Manipulación hasta en la sopa

De todo sacan una manipulación, o sea, lo aprovechan todo para darle una opor-tunidad a la mentira-manipulación. Sí, en cualquier información buitrean para que salga sutilmente la manipulación; en cualquier contexto cultural buitrean para que triunfe la manipulación; en cualquier “considerada verdad” sacan buena tajada para desnaturalizarla, para desracionalizarla o para hacerla lo más manipulable.
En el fondo es que todos quieren que se cuente la realidad a los pies de sus deseos, de sus opiniones, de sus ideales, de sus reivindicaciones, de sus ban-deras, de sus leyes, de sus tradiciones, de sus euforias, de sus negocios, de sus vaivenes, de sus seguidores, de sus esperanzas, de sus simpatías y de sus di-oses. Y de ahí, en consecuencia, se desarrolla la manipulación.
¡Claro!; para que la realidad se cuente decentemente, ningún truco, sinrazón o cor-rupción en el aceptarla debe existir. Para que la realidad no sea nuestro negocio, el hablar de ella no puede ser parte del negocio. Para que la realidad no sea una “construcción” de nuestras opiniones, nuestras opiniones no pueden ser cual-esquiera, irracionales, idiotas, cómplices de malas reflexiones o “descomunales” por un fervor fanático.
Para que la realidad no sea una deliberación de nuestros deseos, lo que pensemos antes ha de ser totalmente consecuente “con lo que hay”, con la realidad.
Pero siempre ocurre que utilizan la política para tratar de una seudorrealidad (o de una inventada-manipulada realidad), y utilizan la cultura (¡siempre!, ya sea la música, la poesía, etc) para vender algo (una u otra estéticamáscara) que nunca jamás está ni estará en consonancia con la ética o con un no manipular mínimo. Sí, lo peor es que les da igual, ¡igual!, a ellos les da igual.
Es como si lo importante (siendo falsamente importante) lo hubieran impuesto; y, asimismo, como si hubieran impuesto la perversión o la mentira total “como camino a seguir” para los niños, como si hubieran impuesto (ya en claro) la manipulación misma como referente social.
Y, desde eso, nadie ayuda ya a la “luz”, nadie beneficia a los únicos mecanismos naturales de la no-manipulación, o sea, a la decencia sin trasfondo de indecencias o a la razón sin gravámenes de sinrazón (en donde están tantas erróneas compli-cidades). Y, así, nadie permite o facilita o respeta que alguna semilla de bien o de equilibrio germine al fin en lo que sea que se haga en la sociedad.
En el fondo, tal intolerancia (tóxica a algo bueno) realmente impide también que se progrese en los derechos de los niños, en los derechos de los animales, en los derechos laborales, en los derechos de igualdad de las mujeres, en una pacifi-cación civil o en una satisfactoria justicia social.
Bueno, ¿es eso en tanta estupidez una condena?

José Repiso Moyano

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