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Otro invento del capitalismo

Mujeres singulares en plural: Otro invento del capitalismo

El capitalismo y los “nuevos” templos del consumo.

En 1852, siguiendo los planteamientos liberales del incipiente capitalismo, comenzaron a fundarse grandes almacenes que incitaron a las mujeres al consumismo, tan necesario para el sostenimiento del sistema. Estos comercios se crearon, más o menos, durante los mismos años en diversos países.

En la Inglaterra victoriana, las mujeres que se podían encontrar por las calles eran de moralidad dudosa, es decir: nadie que mereciese respeto. Circulaban las prostituidas o las trabajadoras que, como poco, sufrían el acoso callejero por parte de los hombres (estos no eran de moralidad dudosa). Esta situación solamente se hacía pública en los artículos feministas.

Las mujeres que roban, si son pobres, son ladronas pero si son ricas, son cleptómanas. Esta es la tesis que Nacho Moreno Segura plasma, con gran acierto, en su obra Ladronas Victorianas, cleptomanía y género en el origen de los grandes almacenes.

Extravagancias de la burguesía

Las mujeres de la burguesía tenían que salir acompañadas de sus maridos para comprar en las tiendas de prestigio, lo cual era una extravagancia ya que solían realizar sus adquisiciones en su propio domicilio a donde se desplazaban los comerciantes, sastres, modistas citados previamente y que tomaban nota de sus encargos; la oferta era limitada. Las compras suntuarias se podían hacer desde la comodidad del propio carruaje haciendo que los empleados sacaran los objetos a la calle para ser inspeccionados, desde las ventanas del vehículo. El resto de las compras las hacía el servicio.

El concepto de modernidad se construyó en masculino y por lo tanto con la ausencia de las mujeres y las actividades asociadas a ellas, como las compras. La situación cambió a finales del siglo XIX con la llegada de los grandes almacenes diseñados especialmente para las señoras. Estaban concebidos como lugares propicios para socializar, reunirse y lo más importante: gastar dinero. Eran de tal manera que Charlotte Brönte escribió sobre uno de ellos: “Es un lugar maravilloso: vasto, extraño, nuevo e imposible de describir. Su grandeza no consiste en una cosa sino en la unión de todas las cosas. Cualquier elemento que la industria humana haya creado, se puede encontrar allí… Se le puede llamar bazar o feria, pero un tipo de bazar o feria que un genio oriental hubiese creado.”

Mujeres burguesas robando

Estaban diseñados y decorados de tal manera que las señoras que entraban tenían los objetos al alcance de la mano, pero su adquisición estaba reservada a unas pocas. En aquellos lugares coexistían mujeres de diversas clases sociales, todas estaban condicionadas por un sistema patriarcal y capitalista que definía sus expectativas y sus anhelos. Ante tales tentaciones, las burguesas caían en el acto de coger artículos vistosamente expuestos, estaban actuando del modo en que la cultura de consumo les había enseñado y con la combinación de ideales femeninos asfixiantes, desembocaban en hurtos habituales más o menos deliberados.

La señora burguesa, una vez pillada in fraganti, declaraba que un poder desconocido le había obligado a tocar el objeto y a metérselo en el bolsillo. Estos actos pillaron de improviso a la sociedad ¿cómo era posible que una mujer burguesa que tiene de todo, caiga en estos hechos delictivos? Como siempre, tenía que ver con el sexo y así, en 1893, Césare Ambrosio escribió un libro titulado La mujer criminal, la prostituta y la mujer normal donde explicaba que la menstruación tenía gran influencia sobre ciertos tipos de crimen y que cuando las mujeres jóvenes histéricas robaban era casi siempre durante el periodo menstrual.

Se producía una excitación en el acto del hurto que amplificaba la “envidia del pene”; o como se dijo en un famoso caso, la dama “obtenía más placer de sus robos que del padre de sus hijos”. No podía faltar la alusión a las lesbianas que según el estudio del doctor Sketel, tendían a robar cajitas de música como reflejo de las ansias por maniobrar con genitales femeninos.

Psiquiatrización

El patriarcado capitalista amplió el discurso echando mano al dispositivo de la psiquiatrización: la cleptomanía era una enfermedad inventada, producto de un nuevo contexto que sacó a las burguesas del grupo social de las mujeres abyectas para meterlas en el de las locas, un poco más respetable pero cuyos cuerpos serán igualmente sometidos y controlados. En 1816 el médico suizo André Matthey diagnóstico a la primera burguesa rapaz acuñando la palabra y el estado de klopemanie del griego kleptein es decir robar y manía, o sea obsesión enfermiza.

Si hay necesidad eres una criminal, si lo haces porque no puedes controlarte, estás enferma.

Los robos de las mujeres trabajadoras o sin recursos no se medían ¿miden? bajo los mismos parámetros. A ellas no se les perdonaba simbólicamente el robo por la presión a que las somete su estatus. Se les aplicaba la ley sin miramientos de clase, reduciendo sus acciones a su carácter delictivo e inexcusable; al robar objetos útiles, son simplemente ladronas. Las señoras bien roban cosas inútiles y sus actos son tachados de patológicos.

«Afectada de ‘cleptomanía’ y la compadecen»

Implicaba otro tipo de tratamiento en los juzgados con penas más livianas que fueron aplaudidas por parte de la sociedad y criticadas por una serie de autores como Mark Twain, que protestó contra el atenuante de enfermedad mental incluyendo la cleptomanía dentro de esa categoría. También la líder anarquista Emma Goldman, en un discurso realizado en 1896 exponía lo siguiente:

“Cuando Moisés bajó del monte Sinaí nos trajo Diez Mandamientos, siendo uno de ellos ‘no robarás’. Esta Ley parece que ahora solo se aplica a una cierta clase. Por ejemplo, un pobre y hambriento desdichado, muriéndose de hambre y de frío, roba pan, ropa o dinero, es traído delante del juez y se le pregunta si no conoce el divino mandato que prohíbe el robo. Después se le hace una especie de juicio y es llevado a la prisión. Si un hombre rico roba Estados, fábricas enteras, líneas de ferrocarriles o inmensas fortunas en cambio se le llama ‘un hombre inteligente’ y se le da honores, rangos y títulos [aplausos] si a una mujer rica se le pilla robando en una tienda, las cortes judiciales llenas de personas adineradas tienen una nueva palabra para ella y dicen que está afectada de ‘cleptomanía’ y la compadecen.”

La diferencia entre cleptomanía y robo es sólo una cuestión de clase.

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