No es la primera vez que asistimos, y desde aquí ha sido abordado, al encuentro entre realidad y educación. A expensas de la ruptura que ha supuesto este cambio de normalidad a la que tan acostumbra estaba esta sociedad, nos hemos dado de bruces con la realidad. Y es que resulta que la suspensión de las clases presenciales, cierres de colegios e institutos y toda suerte de piruetas para mantener durante este último trimestre la continuidad en la formación del alumnado, ha despejado algunas dudas acerca del sistema y por supuesto, la falta de consistencia de los modelos que nos han intentado imponer como revolución educativa.
Hace ya algún tiempo que se nos somete y juzga por el modelo memorístico que parece mantener la escuela tradicional, y no es incierto. El modelo basado en la memoria, no garantiza ni el aprendizaje y mucho menos la contextualización de lo memorizado en terreno práctico. Pero conviene saber que desde los centros educativos, hace ya tiempo que se dio un sustancial avance en los modelos y en la relación entre las partes de la comunidad educativa. Sin duda, más allá de los modelos impuestos con patente de marca en los que muchos centro han gastado importantes sumas de dinero dejándose convencer en alternativas educativas, la realidad ha puesto en su sitio a los gurús que, en esa práctica tan habitual de polarizar el discurso para validar el propio, se han olvidado del tremendo trabajo que desde hace años vienen haciendo profesores y profesoras, fruto de la observación y la adaptación a las necesidades que el alumnado ha ido requiriendo, siempre, con más esfuerzo de los y las profesionales que de las administraciones…como en sanidad.
Profesionales de la docencia que han sabido y querido adaptarse, en tiempo real, a los cambios que a lo largo de su ejercicio como docentes -sin etiquetas, ni modelos estructurados en torno a sistema de diseño pedagógico de pago a través de la formación del profesorado- estableciendo nuevos canales y maneras de impartir sus áreas de conocimiento, en un constante debatir y deambular por la realidad del día a día y la evolución que ello acompaña.
Es posible que esos cambios, notables y visibles, se hayan suscitado en un lento discurrir que nos han llevado hasta aquí. Pero son cambios que no disfrutan de patente, ni categoría de sistema pedagógico. Sistemas, otros, promocionados y vendidos por esa “noble” y “altruista” revolución empresarial colmada de coach y cursos “hipermotivadores” que empresas del IBEX, grupos mediáticos y banca se empeñan en lanzarnos parasitando un lenguaje progresista que sólo se sostiene en el desconocimiento de su finalidad.
Podríamos pormenorizar y desglosar la cantidad de barbaridades que estos sistemas proponen como revolución educativa; podríamos hablar de cómo, de repente, la comunidad educativa al completo, según sus postulados, está obsoleta y equivocada, para que lleguen los “revolucionarios” que no han pisado un aula a contarnos cómo se transforma el sistema bajo el paraguas de de una promoción bien publicitada, de pago y el esplendor de un mal interpretado e idílico entorno de desarrollo educativo.
Los profesores y profesoras a lo largo del tiempo se han formado y siguen formando. Conocen a sus alumnos y alumnas y adoptan modelos que no convergen en sistemas de ese “mundo feliz” propuesto por los mal llamados “nuevos sistemas” porque ya se estaban aplicando desde hace tiempo en algunas áreas donde cada docente veía posibilidades de generar nuevos canales sin alterar de manera sustancial el contenido.
Que el sistema actual tiene fallos y lagunas, no hay duda. Pero la modificación del sistema por zafarse de esos fallos, no viene, precisamente, por la implantación de sistemas que, en el fondo, marcan la diferencia entre quienes pueden y quienes no pueden implementarlo en sus centros. La mejora del sistema pasa por dotar de recursos y profesorado al sistema, por la atención a la diversidad y por dejar trabajar a los profesores y profesoras desde la libertad de cátedra sin la obligación de dedicar atención prioritaria al ingente caudal de burocracia que, cada curso más, se cierne sobre su mesa y hay que atender sin demora.
Si algo nos ha dejado claro este período de confinamiento en materia educativa, es, desde luego, la fragilidad de estos “nuevos modelos educativos de pago” que sitúan al profesorado como “último recurso” – no es un invento, tal cual se propone en la formación que se recibe al respecto-. Nos ha enseñado que los profesores y profesoras son los que vinculan a los alumnos con el conocimiento, que un dispositivo no es sustitutivo en la búsqueda de información ni la manera en que nuestros hijos e hijas deban formarse. Este período nos ha enseñado, por si no estaba claro, que el profesor y profesora son quienes generan interés en el alumnado, quienes conocen a cada cual, quienes atienden y comprenden y que, de ninguna manera, son los comodines que deben hacer divertida por sistema una clase, sino interesante, atractiva y punto de partida de los intereses propios del alumno y alumna. Que aprender, no es un juego…que luego ocurre lo que sucede. Estos meses han hecho visible el valor del aula, la legitimidad del profesorado como aglutinante, la necesidad de su palabra frente al océano de información imposible administrar entrando por plataformas digitales. Un período éste que ha debido servir para dejar claro a muchos la enorme labor del profesorado y la necesidad de dotar a la educación de los recursos humanos necesarios y la criminalidad de los recortes en educación.
Juan Antonio Tinte