No sabría decir si se trata de un joven o de un adulto. Adrián vive inmerso en una gran confusión propia de sus veinte años recién cumplidos. Entre la infancia y la madurez, no se conoce y se odia por ello. Odia en general. Creo que nunca le ha importado nada ni nadie excepto él mismo. Se preocupa por hacer ver que es grande, que es fuerte, que es mejor que los demás. Que se vea que vale. Es un niño hombre con pelusilla en el rostro que podría dejarse barba si quisiera pero que aun así se afeita cada tres o cuatro días para no hacer el ridículo.
Adrián se ve a sí mismo como un gran especialista en el mundo de la catástrofe y la crisis. Las decenas de películas yanquis sobre la guerra de Vietnam o su colección de videojuegos belicistas le proporcionan una férrea base sobre la que se apoya a la hora de hablar. Siempre desde la experiencia, por supuesto.
De la noche a la mañana su teléfono móvil se ha llenado de imágenes devastadoras que llegan desde Valencia. Desfiles de vehículos arrastrados por el agua, vecinos desesperados que lo han perdido todo en apenas unas horas y una clase política jugando al sálvese quien pueda de forma descarada. Escenas propias de alguna de aquellas cintas apocalípticas que tanto le gustan. Una crisis con un impacto mediático que rápidamente le recuerda al Covid, solo que esta vez sí puede salir de casa.
¿El pueblo salva al pueblo?
Ante la catástrofe, el desastre que ocupa la cabeza de Adrián acaba por desbordarse. El niño hombre se deja llevar por la riada del odio. Quiere formar parte de aquello, ocupar el centro. En un clima de reporteros que se maquillan las rodillas con barro antes de grabar una pieza televisiva, Adrián ve la oportunidad de alimentar su ego aprovechándose de un pueblo destrozado.
Se sube a un coche cargado con más problemas que soluciones y un maletero a rebosar de afán de protagonismo. Viaja porque entiende que es importante que se vea que colabora, que la única forma de ayudar es ayudarse a sí mismo. Para Adrián los valencianos no son más que niños necesitados de héroes. Le sabe a gloria beber de la crisis y las miserias del resto. En mitad del dolor y la tragedia disfruta del barro valenciano como un vampiro se agarra al cuello pálido de sus víctimas con tal de sobrevivir una noche más.
Artículo de Gonzalo Mozas Martín.