiento del gigante
asiático. Ganar la guerra comercial era lo más importante y las
muertes nos pillaban lejos.
¿Alguien se planteó en aquel momento tomar medidas? NADIE. Tampoco
nadie las tomó cuando el virus picó a la puerta de Europa.

La falta de previsión y medidas también se globalizaron y el virus nos
pilló con los deberes sin hacer.

Nos equivocamos, claro que sí, hay que asumirlo. A toro pasado es
fácil decir que sobraban todos los actos y eventos, políticos,
sindicales, sociales, deportivos, etcétera, que hubo en el último mes.
Pero, de una manera u otra, todas y todos participamos en ellos. Es
más, si alguien hubiera decidido cancelarlos hubiéramos puesto el
grito en el cielo y lo habríamos acusado, como poco, de alarmista.

A este gobierno le está tocando lidiar con una situación caótica, con
una situación que nadie querría gestionar porque no hay precedentes en
la historia reciente que  sirvan de guía de actuación, pero ahí
están dando el do de pecho.
Han puesto todos los recursos del Estado a disposición del pueblo,
están intentando salir de este infierno de la mejor manera posible, sin
dejar a nadie en la estacada.
Han salido de la burbuja en la que generalmente se cobijan las élites
políticas y están luchando a nuestro lado. Podrá salir mejor o peor,
pero no están regateando esfuerzos.

Ayer, en la comparecencia de Pedro Sánchez, al igual que me ha ocurrido
durante estos días con otras y otros miembros del gobierno, vi
responsabilidad, vi sufrimiento, vi humanidad. Y, aún así, los
llamáis asesinos.
¿Cómo podéis ser tan miserables? ¿Cómo podéis seguir escupiendo
veneno?

¿Sabéis por qué se muere la gente? Porque faltan recursos, porque
mientras votabais para llenar los balcones de banderas rojigualdas,
dejabais los hospitales sin batas blancas.

Ahora recogemos el fruto de las privatizaciones que sembrasteis. Lo
público no os interesó defenderlo y ahora, hipócritas de mierda,
aplaudís desde las ventanas.
¿Dónde están ahora vuestros ídolos? ¿Dónde están vuestros
filántropos? Especulando y haciendo negocio con materiales de primera
necesidad, ocultos tras el humo de vuestras hogueras de rencor y
mentiras.

Ahora somos las y los «privilegiados», las clases trabajadoras, las que
estamos dando el callo en los hospitales, en los supermercados, en los
comercios, en los campos, en las carreteras.

Este que aquí escribe salió del paro cuando se decretó el estado de
alarma y lleva nueve días desinfectando vehículos ferroviarios.
Jugándonos la salud, sin descanso, pero convencidas y convencidos de
que hay que hacerlo, anteponiendo el bienestar colectivo al individual.
No hacemos política, no distinguimos colores, ahora todos somos una.
Vosotras y vosotros sois la excepción, bestias carroñeras que buscáis
la vida en la muerte ajena. Lo que hacéis, además de repugnante, es
delictivo y espero que paguéis por ello.
Yo no soy del PSOE, no me gusta ni el partido ni Pedro Sánchez, de
hecho, si de mi hubiera dependido, mi organización, IU, nunca hubiera
formado parte de un gobierno suyo. Pero ahora, en este contexto, voy a
luchar a su lado hasta la extenuación.
Cuando lleguen tiempos mejores, cuando dejemos atrás esta pesadilla,
volveremos a ser adversarios y ahí me tendrán, como una gota malaya,
recordándoles que sin la sanidad pública y sin las clases trabajadoras
nunca hubiéramos salido del atolladero. Y si no nos dan recursos,
dignidad y reconocimiento, volverán a ser mis adversarios.
Hasta entonces, lo más lejos a su lado.

Texto de Juan José Hernández Martínez.

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