Bienvenidos a 2025. Un nuevo año es una frontera artificial, una marca invisible en el río siempre fluyendo del tiempo, sin embargo, nos sirve para reflexionar, hacer planes y que esos buenos deseos nos ayuden a ser mejores (individualmente y como sociedad).
Hay una anécdota sobre una estudiante que le preguntó una vez a la antropóloga Margaret Mead cuál creía ella que era la primera señal de civilización. Ella, la estudiante, esperaba que la antropóloga disertara sobre anzuelos, cuencos o piedras para afilar, pero su respuesta fue: “un fémur fracturado y sanado”.
La alumna se sorprendió: “¿un hueso?”. Con la tranquilidad que da la sabiduría, la gran antropóloga explicó que, en la naturaleza, cuando un animal sufre un accidente y enferma (por ejemplo, al romperse una pierna, es decir, un fémur) muere sin remedio al no poder sobrevivir por sí solo. En ese estado, no puede huir del peligro, ir al río a beber agua o cazar para alimentarse. Es decir, se convierte en presa fácil. Que un hueso sane lleva tiempo y ningún animal sobrevive con una pata rota el tiempo necesario.
Por eso, Margaret Mead consideraba que los restos de un fémur roto de un homínido con señales de haber sido curado por otro homínido es el primer signo de civilización. Hoy, hemos perfeccionado ese primer signo de civilización y lo llamamos “sanidad pública”.
Hay quienes preferirían vivir en la selva, como esas aseguradoras privadas que se han negado a prestar servicios a MUFACE porque dicen que los funcionarios son cada vez más viejos, están más “cascaos” y ya no les salen rentables. Es decir, que se los coman los depredadores del siglo XXI…que a ellos les da igual.
Por alto que se pronuncie la palabra “libertad”, es una falsa libertad dejar desprotegido al débil, abandonado al enfermo e ignorado al necesitado. La civilización es la única garantía de una libertad real que podamos disfrutar colectivamente. Hay que proteger este tesoro llamado “sanidad pública” de los salvajes que quieren devolvernos a la ley de la jungla: “sálvese quién pueda, cúrese quién pague”.
Son los mismos que no celebran otra conquista de la civilización: la democracia. Por eso, se niegan a asistir a los actos de celebración de la muerte de Franco y de la caída de la dictadura.
Esa caída tuvo símbolos literales y bellos como el que protagonizó uno de nuestros vecinos, Ángel de la Vieja, quien con un mazo tumbó el enorme letrero con el nombre de Francisco Franco del Hospital que llevaba su nombre. Ese hospital que hoy conocemos con el mucho más digno nombre de Hospital Gregorio Marañón.
Gregorio Marañón fue un reconocido médico e intelectual, de hondas convicciones católicas y liberales: si viera cómo desmantelan la sanidad pública Quirón a Quirón…perdón, jirón a jirón…la defendería sin dudarlo.