En los cuentos de príncipes y princesas, los personajes estaban claros. En los escritos de las grandes religiones, también. Un hombre y una mujer (que debían atraerse entre sí, por descontado, aunque nunca supimos qué pensaba Eva). La medicina del siglo pasado se encargó de catalogar como trastorno cualquier desviación de la norma.
Pero en cualquier momento de la Historia, muchas personas encontraron que esos “cuentos” no se ajustaban del todo bien a cómo y a quién querían amar o cómo se veían a sí mismos. “Queer” significa “extraño” o “poco usual”. Pero lo poco usual era encontrar a personas que encajaran en los tipos ideales de lo que “un hombre” o “una mujer” debían ser. La realidad siempre es más compleja que las etiquetas.
Según un estudio de Ipsos, España es con un 14% el segundo país del mundo (tras Brasil) con más población del colectivo LGTBIQ+. Eso no es ser “extraño” o “poco usual”, son tus dos vecinas tan majas (“no somos amigas, nos comemos el coño”, corean el Día del Orgullo) o ese dependiente que te atiende en el súper, aunque no tenga “pluma”. Igual tu abuela era bisexual y consciente de ello, pero nunca lo verbalizó, porque nunca pudo experimentarlo.
Los grandes avances de los últimos años han generado una reacción de inseguridad y odio. Porque vemos a otras personas que son distintas a cómo hemos aprendido (o nos han enseñado) a ser…y una sombra de duda nos corroe: ¿y si no soy como siempre he dado por sentado? No hay nada más desestabilizador que cuestionar la propia identidad, por eso la homofobia es tan frecuente en personas que han reprimido sus expresiones y orientaciones sexuales en un intento doloroso de amoldarse al rígido estereotipo que su entorno o la sociedad espera de ellas. Otras veces, sencillamente, es el miedo reaccionario de quién está cómodo en un “orden” inalterable que colectivos históricamente discriminados empiezan a cuestionar.
No tengamos miedo a las preguntas, no tengamos miedo a la libertad de elegir respuestas diferentes. Puedes ser un machote aunque una vez tuvieras un sueño erótico con ese amigo tuyo o puedes, en el momento de la vida que quieras, experimentar la bisexualidad que has reprimido. No hay situaciones idénticas. Ambas son posibles. No tengas miedo a lo “queer”, porque “queer” pueden ser tus hijos y necesitarán tu apoyo y tu cariño.
La única norma que debe importarnos es el respeto a la existencia de otra persona. La única desviación peligrosa es la del odio al diferente. Puede que el colectivo LGTBIQ+ sea una minoría, pero que nadie tenga la menor duda de que expandir y ampliar los límites de lo que entendemos por amor, nos beneficia a toda la sociedad.