Cuando fui propuesta para situarme al frente del Ayuntamiento, muchos de mis compañeros no entendieron que quisiera disponer de un tiempo para poder tomar una decisión que, sin duda, cambiaría por completo mi día a día. Sabía que sería un orgullo ser alcaldesa de la ciudad en la que nací y en la que me he criado, pero una parte de mí no podía evitar pensar en qué significaría introducirse de lleno en un mundo todavía muy masculinizado, donde la mayor parte de los espacios políticos de poder están ocupados por hombres y donde una mujer parece que ha de asumir que se vaya a opinar sobre cualquier aspecto de su vida solo por el hecho de ser mujer.
Tras las últimas elecciones, el número de alcaldesas en España creció hasta superar las 1.500, solo 85 más que tras los comicios de 2015. La cifra de alcaldes fue cuatro veces mayor, con más de 6.000 hombres al frente. No sucede lo mismo con las Concejalías, donde más de un 40% ya están dirigidas por mujeres. Quizá ese sea nuestro techo de cristal en la vida pública; podemos ostentar una Concejalía pero llegar a las Alcaldías, 40 años después de la reinstauración de la democracia, sigue siendo una anomalía, como señaló la alcaldesa de Barcelona.
En la mayoría de las reuniones a las que asisto como regidora, mis interlocutores son siempre hombres. En muchas de ellas, además, no es difícil notar en el ambiente lo ‘rara avis’ de mi posición, en la que además de mujer entra en juego también la edad. Como mujeres, vivimos en un eterno precipicio de cristal en el que la fijación sobre los éxitos o los fracasos es sin duda superior a la que sufren los hombres. Siendo cargos públicos, estamos continuamente cuestionadas, mucho más que ellos.
El feminismo llegaba a las instituciones para cambiar la forma de hacer política, de ejercer la autoridad. Pero hasta en esto nos topamos con que la realidad sigue siendo profundamente machista y nos encontramos con cuestionamientos que nuestros compañeros no han sufrido en equipos ajenos, pero también en propios.
¿Hace falta una normativa para asegurar que haya cada vez más mujeres en puestos de poder? Por supuesto. La igualdad es una norma constituyente. Las Administraciones tenemos la obligación de garantizarla. Hace falta que las organizaciones políticas estén preparadas para estos nuevos liderazgos que desde el feminismo se están impulsando, que todas y todos, desde nuestro ámbito o sector, empujemos por ello. Tener cuadros políticos en el futuro pasa también por cómo las compañeras más jóvenes ven que son tratadas quienes hoy ostentamos estos puestos.
Pese a todo, seguimos teniendo muy claro por qué estamos en las instituciones. A diario, las mujeres feministas luchamos en las calles y cada vez más en las instituciones por cambiar las cosas. Debemos servirnos de ellas para que los derechos de nuestras compañeras, aquellas con la voz silenciada, se hagan valer y respetar. Nuestro objetivo debe ser que las políticas feministas sean la base transformadora de nuestras instituciones para lograr sociedades más justas e igualitarias.