El periodista Juan Manuel del Castillo relata los intereses de EEUU en conflictos bélicos como el de Ucrania
‘No a la guerra’, lo repetiré hasta la saciedad. Ninguna razón justifica un enfrentamiento entre países donde siempre serán los débiles los perjudicados.
Argumentos como ‘nadie puede consentir que invadan el jardín de su casa’, ‘que la república española se encontró sola porque nadie la ayudó’, ‘que los pueblos tienen derecho a defenderse’, etc. Todos suenan hoy a ridículos, ante el destape de las verdaderas razones por las que se inició la guerra, quiénes han ganado con el conflicto y cuántos millones son los perjudicados. Se trataba de sucios intereses económicos, geoestratégicos y militares de EEUU.
Llevo tres años escribiendo y clamando que la guerra de Ucrania ‘nunca debería de haber empezado’, que el conflicto territorial entre Rusia y Ucrania, debería haberse resuelto en una mesa de negociación y que, de estallar el conflicto, solo podía beneficiar a quien lo llevaba planificando desde hacía años. A la postre, los primeros perjudicados serían los ucranios y con ellos todos los europeos, además del resto del mundo.
EEUU ha salvado su economía durante los últimos años. Después de alentar a Ucrania e implicar a Europa en el conflicto, se encargaron de cortar todos los suministros de petróleo, gas, cereales, materias primas, componentes tecnológicos, etc., para convertirse en el único proveedor de todas esas materias esenciales para el continente europeo.
Hoy concluyen ‘que ya han exprimido suficientemente el negocio de la guerra’. No me creo que las excentricidades, bravuconadas y amenazas de Trump, sean solo exabruptos propios: se trata de un plan perfectamente urdido por los equipos de estrategia del Pentágono y la Casa Blanca, que hasta ahora les ha salido a la perfección. Toda Europa se ha convertido en un satélite dependiente del país americano y han ganado en posicionamiento mundial.
Ahora llegada Trump, rodeado de un gobierno de multimillonarios que han ‘olido un suculento negocio’, y el Presidente recién elegido está ávido de trabajar para ellos (y para sí): “Ucrania me debe muchos miles de millones de dólares por el armamento suministrado y me tiene que seguir pagando para asegurarles su defensa. Europa también tendrá que pagarme (mediante la compra de mis armas. Yo me quedo con las explotaciones de todos los yacimientos de ‘tierras raras’ y otros recursos minerales y estratégicos, también de los puertos, etc.”. ). Curiosamente Europa ha invertido en ayudas a Ucrania 135.000 millones, 15.000 más de los gastados por EEUU. Y el colmo de la hipocresía, es que Trump culpabiliza a Ucrania de haber provocado la guerra “con su empeño de formar parte de la OTAN”; dice que “la guerra nunca debió comenzar, los intereses de ambos contendientes se deberían haber resuelto en una mesa de negociación”. La desfachatez llevada al límite, cuando es de sobra conocido que EEUU llevaba años ‘armando hasta los dientes’ a Ucrania, que alimentó el conflicto en las zonas de ascendencia rusófona y que elevó a Zelenski (un sowmans de televisión) a líder supremo, cuando ahora dice que “su liderazgo es francamente discutible”.
El otro objetivo claro, por parte de EEUU, era impedir toda transferencia de tecnología entre Rusia y Alemania, además de coartar cualquier acercamiento de la UE con Rusia, a pesar de que este país también forma parte de Europa.
EEUU y Trump, no quieren una Europa unida, por eso están negociando con los gobiernos de ultraderecha, apoyando a los partidos de este signo en las distintas elecciones y despreciando o penalizando a países como Inglaterra, España…, u otros de gobiernos progresistas. La pretensión de este ‘neoimperialismo’ es negociar individualmente con países como Italia de Meloni, Hungría de Orbán…, esperando que en Alemanía, Rumanía, Francia, España…, también gane la ultraderecha. Y separarlos del resto.
En un artículo anterior a las elecciones de EEUU, me preguntaba y preguntaba a los lectores/as, si sería bueno para Europa que las elecciones las ganara Trump. Y tanto entonces como ahora, mi conclusión es que para éste nuestro continente desde luego se presenta una oportunidad: romper la dependencia de EEUU, hacerse valer como la cuna de las culturas modernas, ser referente en políticas sociales, en el desarrollo de lo más parecido a la democracia, protectores del planeta, ser gente solidaria y acogedora, etc.
Trump ha llegado con pretensiones de ‘Emperador de la Galaxia’: ha cambiado el nombre al Golfo de Méjico por el de Golfo de América; amenaza a Panamá con adueñarse del Canal; retorna a miles de migrantes a sus países de origen; pretende anexionarse Groenlandia; expulsa a los gazatíes de su territorio para convertirlo en ‘La Riviera Palestina’; incrementa a su antojo los aranceles a las mercancías provenientes de otros países; exige un 5% del PIB de todos los países de la OTAN para incremento del arsenal armamentístico, vendido por EEUU; impone el dólar como moneda de transacciones comerciales; etc.
Otras decisiones internas son: retirarse de todas las agencias internacionales de regulación; supresión de los departamentos de ayuda y solidaridad internacional; suspensión de todas las ayudas excepto a Israel y al ejército egipcio; desmantelamiento de la Administración del Estado; control del sistema judicial; abolición de las leyes de diversidad de género; supresión de los algoritmos de control de las redes sociales y de la IA; dotación de 500.000 millones de dólares para desarrollos de Inteligencia Artificial…, entre otras.
Y por último, ha sorprendido al mundo con su acercamiento a Putin y la negociación del fin de la guerra de Ucrania, excluyendo a Zelenski y a la Unión Europea. Califica a éste de ‘dictador’ y le acusa de ser culpable de la guerra, advirtiéndole que “recuperar el territorio perdido, ni lo sueñen”… Y la reconstrucción de Ucrania la harán empresas americanas, costeada por la UE.
Estas medidas que afectan a Europa, son completamente inasumibles. Por tanto, si Europa no aprovecha esta oportunidad para reforzarse (a todos los niveles) y convertirse en un actor por derecho propio en el ‘tablero internacional’, poca vida le queda a esta Unión Europea soñada por R. Schuman.