La cigarra.

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Este mes, aprovechando la imagen de la “carcasa” —técnicamente se le denomina “exuvia”— de una ninfa de cigarra que nuestra compañera de trabajo Laura Ameigenda encontró el mes pasado en el “Carrascal de Arganda” —ese enclave que tanto valor natural atesora, situado, como muchos de ustedes saben, en Arganda del Rey—, vamos a ocuparnos de este grupo de insectos, las cigarras, tan conocidas por su sonoro y potente canto, en el refranero popular y en la literatura como desconocidas en cuanto a su apariencia, tanto de adultos como de ninfas.

En este caso se trata de la especie más común por nuestra región: “Cicada orni”. En España existe otra pariente próxima, “Cicada barbara”, prácticamente indistinguible salvo por el canto de los machos; ambas están en Madrid, pero esta última es mucho más escasa, sin embargo predomina en Andalucía y en el Levante.

El proceso biológico de estas especies es muy particular: Las ninfas emergen del suelo a finales de junio y siempre de noche. Una vez en el exterior, se dirigen a un punto elevado que puede ser desde una hierba o una ramita hasta una piedra, aunque  prefieren los troncos de árboles o arbustos si es posible. Una vez escogida la zona, se colocan con el dorso inclinado pero más o menos perpendicular el suelo y, tras unos minutos, comienza a rajarse longitudinalmente por la zona dorsal del tórax y va saliendo lentamente. Antes de terminar,  el imago, que permanece colgado unido a la exuvia, comienza extender las alas. Cuando éstas están medio desplegadas y las patas algo endurecidas, se incorpora hasta que despliega totalmente las alas y completa la metamorfosis. Todo este proceso suele llevar entre 2 y 3 horas, pero hasta el amanecer no puede considerarse completamente transformado en adulto y en perfectas condiciones para volar.

Tras unas semanas de cantos y amoríos, la hembra deposita los huevos en unas incisiones que realiza en la madera con el oviscapto. Unos días después  nacen las ninfas, que tienen las patas delanteras exageradamente gruesas porque las usan para cavar en el suelo; al nacer, se entierran y pasan varios años en el subsuelo alimentándose de la savia de las raíces. La mayoría de las especies europeas tienen ciclos de 2 a 5 años, dependiendo en parte de las condiciones climatológicas, siendo de 2 a 3 en la que nos ocupa.

José Ignacio López-Colón

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