Los ripenses cuentan con un Centro de salud mental, dependiente del Hospital del Sureste, y un servicio de atención psicosocial municipal. Además, existen dos pisos supervisados para personas con enfermedades graves, gestionados por Fundación Manantial y una red de centros privados de psicología.
Para Laura (nombre ficticio) todo empezó en 2018 con unos ataques de tos que no acababan de curarse. Esos episodios, que en un principio parecían inofensivos, se alargaron durante meses y empezaron a convivir con otros síntomas. Hasta dar con el diagnóstico, inició un periplo de citas, salas de espera y médicos que desembocó en 2022 en una sola palabra: “fibromialgia”. Pero durante esos cuatro años, al sufrimiento físico le acompañó un dolor mucho más invisible: el emocional. Laura se sumergió en la incertidumbre de tener una enfermedad aun sin nombre, en la preocupación constante y en la angustia de imaginar cada mes un nuevo pronóstico. Se acabaron las ganas de hacer planes y llegó una tristeza profunda. Hasta que un día, su médica de cabecera pronunció la frase: “Tienes depresión y ansiedad”.
En el caso de Laura, fue una enfermedad (con sus propias complejidades) lo que puso a prueba su salud mental. En otras ocasiones, es un problema laboral o familiar o un hecho traumático e inesperado. Laura forma parte de ese 34% de la población que según el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud 2023 padece algún problema de salud mental, lo que el propio documento califica de “una de las epidemias de nuestro siglo”. En el ranking de los más frecuentes se encuentran los trastornos de ansiedad, los del sueño y los depresivos.
La salud mental, un lujo
“Yo tardé mucho en darme cuenta de lo que me pasaba. La doctora lo vio antes que yo y me dijo que me vendría bien ver a un especialista. Me encontraba mal y dejé de salir. Es un proceso muy progresivo”, explica. Su médico le mandó cita con el especialista, pero en plena pandemia no consiguió ver al psiquiatra en Rivas y tuvo que irse a un municipio próximo para no esperar más a ser atendida. Al principio, intentó también pagarse una terapia con un psicólogo privado, pero no lo resistió: “Simplemente, no es viable para la clase trabajadora, sobre todo, si lo buscas con la frecuencia necesaria”, afirma.
A pesar de la magnitud de este reto sanitario y social, los recursos públicos son insuficientes. Esta paciente cree que no solo limita las posibilidades de recuperación, sino que en muchas ocasiones incluso la dificulta. Si hacemos “zoom” en la Comunidad de Madrid, las cifras no son esperanzadoras. El sindicato Comisiones Obreras denunció el pasado 9 de octubre que la ratio en la región es de 5 psicólogos por cada 100.000 habitantes, mientras la OMS recomienda la presencia de 20 especialistas por cada 100.000. En el caso de los psiquiatras, la ratio madrileña es de 10 por 100.000 habitantes, mientras la recomendación europea se sitúa en 18 por 100.000.
Esto se traduce en que los especialistas gestionan los casos más graves, mientras el resto de pacientes acuden a la sanidad privada en busca de psicólogos y psicólogas con los que poder hacer una terapia más frecuente y exhaustiva. La cara B recae en las consultas de los médicos de familia, que tienen en sus manos recetar antidepresivos y ansiolíticos que mejore el malestar de los pacientes, algo que, a juzgar por las cifras, es cada vez más frecuente: Según datos del Observatorio de Tendencias de Cofares, la demanda de antidepresivos en las farmacias ha crecido un 24 por ciento en el último año.
Además de los servicios de hospitales como el Sureste de Arganda (cuya unidad de Hospitalización psiquiátrica tiene 3 psiquiatras, 1 psicólogo, 8 enfermeras/os, entre otros especialistas), Rivas cuenta con un Centro de salud mental (Acacias, 120), cuyos despachos se encuentran dentro del Centro Sanitario Santa Mónica. Consta de 4 psiquiatras, 3 psicólogas, 2 enfermeras/os especialistas, 1 trabajadora social y 2 auxiliares administrativos. Una dotación menor que algunos centros privados de psicología.
Una sociedad ansiosa
Estos centros recogen en sus consultas todo ese malestar que la sanidad pública ha dejado fuera. Mario Pastor es psicólogo y dirige uno de esos centros que son referencia en el municipio: Apraxia Psicología (Av. de José Hierro, 92), fundada en 2016 con una variedad muy amplia de servicios. Su experiencia se resume en más de 98.502 horas de consulta.
Pastor conoce bien el pulso emocional de Rivas. A sus consultas también acuden personas por problemas de pareja, depresión y ánimo bajo, problemas de conducta infantil, de autoestima, de duelo y trauma o dificultades familiares, pero sin duda la palabra que más oyen sus profesionales es “ansiedad”: “En 2024 atendimos a unas quinientas personas. Las categorías más frecuentes de casos fueron la ansiedad y el estrés, que representan el 23% del total”, detalla. Eso sí, el psicólogo advierte de que el motivo de consulta no siempre refleja el problema de fondo. “Una persona puede venir diciendo que tiene ansiedad y detrás encontramos una carencia afectiva, una relación tóxica o una sensación de vacío existencial”, matiza.
Sin embargo, esta prevalencia de casos no se explica solo desde las circunstancias personales: “Gran parte de la ansiedad y depresión que vemos en consulta surge de la precariedad laboral, la presión constante por rendir, la competitividad extrema y la sensación de que cada persona debe ser perfecta, competente y capaz de resolver sola sus dificultades . Eso genera un estrés estructural”, explica. Pastor cree que una de las claves de esos materiales que se transforman en diagnósticos es que vivimos en una cultura que prioriza la productividad y el éxito individual por encima del bienestar comunitario y eso tiene un precio en forma de “crisis existenciales con malestar emocional generalizado”.
Pese a que los mensajes sobre “la actitud” o el “esfuerzo personal” se multipliquen en redes sociales o en medios de comunicación, el psicólogo advierte de la “trampa” de pensar que cuidarse es solo “una responsabilidad individual”. La estabilidad y el bienestar emocional beben de todo el contexto de los individuos: vínculos amorosos, relaciones pacíficas, derechos garantizados para ellos y su entorno y “una cultura que priorice el cuidado y el bienestar del ecosistema por encima de la productividad”.
La pandemia sanitaria y la crisis que no acaba
En materia de salud mental, la pandemia fue un antes y un después, en todos los sentidos. “La población empezó a hablar más sobre salud mental porque lo pasaron realmente mal. Se vio muy claro el efecto que tenía en las vidas la salud mental, que hasta ese momento no se trataba como prioridad”. Así lo recuerda la psicóloga Araceli Moreno, de Hana Psicología (Av. Pablo Iglesias, 84), un centro formado por nueve psicólogas de distintas especialidades.
Mario Pastor coincide en que la pandemia fue un momento de ruptura, pero alerta de que el caldo de cultivo ya estaba creado: “La pandemia actuó como un desencadenante que puso al descubierto vulnerabilidades ya presentes en nuestro sistema económico y social. Muchas personas han logrado superar esa crisis a nivel individual, adaptándose y encontrando estrategias de afrontamiento, nuevamente individuales, pero el sistema social y laboral permanece igual o incluso más precario”. El experto lo tiene claro: la crisis no ha terminado, sino que se ha transformado.
Esa crisis llega a los despachos de Hana con distintos nombres: ansiedad o depresión, salud mental infanto-juvenil, relaciones conflictivas…Hay tantos casos diferentes como personas. Sin embargo, cuando muchos se sientan delante de la psicóloga, la crisis ya ha estallado: “Lamentablemente, hay pacientes que llegan con mucho desgaste. Nadie nos ha enseñado a detectar cuándo algo va mal. Pensamos que “podemos con todo” y está antes el “tengo que trabajar” que el “tengo que cuidarme”.
Por eso, la psicóloga recomienda no esperar y prestar atención a signos de alarma como el insomnio, la irritabilidad o la necesidad de medicación para dormir. “Cuando el cerebro no tiene donde apoyarse, el cuerpo empieza a hablar. Y ahí es cuando deberíamos escuchar”. En esa espera, no solo hay falta de cultura de los cuidados, sino también un tabú sobre la salud mental que las generaciones más jóvenes empiezan a resquebrajar, pero que pesa como una losa: “Cuando una muela duele, buscamos ayuda; pues lo mismo debería pasar con el malestar emocional”.
Esta losa emocional, además, tiene género. En las consultas de Hana, las mujeres siguen siendo las que mayoritariamente acuden a terapia: “Incluso en las terapias de pareja lo más frecuente es que sea ella la que propone venir”, asegura. Aún así, hay esperanza: reconoce que poco a poco más hombres empiezan a tomar la iniciativa y acudir a terapia.
Nuevos tiempos, nuevos retos
Frente a un contexto que arroja inseguridad y poco tiempo para asimilar cualquier emoción, mucha gente encuentra la vía de escape en su propio bolsillo. Términos como el “FOMO” (el nerviosismo generado por el temor a perderse un evento social) o el “brain rot” (literalmente ‘cerebro podrido, que se refiere a contenido de baja calidad) son cada vez más familiares entre los usuarios gracias a la cantidad de horas de uso que la población pasa en redes sociales.
Pero invertir horas escrutando cuentas en Instagram o Tik Tok pasa factura. Las consecuencias de la hiperconectividad, los algoritmos diseñados para enganchar y la hiperestimulación también desembocan, muchas veces, en la consulta del psicólogo. “El uso intensivo de redes sociales, la exposición constante a estímulos gratificantes y la inmediatez con la que obtenemos respuestas o recompensas están modificando la forma en que las personas gestionan la espera y la frustración», explica el director de Apraxia Psicología.
La infancia y la juventud están creciendo en un contexto de economía de la atención, en el que las empresas compiten vorazmente por el tiempo humano. Sin límites ni filtros, esto puede convertirse en un cóctel para la salud mental, desembocando muchas veces en problemas de dependencia: “En adolescentes y jóvenes esto se combina con una menor exposición a la comunicación real y al contacto físico, lo que favorece dificultades en la regulación emocional, problemas de autoestima y vínculos más superficiales”, asegura Mario Pastor.
El informe ‘Impacto de la tecnología en la adolescencia’ de UNICEF ya alertaba de que “uno de cada tres estudiantes españoles de ESO podrían tener ya un uso problemático de Internet”. Araceli Moreno, de Hana, recuerda además que los niños y niñas se enfrentan a estas nuevas realidades sin herramientas: “Un niño en internet tiene acceso a millones de cosas. Ellos no saben filtrar qué es lo que tienen o no que ver. Incluso, les salta en webs o redes publicidad muchas veces pornográfica. Eso puede desembocar en adicciones al móvil, videojuegos o incluso apuestas online”, reflexiona.
La Inteligencia Artificial, llamada a ser el gran cambio de nuestra era, contribuye a acelerar el proceso: “El uso continuo de herramientas de IA está teniendo un impacto cognitivo importante: disminuye la necesidad de esfuerzo mental, de memoria y de pensamiento crítico”, explica Pastor, preocupado porque las personas deleguen cada vez más sus funciones de análisis, decisión o creatividad en sistemas automatizados.
Hogares de apoyo para personas con enfermedades graves
Cuando hablamos de trastornos mentales graves, a veces se necesita un poco más de ayuda para retomar la vida cotidiana. Ese es el apoyo que ofrecen en los dos pisos supervisados de Rivas que gestiona la Fundación Manantial y que forman parte de la red de Salud Mental de la Comunidad de Madrid, dentro de un acuerdo marco. “Cuando una persona con trastorno mental no puede vivir de manera autónoma por diferentes motivos, hay una red de recursos residenciales de salud mental que está pensada para poder responder a las necesidades siempre con un objetivo de rehabilitación. Los pisos supervisados son una de esas modalidades”, explica Belén García, psicóloga y coordinadora de los pisos en Rivas y Arganda.
Estas casas ofrecen un entorno intermedio entre la residencia y la vida independiente, donde el paciente no se queda solo en el proceso. Lo que suelen tener en común los hombres y mujeres que pasan por estos pisos es haber sido diagnosticados de una enfermedad mental, estar de manera voluntaria y tener entre 18 y 65 años, aunque García calcula que la media actual está en torno a los 45 años.
Cuando alguien entra en el proyecto, su proceso comienza con una valoración inicial de su caso que hacen los diferentes profesionales que forman parte del proceso. Se fijan objetivos semestrales y se van revisando y ajustando. Se trabaja la gestión económica, la higiene, la alimentación, el autocuidado, las relaciones sociales y las actividades de ocio. En definitiva, la mayoría de las facetas básicas que componen la vida.
Cuando ya están preparados física y anímicamente para afrontar la vida de manera autónoma, aparecen nuevos retos. Volver a la cotidianidad es también, para mucha gente, volver a condicionantes como los precios de la vivienda o la precariedad económica. “Hay muchos factores que van a influir en que los usuarios salgan del recurso y muchas veces el soporte económico familiar va a ser decisivo”, comenta la coordinadora del proyecto.
Como para mucha gente, las posibilidades de vivir solos en un piso son improbables. Por eso, la gestión de la convivencia también forma parte de los objetivos terapéuticos del programa. Como en todas las casas, en los pisos surgen asperezas y diferencias de la convivencia que se tratan en reuniones semanales donde los usuarios exponen sus dificultades y se trabaja “la resolución de conflictos a través de la negociación de acuerdos, de la escucha mutua, el respeto, etc.”
Y es que la dimensión social es parte importante del proceso de rehabilitación. Por eso, uno de sus aspectos más valiosos es la integración comunitaria. “Estos pisos son muy importantes, ya que están insertos en comunidades y barrios de Rivas, lo que les hace participantes de pleno derecho del municipio”, zanja Belén García.
Repensar la sociedad poniendo en el centro la salud
Todas las fuentes consultadas (sin excepción) coinciden en que son necesarios más recursos y más inversión en salud mental para poder llegar a más gente. Pero hay otra cara más esperanzadora: cada vez se valora y se habla más de salud mental, especialmente, entre las generaciones más jóvenes que no están atadas por tantos prejuicios a la hora de ir a terapia.
Psiquiatras y psicólogos han hecho, en los últimos años, muchos esfuerzos de divulgación en todos los frentes para llegar mucho más allá de las paredes de la consulta, desde compartir contenido en las redes sociales a organizar talleres temáticos más cortos y asequibles. “No todas las dificultades requieren terapia individual prolongada. Los talleres y cursos permiten que las personas aprendan habilidades de regulación emocional, manejo de estrés, comunicación y autoconocimiento de manera preventiva”, explica Mario Pastor, de Apraxia Psicología, sobre lo que considera “una forma de empoderamiento, “educación emocional”, que complementa la psicoterapia y fomenta una cultura de autocuidado colectivo.
La salud mental va mucho más allá de la ausencia de enfermedades. Es volver a saborear y a disfrutar de la vida, es encontrarse bien, tener tiempo para dedicárselo a uno mismo y a los demás y mirar hacia el futuro, de nuevo, con esperanza.








