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¿Qué ha matado al arte?

Aquellos que desde hace tiempo venimos transitando, estando, y viviendo el día a día de la actividad cultural, nunca bajo los focos y dentro de las artes plásticas, hemos sido testigos  ¨privilegiados¨ del absoluto y vergonzante deterioro que el arte en esta forma y disciplina  ha experimentado en las últimas décadas.

Es seguro que no pasa advertido el cuestionamiento permanente que, por parte del público, se suscitan a causa de la pregunta ¿Pero esto es Arte?. Lo previsible y recurrente de la pregunta no debería hacernos caer en el descuido dando por buena la deriva ya normalizada. Y es que llama la atención percatarse que, al parecer, todo observador, observadora   o cualesquiera personas que se acerquen al “insondable¨ universo de las artes plásticas -valga la ironía- son distintos al público lector, al público de las salas de cine, teatro o conciertos. Estos sectores recién nombrados quedan sometidos al veredicto del público, eso sí, apoyados con diferentes campañas de promoción que ponen en conocimiento del público su existencia mediante la que se genera demanda ante cada propuesta.

No estaría mal recordar que el público asistente y consumidor de los diferentes sectores culturales es exactamente el mismo que se acerca a exposiciones y propuestas derivadas de las artes plásticas. Dicho esto, cabe decir que este público poco tiene de imbécil e indocumentado. Parece ser también que el arte queda por encima de todo esto y no ha de someterse al veredicto del respetable como el resto de las actividades. Pues bien, aquí tenemos una de las primeras balas dirigidas al corazón del arte cercana a la autoinmolación. Y es que el oscurantismo, a plena luz, que el arte manifiesta en su gestión es meridiano; porque la generación de espacios y la doctrina modulada en el  establecimiento de circuitos en los que sólo en ellos el arte es posible, por mucha pacotilla que en ellos se convoque, han conseguido hacer desaparecer el arte, precisamente, encerrado en su jaula de oro donde el público no ha participado más allá de haber sido usado. Y decimos desaparecer en tanto que se nos muestra como un eje al margen de todo lo demás y la desafección es ya una forma de relación con él. El gueto del arte es una realidad y no saldrá de él mientras se generen propuestas con la única finalidad de articular proyectos con los que mirarse el ombligo. Las propuestas deben ir dirigidas las público, no a satisfacer al propio gremio del arte.

Podría parecer una paradoja, pero si bien parece que los escenarios en los que se desarrollan todas y cada una de las expresiones y actividades están adaptadas a ellas y en el espacio dedicado tienen su razón de ser -excepción hecha en la lírica y narrativa que atesora formato propio- no es menos cierto que son precisamente esos lugares de escena habilitados para las artes plásticas no en sus propuestas museísticas, sino expositivas o ferias, donde ha experimentado sus mayores delirios. Delirios al que nos han convocado déjalo sobre las propuestas la idea, casi indeleble, que aquello que vemos y observamos tiene su principio y su fin allí mismo. Los lugares para el arte contemporáneo son en el fondo los nichos, las tumbas y en algunos casos los mausoleos del presente.

Porque, sin poner en duda las muestras que puedan ser animadas y programadas desde el canal institucional, la realidad nos revela lo más prosaico y mundano de este ejercicio. Una realidad que deriva en la frecuente y casi endémica imposibilidad, que no incapacidad,  para que las y los artistas plásticos puedan desarrollar su labor en los canales profesionales con garantías de desarrollo vital. Este fenómeno no ocurre porque los circuitos de distribución no existan o sean inaccesibles, que los hay y muchos, sino por el absoluto desinterés en ubicar arte en el espacio habitable.  No hay posibilidad de que estos distribuidores sean capaces de generar una demanda, a la altura de la diversidad del público, suficiente para asumir la producción de un porcentaje digno de artistas. Simplemente no existe. Y no existe porque el público ha  asumido que el arte es una cuestión política; una cuestión a programar depositada en manos de quien no asume el veredicto del público, haciendo gravitar la idea de que el arte es un lugar de tránsito y donde no existe elección más allá de lo programado.

El desequilibrio que se perpetra contra los artistas plásticos es una constante, sin eludir la responsabilidad en primera persona. Aquí no caben los eufemismos que en otras disciplinas se utilizan, a saber: firma de libros, de discos, promoción de nuevas películas, producciones teatrales o giras; son formas de señalar que los profesionales de la cultura, a quien haya alcanzado eso sí, están demandando una atención por la que van a ser remunerados con toda la dignidad del mundo. Es decir, van a vender libros, discos o entradas en taquilla… sin complejos y bien está.  Una pena que  en el terreno de las artes plásticas no hayamos encontrado un eufemismo a la altura. La tan cacareada exposición parecer ser que tiene alcance testimonial, que bien puede ser, pero tras ella no o curre nada. Nada. Porque el arte ya no habita en lugares de habitabilidad, sino en la eventualidad de lo transitorio. En esas jaulas de oro programadas a tal efecto del que nunca sale y cuya promoción y divulgación en medios e instituciones es prácticamente nula.

Juan Antonio Tinte

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