La Constitución de 1978 supuso la culminación del arduo proceso político que fue capaz de desmontar todos los pilares del sistema legal y la arquitectura institucional de un régimen autoritario de casi cuarenta años, sustituyéndolos por otros plenamente democráticos y acordes con los estándares europeos. Lo que se hizo fue algo tan difícil como demoler un edificio hasta sus cimientos para construir otro nuevo, pero manteniendo a sus moradores dentro y evitando que en ningún momento quedaran a la intemperie o fueran víctimas de la caída de algún escombro.
Nuestra democracia constitucional fue el fruto de un anhelo social mayoritario de construir una “libertad sin ira”, de cerrar las heridas del pasado mediante una fraternal reconciliación y de mirar hacia adelante apostando decididamente por la modernización de nuestro país. Las fuerzas políticas de aquel momento clave supieron entender lo que la ciudadanía esperaba de ellas y, gracias a eso, tuvieron el gran acierto de resolver sus diferencias –que no eran pocas- aparcando rencores, dialogando y construyendo un espacio de consenso del que nadie pudiera sentirse excluido.
Nuestra Constitución es la mejor garantía de nuestros derechos y libertades bajo el imperio de la ley, así como también es el baluarte que asegura el derecho a la autonomía de los territorios de España dentro de su indisoluble unidad. Además de todo eso, nuestra ley fundamental, por razón de su propio origen histórico democrático, es también la brújula que nos fija el rumbo correcto. Seguir ese rumbo, a lo largo de estos años, es lo que ha hecho posible el período de mayor estabilidad política y de progreso económico y social de toda nuestra historia.
La Constitución es de todos los españoles, habiten donde habiten y militen en la ideología que militen. Incluso es de aquellos que dicen no creer en ella. Nuestra Carta Magna nos ofrece seguridad y estabilidad para poder seguir progresando. Dentro de ella sabemos a qué atenernos. Fuera de ella, sólo hay inestabilidad e incertidumbre.
Nadie, pues, debería pretender acapararla, o adaptarla a la horma de sus preferencias particulares. Dentro del amplio espacio delimitado por sus principios esenciales, la Constitución debe seguir siendo plural, debe seguir sirviendo para aproximarnos a nuestros adversarios políticos, jamás para excluirlos.
El gran pacto político que en 1978 hizo posible la aprobación de nuestra Constitución, estuvo basado en la tolerancia y el respeto mutuo, en saber comprender que, en el terreno de juego de la democracia, hay muchas maneras de entender la realidad y que todas deben coexistir sin que ninguna avasalle a las demás. Por eso es esencial que todas las fuerzas políticas sinceramente democráticas, jamás rompan su unidad en torno a ese compromiso básico, una unidad que no impide la pluralidad, sino que la garantiza y que solo excluye a aquellos que pretenden acabar con ella sin respetar las reglas del juego.
En definitiva, el motivo fundamental para celebrar el aniversario de nuestra Constitución es que sigue siendo el marco de referencia para nuestra concordia y nuestra libertad. Que nunca deje de serlo ha de ser nuestro mayor deseo y nuestro más firme compromiso.