Vivimos tiempos de destemplanza en muchos aspectos: en lo ideológico, lo político, lo social y lo personal. Cada día se encienden las hogueras de las ideas entendidas casi exclusivamente como armas arrojadizas, como espacios de rivalidad y descalificación. Asistimos a polémicas desabridas que no conducen a ningún resultado…
Todo ello va erosionando el equilibrio y la armonía de la convivencia ciudadana, la dignidad de la práctica política en niveles más específicos. El discurso ideológico se convierte en verborrea, la propuesta se rebaja a queja o insulto, a mera pirueta semántica, a palabrería.
Parece una obviedad afirmar que la templanza se construye corrigiendo los excesos de la destemplanza. Es una afirmación verdadera pero incompleta, porque la templanza tiene también su entidad propia y se elabora en la cercanía leal a la realidad objetiva, a un realismo hecho con la fidelidad tenaz de la voluntad, con la constancia y el entusiasmo en la brega cotidiana.
Un realismo auténtico, basado en el pensamiento racional y en la coherencia y claridad de las ideas, pero también un pensamiento cálido, cercano al dinamismo del corazón y a la energía de las emociones. Ambas cualidades – la racionalidad y la calidez- merecen y obtienen una valoración ´moral, social y psicológica distintas y complementarias por parte de la ciudadanía.
Vamos alcanzando así el equilibrio y la armonía que constituyen el núcleo de nuestra vida personal y de nuestro tejido social. Un núcleo del todo ajeno a la tibieza y la mediocridad.
Pero de eso hablaremos otro día.
Santiago S. Torrado