Los Premios Princesa de Asturias (antes Príncipe de Asturias) como ya es sabido son unas distinciones a las que desde su creación se les quiso conferir el máximo prestigio, y otorgarlos a personalidades o instituciones que la Fundación considerara que fueran merecedores de tal distinción.
Este año 2020 el Premio Princesa de Asturias de la Concordia ha sido concedido a los sanitarios españoles en primera línea contra la COVID-19, que según expone parte del Acta de concesión del Premio “…Son miles de personas, que desde sus respectivas responsabilidades y tareas, en centros sanitarios públicos y privados, y otros servicios, han estado en contacto directo con los pacientes afectados por la COVID-19, conformando la primera línea en la lucha contra esta enfermedad. Con su heroico espíritu de sacrificio, y asumiendo graves riesgos y costes personales, incluso la pérdida de la propia vida, se han convertido ya en el símbolo de todas las personas, instituciones y empresas enfrentadas a esta pandemia, reconocido como tal con constantes muestras de agradecimiento y solidaridad no solo por el conjunto de la sociedad española, sino también en el ámbito internacional…”.
Evidentemente esta distinción, sea uno monárquico o no, o provenga de donde provenga, a cualquier ser humano debería parecerle merecidísima, y a sus adjudicatarios considerarles a un nivel tan alto que excede cualquier premio.
Pero, y es una opinión personal, considero que existe un aspecto en este premio y en esta ocasión que podría ir más lejos de la demagogia. La dotación de estos premios es de 50.000 euros, que se reparten a partes iguales entre los galardonados cuando el premio es compartido, además de una escultura de Joan Miró, símbolo de los Premios, y el diploma acreditativo, entregado por la propia princesa.
Una impresionante parte del esfuerzo, el riesgo y el heroísmo que estas personas han tenido, y tienen, que poner para enfrentarse a lo que ya conocemos, además de por la idiosincrasia del alcance de la pandemia, radica en la situación en que la misma ha coincidido con una sanidad pública que ya llevaba siendo muchos años diezmada, infradotada, desmantelada en muchas ocasiones y aspectos, y prioritariamente en el que siempre es prioritario en la vida: el elemento humano, las condiciones laborales y de distintos tipos en que los sanitarios deben desarrollar su labor día a día.
Se me ocurre que en este caso, la dotación del premio tendría que ser distinta: habría que prometerles también con Acta a todos estos sanitarios, y cumplirlo, que nunca más en España la monarquía ni ningún gobierno nacional o autonómico iba a consentir que eso volviera a suceder. Que iban a dotar este Premio con una legislación inmediata que obligara a que todos los Presupuestos de España y para siempre contemplaran que jamás iba a suceder lo que hemos estado viendo con la sanidad pública tantos años.
Y la ciudadanía, ahora ya más que con las palmas con los nudillos, deberíamos todas los días de la vida llamar a la puerta de la Princesa de Asturias, del Rey, del Presidente del Gobierno, de todos los presidentes y presidentas autonómicos, para que más allá de la foto y la emoción que produzca la entrega de este Premio de la Concordia, se concuerden realmente, se comprometan a que todos los sanitarios se vean compensados para siempre tanto en sus sueldos, como en las dotaciones de los lugares donde deban trabajar o luchar… y que sean suficientes los trabajadores.
Ese podría ser un justo y buen premio que, además, dotaríamos entre todos.
Enrique Vales Villa