A lo largo de la historia se observa que la mujer es un ser valioso si es dependiente del hombre y se dedica exclusivamente a su función natural de esposa y madre. Sin embargo no se da la misma importancia a conocer el funcionamiento de sus órganos reproductivos, no fue hasta los años cincuenta del siglo XX que el funcionamiento del ciclo menstrual se conocía.
La mujer ha sido considerada durante siglos como un hombre disminuido y sus órganos sexuales como la versión invertida de los masculinos, se los imaginaron con forma de botella redonda de cuello largo y estrecho colocada a la inversa. No fue hasta los siglos XVII y XVIII cuando, a raíz de los descubrimientos de anatomía, se tuvo la visión de ambos como sexos diferentes. Ella quedó entonces definida en función de los órganos que la diferenciaba radicalmente.
En la visión griega de la anatomía y fisiología femeninas se encontraba la mayoría de los conceptos que han formado la construcción del sexo durante siglos; la diferencia fundamental era la continua acumulación y expulsión de sangre menstrual por parte de las mujeres. Toda su vida: sana, enferma, embarazada… se explicaba mediante la menstruación que no tenía ningún proceso análogo en el cuerpo del hombre; todos los seres humanos estaban formados a partir de la sangre menstrual que nutría al feto en el útero materno.
Durante siglos, en las teorías que explicaban la anatomía y fisiología femeninas había dos posiciones sobre la visión del sexo: la aristotélica y galénica del sexo único, según la cual la mujer es un varón imperfecto, y la teoría de los dos sexos, que afirma la existencia de una diferencia absoluta y radical entre hombre y mujer. Hasta el siglo XVII predominó el modelo de sexo único: se creía que las mujeres tenían los mismos genitales que los hombres, aunque estaban en el interior del cuerpo.
La interpretación del sexo único se defendió no sólo en los distintos tratados de anatomía medievales, sino que se mantuvo incluso tras las disecciones que comenzaron a practicarse de finales del siglo XIII hasta el XVI. Los datos que brindaban los cuerpos diseccionados se interpretaban de manera que pudiera seguir teniendo vigencia el modelo, o más bien su interpretación del cuerpo femenino como una versión inferior en función del masculino.
El primer dibujo correcto del útero lo realizó Leonardo Da Vinci, siglo XV, demostrando que tenía una única cavidad ya que, hasta entonces, se creía que consistía en siete cavidades. Asimismo hizo las primeras ilustraciones de la vulva, aunque los genitales externos femeninos ya se mostraban en figuras esculpidas en la antigua Babilonia.
Fue en el siglo XVII cuando se fue produciendo un desplazamiento hacia el reconocimiento de dos sexos diferenciados, con un mayor interés por la fisiología y las funciones específicas de cada sexo. El útero dejó de ser un pene invertido y se le prestó un nuevo interés por su función en la reproducción junto a los ovarios; esto determinó una visión de la mujer, y los trastornos que la definían y controlaban, que estuvo presente hasta el XIX.
El útero era responsable del comportamiento irracional y la locura de la mujer: la histeria. Fue descrita por Platón, Hipócrates y en papiros egipcios. Para la antigua Grecia el útero deambulaba por el cuerpo causando enfermedades a la víctima cuando llegaba al pecho. Era una enfermedad causada por la privación sexual en mujeres particularmente pasionales; se diagnosticaba en vírgenes, monjas, viudas y algunas mujeres casadas. La prescripción en la medicina medieval y renacentista era el coito si estaba casada, el matrimonio si estaba soltera y el masaje de una comadrona como último recurso, esta idea se mantuvo durante siglos. En el XIX se convirtió en un diagnóstico frecuente dentro de una profesión médica dominada por hombres.
Las «damas histéricas» empezaron a llenar las salas de espera de las clínicas, a la espera de recibir «curas» que consistían en masajes genitales practicados por el médico con el fin de producir «paroxismos», que no eran otra cosa que una forma educada de llamar al orgasmo. Como los médicos empezaron a sufrir de calambres crónicos y de fatiga en las manos, la invención del vibrador mecánico fue un alivio bien recibido. La histeria fue retirada en 1952 de la lista de enfermedades modernas de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.
En 1677, Leeuwenhoek comerciante de telas y fabricante aficionado de lentes llegó a la conclusión de que la fertilización ocurría cuando los espermatozoides penetraban en el óvulo, fue el primero en descubrir la presencia de éstos en las trompas de Falopio y el útero, también demostró que se producían en los testículos. Para la ciencia en aquellos momentos el origen de los seres humanos era un misterio. Sus hallazgos sobre los espermatozoides fueron mantenidos en secreto, fue entre 1798 y 1807 que sus trabajos fueron publicados, omitiendo todos los pasajes que eran considerados ofensivos para muchos lectores. No fue hasta finales de los años cincuenta del siglo XX que las investigaciones sobre espermatozoides de Leeuwenhoek recibieron la apreciación que merecían.
Mientras continuaba la teoría de la mujer como un ser en permanente riesgo de enfermedad y condenada a una perpetua esclavitud de su sexualidad, dominada por un útero ávido de semilla masculina, cuya insatisfacción podía provocarle incluso la muerte. Para evitar la enfermedad, su naturaleza le exigía establecer relaciones sexuales dentro del matrimonio, única forma de satisfacción sexual aceptada, que deberían realizarse con una serie de limitaciones impuestas por los consejos médicos y religiosos, y casi únicamente dirigida a la procreación.
El parto, el nacimiento de un nuevo ser, daría el sentido único de la existencia de la mujer, la colocaba en un nuevo riesgo, y debía ser motivo de sufrimiento con el que debía purgar el pecado original por el que Eva trajo el mal al mundo. Esta idea quedará presente durante siglos, así los doctores victorianos se negaban a administrar cloroformo en el parto.
Para bucear en la historia de la investigación y descubrimiento de la procreación he seguido, entre otros textos, la tesis doctoral que Dª Pilar Iglesias Aparicio presentó en la Universidad de Málaga en 2003, titulada “Mujer y Salud: las escuelas de medicina de mujeres de Londres y Edimburgo”.
Según la OMS, en 2020 cada día murieron casi 800 mujeres por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto, el 95% de todas ellas se dieron en países de ingresos bajos y medio bajos. La atención a cargo de profesionales de la salud antes, durante y después del parto puede salvar la vida de la madre y del recién nacido.