Combinar entomología con la cuestión central de este mes: la situación de los habitantes de la Cañada Real, nos parecía asaz complicado, pero pensamos que hemos logrado encontrar una “grieta” en la forma de abordar el asunto. No somos políticamente ni socialmente correctos, lo sabemos; nuestro enfoque es una manera transversal de entender las cosas que es la de “ponernos en la piel de los seres vivos” dejando de lado lo que pensemos los humanos (¡antropocentrismo, no gracias!). Permítanos pues hacerlo por una vez y sin que sirva de precedente, de este modo; se lo agradeceremos mucho.
En efecto, el modo de vida de la población que habita la Cañada Real —impuesto por la necesidad, muy a su pesar— es particular, ya que en ella se mantienen pequeños huertos para autoconsumo y animales, aunque pocos, para cubrir las necesidades alimenticias de las familias, y excluye por una parte el uso de herbicidas e insecticidas que tanto se utilizan en la agricultura y cuidado de jardines del resto del territorio y el suministro de antiparasitarios para la ganadería o los animales de compañía.
Por cuestiones de espacio vamos a dejar de lado todo el asunto de los pesticidas pues es de sobra conocido el efecto tan nefasto sobre la fauna y nos vamos a centrar en los medicamentos veterinarios que se emplean para evitar las enfermedades de los animales que o bien se administran por vía oral, tópica o inyectada. El control del parasitismo requiere del uso de medicamentos contra un amplio espectro de patógenos. Entre ellos hay muchos productos: ivermectina, eprinomectina, doramectina, etc., destacando, por su extensión y uso, la primera. Y todo esto está muy bien, claro está, pero ha surgido un problema con el que no se contaba y que, realmente, tiene complicada solución. Y es que la mayoría de las moléculas utilizadas o sus metabolitos se eliminan en los excrementos de los animales tratados, afectando a todos los organismos que los emplean para su alimentación y su reproducción y, para desgracia de los seres afectados, tienen una importante actividad insecticida, principalmente las avermectinas y las milbemicinas (moxidectina).
Y esto se traduce en que, en toda España, están desapareciendo en muchos lugares los coprófagos, tanto desde el punto de vista cuantitativo como el cualitativo, hasta tal punto que muchas estirpes se están extinguiendo. La erradicación local de muchas especies es un hecho irrefutable (hay que notificar que esta fauna particular en nuestro país es, con mucha diferencia, la más rica de Europa, con una tasa de endemismos muy alta en géneros como Jekelius, Thorectes, Silphotrupes, Aphodius y Onthophagus).
Y es aquí donde entra en juego el “modus vivendi” de la población de la Cañada Real. En efecto, desde este punto de vista tan anti-antropocéntrico que hemos expuesto, habría que considerar a este corredor como un “punto clave” para salvaguardar muchas especies que de otro modo desaparecerán (de hecho, les aseguro, como entomólogo experto en este tema, que “es así”). Y ya ven: sin ganado y población en este peculiar corredor no vale esta consideración que sé que a muchos de ustedes les va a parecer como mínimo “extraña” y a otros irrelevante (les aseguro que no lo es, aunque por falta de espacio, no lo puedo argumentar más, pero me gustaría que al menos piensen un poco en ello). En fin, amigos, como diría mi padre (q.e.p.d.): “aten cabos”…
Desde Zarabanda, amables lectoras y lectores, además de agradecer ¡y mucho! su atención, no queda más que desear que pasen un otoño excelente y que se terminen tantos horrores bélicos como estamos padeciendo en estos tiempos tan convulsos para el mundo.