Hace poco asistí al cumpleaños de Felisa, que cumplía 101 años. Una genética esculpida por la dura posguerra consigue que esta mujer siga cosiendo, aunque las piernas le fallen cada vez más. Lo que parece algo excepcional puede irse volviendo más habitual conforme la ciencia va delimitando qué es lo que afecta a nuestra salud y encuentra nuevas formas de alargarnos la vida.
Al mismo tiempo, algo tan aparentemente aleatorio como una tormenta puede matarte, especialmente si también nos inventamos nuevas formas de estupidez, como el negacionismo del cambio climático y la absoluta falta de prevención ante una catástrofe inminente como la vivida durante la DANA.
Lamentablemente, los avances científicos no se están poniendo al servicio de la lucha contra la emergencia climática, ni para proteger a los más desfavorecidos de causas de muerte evitable (que siguen siendo la mayoría en la mayor parte del mundo). Un ejemplo fue el aplaudido aterrizaje del cohete de SpaceX, un hito de ingeniería aeroespacial que se pondrá al servicio de lo que se ha llamado “secesionismo de los ricos” o -dicho en cristiano- que los milmillonarios se van a pirar por patas a Marte si es necesario, antes que ayudar a los demás o cuidar el planeta.
Otro ejemplo es la búsqueda de la eterna juventud (para sí mismo) de Bryan Johnson, un excéntrico millonario que se fue a Honduras a probar una terapia génica que es ilegal en EEUU y que solo se ha probado en ratones. Este ricachón también se inyecta transfusiones de plasma de su hijo. Si de verdad fuera joven, sabría el significado de “cringe”.
La indigencia y la muerte por enfermedades evitables eran el destino para las personas mayores hasta que llegó el mejor invento de nuestra historia de la mano del movimiento obrero: pensiones y sanidad públicas. Por lo que sea, en EEUU aún no se les ha ocurrido probar eso. No es de extrañar que su esperanza de vida sea de 76,8 años, mientras la de España es de 84 años.
Y es que el error que cometemos en nuestra sociedad moderna es abordar la muerte de forma individual, sostiene la filósofa Ana Carrasco Conde. La muerte es el fin de todo, para quien acude a su cita con la Parca. Sin embargo, el duelo se sobrelleva mejor mediante una vivencia comunitaria. Por eso, siempre hemos tenido rituales de entierro o ceremonias religiosas.
Lo único que sabemos a ciencia cierta en medio del esperpento de desigualdades y sufrimiento que rodea a la muerte es que -como dijo el personaje de Rubén Darío en la obra “Luces de Bohemia” de Valle Inclán: “la muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto”. Este mes en Zarabanda hablamos de lo humano de la muerte, de lo otro, nada sabemos.