La salud es un derecho y la sanidad, un servicio.
Recordando la pandemia COVID-19, desde estas páginas se quiere hacer énfasis en las personas de enfermería colectivo compuesto en su mayoría por mujeres y como todas las profesiones feminizadas, estuvo apenas valorado.
El Consejo Internacional de Enfermeras hizo en 2020 una estimación “a la baja” pues contemplaba únicamente datos de 44 de los 195 países que existen. Estableció que “habían fallecido en el mundo por Covid-19 tantas enfermeras como en la Primera Guerra Mundial”, donde murieron 1.500. El impacto, en un 80% de las mismas, se reflejaba también en los problemas de salud mental, fruto de las experiencias y condiciones laborales adversas que habían afrontado. Demostraron su capacidad de adaptación a esa nueva situación, ejerciendo como verdadero motor de cambio, planificando y liderando las continuas modificaciones organizativas. Pese a ello, queda mucho por avanzar para su reconocimiento y visibilidad.
Al comienzo, las enfermeras eran mujeres sin preparación alguna, con salarios de miseria que fundamentalmente vaciaban orinales y mantenían una más que dudosa higiene en los hospitales. Los textos de aquella época las describían como mujeres casi siempre ebrias, sucias y sin interés por las personas enfermas. Fue Florence Nightingale, la mujer que peleó y estableció la formación y dignidad de tan necesaria profesión para la humanidad.
Elisabeth Eidenbenz
En estas líneas se hará un pequeño homenaje a Elisabeth Eidenbenz, nacida en Suiza en 1913,quien salvó la vida a cientos de niños cuyas madres huían de Franco y de Hitler. Su persona ejemplifica la dedicación y entrega de las enfermeras y lo necesario que es tener siempre en la memoria a las personas que participaron en la historia de nuestro país.
En una entrevista Elisabeth, respondía «Siempre digo sí» cuando se pide mi ayuda para socorrer a los más débiles. Su gran proyecto fue la creación de un centro de maternidad en Elna, localidad cercana al centro de internamiento de Argèles-sur-Mer, en el que nacieron los hijos de centenares de mujeres refugiadas de la Guerra Civil española y la persecución nazi.
Estudió Magisterio en Suiza y dio clases en escuelas de adultos en Dinamarca donde conoció el pensamiento pacifista. Con solo 20 años aprendió los primeros auxilios sanitarios y, en la Guerra Civil española, se integró en el primer grupo de voluntarios del SCI (Servicio Civil Internacional) que, dentro de la zona republicana, socorrían a los niños y a las mujeres embarazadas.
En enero de 1939 salió de España junto con las personas que se refugiaron en Francia huyendo de las tropas franquistas. Fue espectadora, en primera línea, de la actuación del Gobierno francés, que concentraba a los refugiados en las playas de Argèles-sur-Mer, Saint Cyprien y Le Barcarès. Eran campos sin apenas instalaciones sanitarias, las personas se hacinaban en plena playa, sin sitios donde refugiarse; vivían a la intemperie, sin comida y sin higiene. Las condiciones de salubridad eran terribles y la mortalidad infantil rondaba el 95%.
Maternité
Eidenbenz, ante ese escenario, buscó una casa donde las prisioneras de los campos de concentración pudieran dar a luz en buenas condiciones. En Elna, encontró un palacete abandonado que ella misma reparó con la ayuda de otros voluntarios, lo bautizó como Maternité siendo un “oasis de vida en un océano de destrucción”, según sus propias palabras. En diciembre de ese mismo año nació el primer niño de la maternidad, José Molina. Después llegarían casi 600 más, entre los nacidos de exiliadas españolas y refugiadas judías que huían de la persecución nazi.
Con la ocupación alemana y el establecimiento del Régimen de Vichy empezaron a llegar refugiados políticos. Eidenbenz, decidió no cumplir la política de neutralidad impuesta por la Cruz Roja Suiza (CRS) y desobedeció estas directrices. En Elna acogieron a cerca de mil internos víctimas de la II Guerra Mundial: apátridas, judíos, comunistas, gitanos y en su mayoría republicanos españoles. Solo Hitler pudo frenar la fuerza de Elisabeth Eidenbenz; en abril de 1944, la Gestapo cerró la Maternité, pero el trabajo ya estaba hecho.
Las madres judías daban nombres falsos para encubrir el origen de los niños, poniéndoles a menudo nombres españoles para no levantar la sospecha de los gendarmes franceses o de los oficiales de la Gestapo alemana. Cuando estos se acercaban al centro para controlar la identidad de los refugiados, Elisabeth Eidenbenz exclamaba: “¡Esto es territorio suizo!” Defendió como pudo a las madres y a los niños acogidos.
Reconocimientos
Su gesta, viva entre tantos republicanos e hijos de republicanos a los que libró de una muerte casi cierta, quedó en la oscuridad durante muchos años. En 2002, Israel la incluyó en los “Justos entre las Naciones”, distinción que honra a personas no judías que ayudaron al pueblo hebreo durante la persecución nazi. El Gobierno español y la Generalitat de Cataluña le entregaron, respectivamente, la Cruz de Oro de la Orden Civil de la Solidaridad Social y la Cruz de San Jordi en 2006. En 2007 el Estado francés le otorgó su máxima distinción: la Legión de Honor, con ocasión de la entrega de la medalla se sintió colmada de felicidad al reencontrarse con “sus niños” (como ella los llamaba).
La Maternidad de Elna hoy es un museo dedicado a la divulgación de la historia del lugar y sobre todo a la memoria de Elisabeth Eidenbenz.
En 2005 la televisión suiza dedicó a esta “madre coraje” una producción titulada Ein Herz für Kinder: Schweizer Retterin im 2. Weltkrieg (Compasión por los niños: una salvadora suiza en la Segunda Guerra Mundial), dirigida por Annemarie Friedli. En 2009 El director Manuel Huerga rodó la película Las madres de Elna (2009), basada en una obra de la autora catalana Assumpa Montellà.
El 23 de mayo de 2011, tras una vida dedicada a la solidaridad, Elisabeth Eidenbenz moría en Zúrich a los 97 años.