En estadística se llama moda al valor que más veces se repite en una distribución, así y por extensión, utilizamos la palabra moda para referirnos a usos y actitudes que se utilizan por una parte de la población durante un momento concreto y que en nuestros días rápidamente se sustituyen por nuevas modas que compensan la levedad y la superficialidad de la anterior. Una de las costumbres más extendidas en ámbitos pretendidamente ecológicos es la utilización de productos que llevan la etiqueta de naturales y que según sus promotores poseen muchas y variadas excelencias capaces de combatir e incluso eliminar dolencias de extrema gravedad.
Los nuevos medios de comunicación se utilizan como ventanas de información que han sustituido al vendedor ambulante que recorría los pueblos ofreciendo un “unte” milagroso y útil para infinidad de dolencias. Estos productos normalmente proceden de países lejanos, producidos por personas comprometidas con el medio ambiente y en lugares apartados y difícilmente accesibles, cuanto peor saben, mejores resultados. Rodeados de misterio asaltan de tiempo en tiempo el mercado, para luego desaparecer con la misma rapidez con la que aparecieron, nombres fugaces que rápidamente caen en el olvido. Todo se apacigua, hasta que aparece uno nuevo que sustituye al anterior en una incesante rueda que nos tiene permanentemente atrapados.
Parece que nos cuesta aceptar que lo que el hombre necesita para su sustento está cerca de nosotros, que la naturaleza en su infinita sabiduría produce en las puertas de nuestras casas aquello que mejor se adapta a nuestras necesidades de salud y nutrición, así de sencillo, verdaderos tesoros que han soportado el paso del tiempo. Lo mismo ocurre cuando queremos ser solidarios, buscamos a los que están lejos de nosotros, cuantos más lejos mejor, sin sospechar que hay personas cercanas que nos necesitan, aun peor, sin sospechar que quizás cada uno de nosotros necesitamos el amparo de los otros. En nuestra demencia y en nuestra soberbia miramos hacia fuera, dando por hecho que estamos en mejores condiciones que a los que pretendemos socorrer. ¡Si nos parásemos un momento, o mejor, muchos momentos!.
Vivir es simplemente ser testigo de lo inmediato, de aquello que tenemos delante de nosotros. No necesitamos este ritmo vertiginoso, no es necesario comportarnos como un salteador de caminos que husmea vigilante en pos de su nuevo trofeo, solo para sentirnos importantes, para sentirnos seguros, para significarnos ante nosotros y ante los que nos rodean. La enfermedad es solo un mensaje de nuestro cuerpo y ese mensaje no es razonable, no está sometido a la razón. El mensaje es lo que llamamos enfermedad. El mensaje es incomprensible, opaco, porque el hombre usa solo, por encima de cualquier otro procedimiento, el contenido que le proporciona el sofisticado lenguaje de la razón. La enfermedad es solo una llamada de atención sobre algo que debemos cambiar en nuestra vida. Lo que el cuerpo necesita no es una poción mágica, sino nuestra fuerza y determinación para torcer el destino y recuperar nuestra integridad. Es ahora más necesario que nunca detenerse y escuchar en el silencio. Rodeados de un exceso de información vivimos abrumados y somos ya incapaces de mirar para tantos sitios, entenderlo todo, saberlo todo. Demasiado ruido, demasiadas voces.
Este preámbulo quizás sea demasiado extenso, pero necesario para llegar a entender que la acupuntura es una forma de comunicación con ese mensaje secreto y sutil de nuestro cuerpo, mágico por ser incomprensible. Un camino válido para iniciar un diálogo con nosotros mismos, en el que está comprometida la totalidad de nuestro ser: lo físico y lo metafísico. Pretende llevarnos más allá de la idea que tenemos de nosotros mismos, y darle a nuestro cuerpo aquello que la razón no es capaz de encontrar.
Evelio Rivera Juárez