El castellano es una lengua muy rica en refranes y expresiones. Siempre hay una ocasión apropiada para decir lindezas tales como no es lo mismo predicar que dar trigo, la avaricia rompe el saco o no confundas el culo con las témporas. A veces, incluso, decimos cosas tales como témporas sin saber muy bien qué significan, que los cambios de costumbres se suceden en la cronología mucho más rápidamente que en el léxico: a estas alturas, la mayoría ya no ayuna ni en Semana Santa, aunque procesione porque hace bonito y los cambios de vestuario siempre emocionan lo suyo; en cambio, a nadie hace falta que le expliquemos qué diantres es el culo porque casi todos tenemos experiencia porque para eso nacemos con uno.
De un tiempo a esta parte algunos políticos de esos que descuellan por sus largas y potentes luces, no me refiero a los que por las puertas giratorias han entrado en empresas del sector eléctrico, no sean ustedes mal pensados, que yo no pretendo en absoluto ennegrecer una labor tan importante, esos iluminados, digo y me reafirmo, han dado en descalificar los argumentos de los contrarios acusándoles de que sus proyectos y leyes son ideológicos. Tales acusaciones, para mí al menos, resultan más que chocantes, porque cuando era niño me educaron en el pensamiento racional, aunque fuera con poco éxito a lo que se ve, y me enseñaron que ser tonto era no tener idea sobre algo, no lo contrario. Pero ahora, los salvadores del mundo, en vez de acusar al enemigo de ser un imbécil de tomo y lomo, lo acusan de lo opuesto, es decir, de tener ideas, de haberse hecho un pensamiento estructurado y de exponerlo a los demás como si fuera algo importante para alguien. Lo señalan con el dedo y se ríen de él. Pero a quién se le ocurre desarrollar el intelecto… Pensar está sobrevalorado. En un mundo en el que todo está bien, la libertad campa por sus respetos y casi todos los artículos se pueden comprar por cuatro perras, ¿quién es el memo que se hace preguntas que no llevan a ningún sitio? Habrase visto mayor desafuero. A mí ya me tienen convencido.
En pocos campos como en el de la educación se libra una batalla campal más encarnizada que en
el de la educación. Y esto no es de ahora, no. Los escolares y los profesores de este país hemos conocido tantas leyes educativas, todas eso sí con nombres casi idénticos, que seguramente el noventa por ciento no podríamos decir correctamente más de tres o desarrollar sus siglas con precisión. Porque, vamos a ver, usted puede decir así, a bote pronto, ¿qué es la LOMLOE? ¿Y de verdad le ha interesado en algún momento lo suficiente como para habérsela leído en el BOE? En un país en el que hay un cuarenta por ciento de ciudadanos que no leen ni un libro al año, ¿habrá diez ciudadanos justos, justos e ilustrados, que impidan al dios de la Biblia reenviarnos las diez plagas de Egipto?
Hasta aquí el apartado de las témporas; vayamos ahora con el del culo. Que la literatura se suprime del currículo, pues eso es ideología. Que la filosofía, esa pseudociencia a la que se dedican los ricos aburridos, se elimina de los planes de bachillerato, eso es ideología. Y también es ideología la inclusión
de la religión como asignatura en el bachillerato, si computa o no para la nota de la EBAU, la ausencia o presencia de educación sexual en las aulas, la segregación de alumnos y la política de becas ya sea por falta o por sobreabundancia. Todo en definitiva es ideología y, por tanto, nos dicen esas voces potentes y superiores debe ser barrida de nuestros centros escolares. Y yo digo, ¡bravo!, ¡hurra!, acabemos con todo el pensamiento, no sólo con el crítico, en nuestros establecimientos docentes, que nuestros alumnos vivan la paz de la ignorancia en plenitud, porque parafraseando a aquel maestro republicano, y corrigiéndole debidamente, claro, si logramos educar a una sola generación en la apatía absoluta, en el nihilismo más recalcitrante, ya nadie más les podrá robar nunca ese tesoro.
Volvamos, pues, a ignorar el presente, la situación social, la historia inmediata, las corrientes filosóficas, los postulados científicos, el conocimiento del funcionamiento del cerebro, el propio cuerpo y sus empeños hormonales, que tan infelices nos hacen, y volquémonos todos en lo que de verdad importa
y no es ideología, esto es y a saber, los Reyes Católicos, el imperio español en el que nunca se ponía el sol, la reserva espiritual de Occidente, el nacionalsocialismo, los consejos atinadísimos del consultorio de Elena Francis, la virginidad hasta el matrimonio, la misa diaria y la caridad de fin de semana para con los pobres.
Porque, no se equivoquen ustedes, defender lo que ya está establecido no es, no puede ser, ideológico. Es que no hace falta ni pensarlo ni argumentarlo; basta con asumirlo y salir a defenderlo con una mano en la bandera y otra en la cartera por si te la roban los mendigos o los inmigrantes. Las cosas siempre han sido así y eso es por algo. Y quien quiera cambiarlas con su ideología sabe que nos tendrá en contra con la fuerza que nos dan la tradición y las consignas. Lo que hay que hacer con la ideología es limpiarse el culo, para que brillen limpios y esplendorosos los muros de la patria.