“Pórtate bien”
¡Pórtate bien! Es una de los deseos y de las consignas que con mayor frecuencia empleamos los adultos a la hora de despedirnos o de corregir a nuestros vástagos. Con ella tratamos de dar una última recomendación y esperamos que nos sigan teniendo presentes cuando ya no estamos con ellos.
Podemos pensar que es una instrucción clara, para ayudarles a cumplir con nuestras expectativas y deseos. Pero no siempre es así. Cuando decimos ¡Pórtate bien! podemos estar refiriéndonos a cosas muy distintas como ¡No te muevas!, ¡No molestes!, ¡Escucha! , ¡Obedece!, ¡Piensa!, ¡Participa!, ¡Comparte!…
En general, es difícil que las criaturas sepan, o adivinen, a qué nos referimos en concreto en cada ocasión. Además, no vale lo mismo en todo tiempo y lugar, porque en función de la edad, de las circunstancias, del espacio la manera de actuar cambia. No es lo mismo portarse bien en la calle, que en patio, que en la clase o en casa. No es lo mismo si estamos solos que si estamos en compañía.
Tendríamos que hacer un esfuerzo de comunicación y transmitir bien a qué nos referimos. Sin embargo, en general, no funcionamos así. Y en lugar de un diálogo y una explicación de lo que esperamos de ellos tendemos a intervenir directamente y en plan ejecutivo, valga como ejemplo esta serie de órdenes: ¡obedece!, ¡no rechistes!, ¡cuida tus cosas!, ¡comparte!, ¡esto no te importa!, ¡te crees muy listo!, ¡dale un beso!, ¡defiéndete!, ¡no te pelees!…
Nos podemos reconocer en estas expresiones. Pero no podemos pensar que van a servir, salvo que detrás esté una autoridad extrema que haga que se tomen como órdenes indiscutibles. Y ese modelo no creo que lo consideremos válido.
Supongo que compartimos que detrás del ¡Pórtate bien! lo que verdaderamente les estamos diciendo es que queremos que traten de ser responsables, de no asumir peligros exagerados, de cuidar y tratar bien a los demás, de evitar choques y colaborar…
Y eso no lo van a hacer simplemente porque se lo digamos una o mil veces si no lo tienen interiorizado. De ahí la necesidad de ofrecerles ejemplos y que puedan aprender de ellos. Para lo cual la interrelación y la convivencia común deberían funcionar bajo esas mismas consignas. De forma que tengan modelos y puedan aprender de ellos.
Por lo tanto, lo que nos queda es avanzar en la convivencia, en el diálogo, en el respeto, en el ponerse en el lugar del otro, en valorar el cuidado, en ser conscientes del daño que podemos ocasionar… y aprovechar el día a día para ir generando esos modelos, aprendiendo a vivir los conflictos con respeto, entendiendo que son consecuencia de maneras diferentes de ser o estar y que debemos intentar resolverlos de forma que ganemos todos y no con la imposición de una de las partes.
Esta es la tarea educativa que tenemos por delante. Debemos intentar que el hogar contribuya a ello, y, en lo que respecta a la escuela, debemos tratar de encontrar centros que funcionen con esas premisas de diálogo, aceptación, respeto… Y si, por desgracia, no es así en nuestro caso, animarnos a participar para que nuestra voz y nuestra manera de pensar sean tenidas en cuenta. Nuestros hijos e hijas saldrán ganando. Y toda la sociedad con ellos.
Aunque ya tenemos nuestros años, también seguimos bajo el imperativo ¡Pórtate bien!. A cada cual nos toca pensar a qué nos compromete en nuestro hacer individual y social para conseguir una sociedad más justa y acogedora..
Colectivo EQS – Miembros del Movimiento Cooperativo de Escuela Popular (http://www.mcep.es)