“No hay aprendizaje en el sufrimiento emocional”

“No hay aprendizaje en el sufrimiento emocional”

Entrevista a Verónica Ruano, psicóloga y directora de Raíces.

Hace ya una década que la puerta del local de Raíces Psicología Infantil

(C/ Los Astros, s/n, Local bajo) se abrió por primera vez para convertirse en una entrada al bienestar psicológico y emocional de muchos niños y niñas ripenses y sus familias. Su lema resume su propósito: «Raíces para crecer, alas para volar». En este gabinete, formado por unos once despachos y una gran sala común, los más pequeños pintan sus miedos, colorean sus emociones, juegan a ser quienes quieren ser o aprenden qué es eso que les ocurre y que no les deja comer bien, dormir o concentrarse en el colegio. Y sus familias crecen con ellos y ellas.

Raíces tiene un enfoque muy concreto: su modelo se basa en la psicología respetuosa y sus profesionales utilizan pedagogías activas, donde no imponen, sino que acompañan el desarrollo de la infancia y la adolescencia mientras dan herramientas a los padres y madres para ayudarles cuando algo no va bien en casa.

Verónica Pérez Ruano es psicóloga, fundadora y directora de este espacio. Pese a que rehuye el protagonismo, acepta ser portada de Zarabanda para poner sobre la mesa lo que más le apasiona: cuidar el mundo interior de niños, niñas y adolescentes y reivindicar un mejor trato para ellos y ellas.

Cuando hablamos de salud mental infanto-juvenil y familiar, ¿de qué estamos hablando?

Lo habitual en psicología infanto-juvenil es que cuando se ve que un niño o una niña tiene una dificultad, se acuda al servicio de psicología. Muchas veces se piensa que es exclusivo del niño, pero es posible que también tenga relación con su entorno familiar. Por lo tanto, lo que solemos hacer es un abordaje mucho más sistémico que tiene que ver con la relación con su familia, cómo ellos abordan el problema, etc.

Y luego hay mucha gente que ya viene directamente con la toma de conciencia de que quizá la familia no esté acompañando bien y tenga que poner de su parte para que se produzca el cambio. Luego hay muchas cuestiones que sí son exclusivamente de la infancia, que tienen que ver con el trauma que el niño o niña haya podido vivir, trastorno de la conducta alimentaria, neurodivergencias… Entonces se aborda de una manera muy holística porque al final los niños se relacionan en muchos ambientes diferentes, con su familia, la escuela, sus amigos…

Cuando tú como psicóloga comunicas a la familia que ellos también tienen que entrar en la terapia, ¿los padres y madres se lo toman bien o les cuesta pensar que ellos podrían estar produciendo algo negativo en el niño?

Es habitual que las familias vengan con ganas de aprender herramientas para aplicar en casa. Trabajamos con el niño o niña pero a ellos les ofrecemos pautas y estrategias para manejar la situación desde casa y eso se recibe muy bien porque ellos también están muy perdidos, no te enseñan a ser padre o madre. De repente viene tu niño, que es lo que más quieres, con una dificultad y tú no sabes acompañar. Entonces les decimos que dentro de un espacio terapéutico también hay un sitio para ellos y, en general, las familias suelen ser bastante conscientes de que algo tienen que cambiar.

Luego hay otros casos que vienen porque se lo ha recomendado el equipo de orientación del colegio o la pediatra y puede que esas familias vengan con más resistencia, pero es poco común que una familia empiece a trabajar y no encuentre la motivación cuando empieza a ver cambios y su hijo empieza a encontrarse mejor. Entonces la respuesta de las familias en general es muy positiva.

¿Esta generación de padres y madres está más sensibilizada sobre la importancia de la salud mental de sus hijos e hijas que las anteriores?

En general, yo creo que la gente tiene mucha más conciencia de la salud mental y eso sí que se nota en el abordaje que se hace luego con los niños. Las familias manejan otro tipo de lenguaje, no quieren reproducir cosas que han pasado con sus padres y entonces se plantean mucho cómo ha sido su infancia. Quizá el discurso de “esto se ha hecho así toda la vida” se lo cuestionan más. Es un gusto trabajar con este modelo de familia porque el pensamiento crítico es la base de la crianza.

La cuestión no es modificarle para que se adapte a cómo nosotros queremos que sea, sino aceptar al niño que es y acompañarle para que sea la persona más feliz. A veces parece que los hijos son nuestra extensión y para mí no es así en absoluto. Eso implica que, a lo mejor, en el entorno tenemos que hacer algunos cambios. Quizá si el niño se queja es porque necesita quejarse si algo no está yendo bien.

Es verdad que hay otro perfil de padres que quizá vemos emocionalmente más inmaduros. Creo que esto es algo también muy social que tiene que ver con el individualismo con el que vivimos, donde a mí me importa lo mío y que las cosas estén bien para mí. Esto a veces se traduce en la crianza y nos dicen “es que yo quiero que el niño pare y no para”, pero a lo mejor el niño necesita moverse porque tiene cuatro o cinco años. Entonces volvemos a poner las necesidades de los niños en el centro y puede que yo, como psicóloga, tenga que decirle al padre que su petición no es legítima y en su lugar lo que vamos a hacer es modificar un poquito el entorno para que ese pequeño esté mejor.

Vuestro enfoque es el de la psicología respetuosa con el niño y con la niña, ¿esto significa que hay una psicología poco respetuosa?

Yo creo que sí. Creo que parte del tipo de psicología que se enseña en la universidad y que no es respetuosa con la infancia. Se enseñan métodos de control de conducta que no se usarían en ninguna otra población. No se concibe, por ejemplo, que en una terapia de pareja se hiciera una economía de fichas en las que si tu pareja se porta bien o mal le pongas caritas sonrientes o tristes y a final de semana la lleves al cine si ha tenido conductas apropiadas. Esa forma casi de amaestrar solo se ve en intervenciones con la infancia. Si esas situaciones las trasladamos a una persona adulta, directamente identificaríamos situaciones de abuso, de poder y de maltrato y eso en infancia se ve normal.

Nosotras lo que defendemos es tratar a la infancia como ciudadanos de pleno derecho que merecen el mismo respeto que tú tienes que tener a una persona adulta. Y esto que parece muy lógico no ocurre en psicología infantil.

Es decir, que si un padre o un cuidador quiere saber si lo está haciendo mal o bien con un niños o niña, tiene que preguntarse si eso mismo que está haciendo lo haría con algún adulto.

Justo, para nosotras la clave de esto es si el comportamiento es respetuoso o no y si eso mismo se haría a una persona adulta.

A una persona mayor jamás se nos ocurriría dejarla llorando para que aprenda ni le castigaríamos. No hay aprendizaje en el sufrimiento emocional. De hecho sabemos que cuando el estrés está alto es cuando no se produce aprendizaje. Pensemos en los niños de la Franja de Gaza. Es imposible que en este tipo de situaciones se dé aprendizaje de nada y, de hecho, vamos a tener un gran drama con esta generación.

Ahora hablamos mucho de la importancia de la autoestima, ¿es algo que se puede trabajar durante los primeros años de vida del niño?

Hay dos picos para la generación de autoestima. Uno suele desarrollarse a los cuatro o cinco años y otro en la adolescencia.

Hasta los seis años, la autoestima que tienen es la que les dan sus figuras de apego primarias. Si mis padres me están diciendo que soy un niño o una niña capaz, valiente, que puedo hacer las cosas bien es lo que me creo. Cuando viene un pequeño con muy mala autoestima o diciendo “yo soy muy malo” hay que mirar el entorno necesariamente.

Otro gran momento es la adolescencia y la autoestima viene de los iguales. Empiezan a buscar su identidad y a encontrase. Es un momento muy bonito para acompañar esa transición.

¿Qué casos suelen llegar a la clínica?

Hay un sector de casos que no son clínicos y que tienen más que ver con el acompañamiento en el ciclo vital. Son situaciones donde no pasa nada malo, pero la convivencia en casa está siendo muy difícil o no saben cómo acompañar a un pequeño que se enfada muy fuerte, no gestiona bien su frustración, le cuesta hacer amigos, le vemos un poco tristón, le cuesta dormir, tiene muchos miedos… pero todo en un nivel subclínico. Le damos algunas herramientas a este peque, y en general, son familias que vienen ya con ganas de hacerlo mejor.

Hay otro sector que tiene que ver con cuestiones relacionadas con el aprendizaje o trastornos de base como una dislexia, un TDAH, altas capacidades, Trastorno del Espectro Autista, etc. Tienen mucho impacto académico y en lo social también.

Luego tenemos también todo lo que tiene que ver con la parte de salud mental más pura y dura, como son depresiones clínicas, trastornos de la conducta alimentaria, intentos de suicidio, trastornos de ansiedad… no son tan comunes, pero les damos más prioridad porque son las más urgentes.

¿Un niño de 1 a 10 años puede tener ansiedad o depresión?

Sí, existe ese trastorno en la infancia igual que en la edad adulta. De hecho, se diagnostica con menos tiempo porque, socialmente, a un adulto se le permite estar triste más tiempo, pero no es un síntoma común en la infancia. Si un niño muestra una tristeza que es clínicamente significativa hasta el punto de que le impide desarrollar sus actividades de la vida diaria, como jugar o alimentarse bien, tenemos que correr porque es muy importante en el desarrollo que el estado de ánimo esté estable. La depresión infantil existe y además se camufla mucho porque no necesariamente cursa con tristeza, son niños con mucho enfado e ira.

Además, cuando eres un adulto tú tienes baja por depresión, pero un pequeño no, tiene que ir al cole todos los días esté como esté, aunque haga cuatro días haya fallecido la madre. Tenemos mucho que revisar en este aspecto. A la infancia no se le permite la emoción y a las personas adultas sí.

Otro tema del que se habla mucho es del bullying, ¿habéis visto algún cambio o mayor concienciación?

Hemos visto un pequeño cambio y es que empiezan a venir más familias con pequeños acosadores y no solo con acosados, y esto nos parece maravilloso. Conlleva, además, quitarse mucha culpa que trae la familia con la sensación de que han fallado. A estas familias hay que agradecérselo mucho porque es donde está realmente el cambio, aunque siguen siendo la minoría de casos que nos llegan.

Ahora vamos a la adolescencia, ¿prestamos suficiente atención a los adolescentes?

Rotundamente no. Siento que ya nos hemos puesto un poco las pilas con los niños y ya hablamos de esta crianza respetuosa, pero eso se acaba con los adolescentes. Les tratamos siempre como ciudadanos de segunda. Decimos cosas como que “están desquiciados”, “en la edad del pavo” o que “son unos egoístas”. El discurso que siempre reciben los jóvenes es tremendo. A nivel social, predomina la idea de que la adolescencia es muy negativa cuando es un periodo de mucho idealismo, donde se interesan mucho por los movimientos sociales, son tremendamente creativos, les encanta la música, componen canciones, se inventan bailes… Luego tienen situaciones muy complejas a nivel social y están aprendiendo a poner en práctica muchas habilidades. Se relacionan con un mundo adulto que les ve como niños, pero les exige como adultos.

¿Por qué mantenemos esa mirada social tan hostil hacia la adolescencia?

Aunque no lo queramos reconocer, creo que hay un punto en el que, como figuras de apego, padres o madres podemos controlar la infancia. Lo que podemos controlar nos da paz, pero donde empieza la pérdida de control la clave es la confianza. Esto a veces pasa por soltar y esto a los padres les genera mucha incertidumbre, por eso hay que cambiar los modelos también de crianza. Si basamos la educación en el control y el autoritarismo cuando yo ya no puedo controlar viene el problema.

Si tú durante la infancia has construido una relación con tu hijo basada en el respeto, en el cariño y en la comunicación puedes mantenerla en la adolescencia. Si la has basado en la autoridad, no la vas a poder mantener y entonces es normal que te dé miedo. Ahora tienes que empezar a confiar y acompañar desde otro sitio. Los adolescentes necesitan mucho acompañamiento, pero desde otro lugar.

Como ocurría en la infancia, ¿los padres vienen a consulta para saber cómo hacerlo mejor en la adolescencia?

No, vienen porque el adolescente “está insoportable”, es “imposible comunicarse con él” o “está sacando muy malas notas”, pero no suele ser tanto desde el “qué tengo que hacer yo para acompañar mejor a mi hijo” como sí pasa en la infancia. Es algo así como “a mi adolescente le pasa algo y te lo traigo para que lo arregles”, pero cuando les empiezas a enseñar otras estrategias de comunicación es cuando sí se muestran dispuestas a aprender. Ser padre o madre de un hijo adolescente comporta revisarse continuamente porque a veces te ponen contra las cuerdas, te hacen preguntas difíciles o te llevan a cuestionarte cómo fue tu adolescencia y tu crianza o cómo te relacionas con la autoridad. Si no haces ese trabajo, es muy fácil enfadarse con el adolescente y decir que el problema es él.

También tenemos cada vez más adolescentes que quieren venir a terapia y esto es muy bueno porque las familias lo permiten con facilidad.

¿Permitimos a los adolescentes expresar sus emociones de manera correcta? ¿Cuando esto no sucede nos encontramos con problemas como las autolesciones?

Las autolesiones son el paso más extremo hacia la regulación emocional y muchas veces lo usan para calmarse. La emoción es tan intensa que ya no pueden sostenerla y se cortan para bajar esa emoción. Eso es muy peligroso porque conlleva daño físico a tu propia persona. Siempre hay que atenderlo y es bastante más común de lo que pensamos. Algunas veces las madres o padres nos llegan a decir que los hijos lo hacen “por llamar la atención”, pero yo siempre digo que estamos hablando de algo lo suficientemente serio como para no poder permitirnos equivocarnos. Y sí, a lo mejor lo está haciendo por llamar la atención, pero entonces hay que hacerle el doble de caso. Hay que ver qué necesita porque significa que cuando sus emociones han estado reguladas, su necesidad no se ha atendido y ha escalado.

¿Cómo abordamos un tema como el suicidio?

Las ideas suicidas son muy comunes en la adolescencia y en la edad adulta. Como todo lo que conlleva al suicidio es totalmente tabú, no se habla y ahí fallamos mucho en la prevención. A veces, los padres vienen asustados porque lo han leído en su diario o han visto notas diciendo “me quiero morir”. Entonces lo primero siempre que debemos hacer es abordar qué está pasando debajo de esas ideas. Y por mi experiencia con el suicidio, la gente que se quiere suicidar no quiere morir lo que quiere es dejar de sufrir. Intentamos que los adolescentes vean que ese sufrimiento es pasajero, que tú puedes elegir, incluso aunque en ese momento tu vida tenga pocas opciones. Las emociones más desagradables son pasajeras, incluso el dolor más fuerte es pasajero y a veces ellos se quedan anclados ahí. Si no tienen buenas estrategias de afrontamiento, pueden venir otros problemas como el suicidio.

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