Pasar por el tamiz ideológico cualquiera de los asuntos que se plantean en el escenario social a lo largo y ancho del tiempo, es cosa que en España hemos normalizado con una facilidad que, si no fuese por las oportunidades de avance que perdemos en posicionamientos, causaría más sorna que la indignación y perplejidad con las que habitualmente vivimos.
Hablar de liderazgo en este país mantiene unas constantes fuera de toda lógica respecto al resto de países que conforman nuestro entorno. Desde alguna que otra empresa se paga, como quien abona el diezmo, a algún que otro u otra coach que nos “enseña” a liderar, a asumir nuestra posición dentro de una teoría de conjuntos, a escuchar, a renovar, a la eficacia, a la introspección durante el periodo de sesión que, satisfechos de sí mismos, los y las asistentes parecen asumir como una nueva propuesta en sus quehaceres como líderes y directivos.
Esa función renovadora dura lo que lo que la exaltación de la amistad en las primeras fases de la borrachera, un rato y siempre dentro del periodo de embriaguez. Una vez sobrios, los modelos recurrentes de liderazgo se adaptan y ejercen por la vía rápida: imposición y hostilidad gratuita dejando las buenas palabras para la pascua, animando a trabajar más por menos con esfuerzo y denuedo.
Y es que, volviendo al inicio, cuando trazamos nuestro camino para ofrecer una mirada al panorama que aquí en España se nos plantea, sabemos de antemano que vamos a hacerlo pisando una delgada línea que ya en sí misma es un filo, dejando a ambos lados los precipicios por los que es fácil despeñarse.
El asunto de los liderazgos asociados al ejercicio de una actividad parece venir íntimamente ligado a la posición que se ocupa dentro del organigrama que nos propongamos observar o analizar. Si a eso le añadimos el factor femenino, la cosa se torna en compleja y todo tipo de cuestionamientos gravitan tanto sobre las decisiones como sobre las opiniones.
De todo esto podemos ofrecer una constante que sólo un ignorante o torticero puede negar: las mujeres han sufrido a lo largo de la historia silencio, ninguneo, falta absoluta de derechos y libertades, desigualdad, secuestro de oportunidades, violencia… y es que a estas alturas acaso tenga algo de recurrente hablar de lo obvio, pero mala cosa es cuando sigue siendo necesario recordar no sólo las desigualdades, sino la falta absoluta de equidad entre el sector masculino y femenino, los techos de cristal, la asunción de funciones y la conciliación donde siempre el paso al frente y las renuncias tienen género femenino, los desequilibrios salariales…y todo, todo, todo… por el hecho de haber nacido mujer.
Se hace complicado y angosto hablar de todo esto desde la perspectiva masculina, no por falta de planteamiento sino por lo que tiene de vergüenza. Ante una realidad palpable no sujeta a interpretación nuestra posición debía ser la de callar, escuchar y actuar a la par que ellas en las propuestas que desde los sectores feministas se proponen.
El asunto no es menor porque, como ya se ha apuntado, todo depende del sector de población y posición que se ocupe. A saber, los liderazgos femeninos marcan impronta y desde diferentes sectores y asociaciones se trabaja en ello. La cuota de mujeres con ejercicio en el liderazgo sigue siendo exigua respecto a la masculina. Siguen siendo necesaria las cuotas para recordar que todo falla cuando más del cincuenta por ciento de la población no está representada en la proporción del porcentaje que son. Aunque, volviendo a esa delgada línea siempre existe un momento en que hablar de cuotas, tiene algo de condescendiente, algo así como si se diera paso a algo que no les corresponde… da la sensación de que cualquier decisión y el modelo de su implementación esté orquestado para ser cuestionado, para que la presencia femenina esté en tela de juicio y las “cavernas” lancen sus soflamas ideológicas.
Pero la cuestión estriba en que si bien esas cuotas son un factor siempre en debate, cuando bajamos a estratos donde no sólo la brecha salarial sino el tope del salario está determinado por la asignación del puesto a una mujer, la cosa cambia.
Auxiliares de residencias, camareras de hotel, limpieza, dependientas de marcas reconocidas, por poner algún ejemplo, llevan en el contrato su condición de mujer y por ello una sustancial rebaja estandarizada de sus sueldos. No hace mucho pudimos asistir a una reivindicación de tales situaciones por parte de las dependientas de una conocida empresa multinacional española. Y es que el liderazgo no debería vertebrarse a expensas de la posición. Sinceramente, no creo que la presidencia del Banco Santander deje sentir la influencia de una mujer dirigiendo la institución en las políticas internas adoptadas, ni en Inditex o en otras corporaciones. No es cuestión de reprochar la manera en que ejercen sus cargos exigiendo una diferencia frente a la normatividad masculina, sino que los liderazgos hay que validarlos más abajo: en las estudiantes, investigadoras, profesionales de toda condición, empresarias (por supuesto), pero también en las mujeres que tiran del carro de familias, hijos, trabajos y dificultades sin que en ello se articule el factor de liderazgo. Creo que “Malas Madres” tienen mucho que apuntar y señalar a este asunto.
Cuando las conquistas que se han producido por parte de las mujeres se convierten en un factor ideológico, la conquista retrocede. Y lo hace porque los sectores mas caducos de la sociedad, mujeres incluidas, se arrogan conquistas que otrora fueron tachadas de subversivas e insurgentes –no hay más que ver al sector femenino de la ultraderecha- negando el ejercicio del feminismo activo actual por cuanto tiene de permeabilidad en sectores progresistas.
Tanto es así que, valga como ejemplo, en la recién pasada feria de Arte contemporáneo ARCO, dirigida por una mujer, fue ella y no otra persona, la que eliminó la cuota de presencia femenina en el evento. Los argumentos tan peregrinos como absurdos, denotaban esa animosidad en la decisión con carácter ideológico. Pocos hablaron, pocos denunciaron este hecho… no vayamos a caer en críticas que más tarde nos pasen factura y nuestra presencia quede excluida. Parece ser que para algunos sectores de la población la mujer en el arte debería seguir ocupando el papel de musa. Una acepción tan casposa y trasnochada para referirse a la hegemonía masculina en el arte que causa rubor, vergüenza e indignación. Algunos sectores de la población siguen validando el papel de la mujer dentro y fuera del arte como objeto sujeto a la observación. Es tan deleznable que siento cierta nausea y vergüenza sangrante. La causa sigue abierta, las mujeres luchando y teniendo que justificar su presencia porque ante cada avance siempre se abre una fisura por donde el retroceso se apodera de la opinión de la ciudadanía.
Ante esto, y creo saber de lo que hablo, tomando la parte por el todo, vayan a ver las propuestas artísticas que hoy se programan realizadas por mujeres, son las mejores que hoy pueden verse y las que están marcando el camino a seguir, las más valientes y mejor producidas. Vayan a disfrutar de los trabajos que hacen estas artistas consolidadas y emergentes, igual descubren que son muchos los hombres que siguen su estela. Vayan y apoyen a las artistas que han quedado fuera del panorama, no vaya a ser que en unos años descubramos que tenemos que recuperar lo que nunca se debería olvidar.