La tremenda pandemia que seguimos padeciendo, aunque algunos interesados e interesadas hablen en pasado de ella, me ha descubierto cosas cercanas que antes observaba menos porque podía hacer y hacía muchas más cosas en Rivas y fuera de ella.
De golpe y porrazo, la vida de alguien tan vulnerable se vio reducida (tras estar encerrado en casa a cal y canto), a andar por los espacios próximos de la ciudad próxima.
No hubiera sido necesario eso para darme cuenta de la “degeneración verde”, de la explosión del ladrillazo inmobiliario, de la ciudad seca y desarbolada en la que habían ido convirtiendo a esta que llegué en 2002 precisamente por lo contrario.
Es cierto que su ubicación geográfica –casi más manchega que madrileña- y la desertización del planeta (hay quienes prefieren llamarlo “emergencia climática”, pero sin entender ni atender la emergencia) no ayuda por sí misma. Habría que intervenir favorablemente y, de momento todo se queda en postureo en “toreo de salón”.
Pero nada como tener que pasar de las abarrotadas terrazas de personas con mascarilla bajada echando humo, y de los oasis acuáticos macro comerciales en medio de nada.
Nada como tenerse que hacer todos los días el mismo camino ida y vuelta para cumplir con esa tarea de andar que, telefónicamente, recomiendan desde los centros de salud con un cancerbero en la puerta, buscando una sombra, un árbol para no deshidratarse –que también lo recomiendan los telefónicos galenos o enfermeras primarios-, para darse cuenta de que a Rivas podemos llamarle si queremos ciudad inmobiliaria, pero verde no. Descuidado Parque del Sureste aparte. Todos no podemos subir montañas desarboladas.
En cambio, y eso la hace aún mucho más agobiante, más seca, menos atractiva, si podríamos llamarle la ciudad de los cubos de basura, de los contenedores. Vamos a por el quinto.
Es incontable en recorridos tan cortos, la cantidad de contenedores que uno puede encontrar, y no pocas veces tan llenos, y con tantas bolsas y “complementos” alrededor. Es lógico si tenemos en cuenta la ingente cantidad de bloques en altura construidos y en construcción, las –menos- pero también en construcción y construidas casas unifamiliares y la superpoblación generada a ritmo de vértigo que se suma a producir residuos.
En otras ciudades, cuando viajaba, he visto con mucho agrado el sistema de contenedores integrados en la arquitectura de la ciudad, subterráneos con tapas al exterior, y aunque eso no aminore la basura, sí la desoladora sensación que produce una ciudad con cada vez más contendores que árboles, sí produce una situación más higiénica, menos agobiante. Animo a los gobernantes y gobernantas a que los instaure en nuestro municipio.
No, desgraciadamente Rivas ya no es una ciudad verde, es una ciudad con utopía recicladora y una “aromática” incineradora cerca, que va para largo. Y pisos, muchos pisos, cada vez más pisos. ¡Todavía se vuelve a producir una burbuja inmobiliaria si se suman con los otros pisos de otras localidades!
A mí me parece bien, como concepto más que como cubo, lo del quinto contenedor. Pero sin duda me parecería mucho mejor el quinto pino, y el sexto, y el séptimo y centenas de pinos y otras especies que nos incentivaran a producir menos basura y a vivir en Rivas y no buscar el quinto pino antes de llegar a los cipreses finales.
Enrique Vales Villa