El pasado miércoles día 20 de diciembre, tuvo lugar el acto de entrega de premios a los ganadores de los ‘Certámenes Literarios de Covibar’. Este ‘certamen’ ya es un clásico que se ha ido consolidando desde hace varias décadas. Son muchos los adultos vecinos y vecinas de Rivas que en algún momento presentaron un tema a concurso en los ‘Certámenes de relatos de Covibar’. A los concursos se puede presentar cualquier persona y de cualquier edad. Los temas son CUENTOS INFANTILES, RELATOS BREVES, CARTAS DE AMOR, CARTA MI PADRE, CARTA A MI MADRE y UNA TARDE EN COVIBAR. Y los premios oscilan entre 150€ y 450€.
La sala Miguel Hernández del Centro Social de Covibar, Armando Rodriguez Vallina, estaba abarrotada de público y hubo muchos ganadores y menciones a la calidad y buen hacer de los concursantes.
El acto se cerró con la actuación del ‘Taller de Canto’ que interpretaron canciones populares y algún villancico. Y también un pequeño aperitivo de dulces y bebidas. Con autorización de los autores, reproducimos dos de los escritos ganadores, el de Oscar Fernández, 2º clasificado en el Certamen Literario ‘Una Tarde en Covibar’, con el relato ‘La despedida ausente’ y el escrito de Rosa Puig, en el certamen ‘Carta a mi padre’, Tercer premio con ‘El día del padre’. GANADORES CERTÁMENES LITERARIOS Las obras premiadas durante 2017 en los certámenes han sido: CUENTOS INFANTILES Categoría B RELATOS BREVES Categoría B Categoría C CARTAS DE AMOR CARTA MI PADRE CARTA A MI MADRE UNA TARDE EN COVIBAR Primer premio queda desierto. EL DÍA DEL PADRE Hola papá, como el domingo es el día del Padre te escribo esta carta, porque a lo mejor este año que termina en siete te apetece venir a la fiesta que vamos a hacer, porque el siete es tu número preferido….Es un poco raro porque una fiesta del Padre sin padre no la entiendo muy bien, pero mamá dice que es igual, que el abuelo también es padre y la vamos a hacer con él, pero no es lo mismo. A mí me gustaría decirles en clase que también ha venido mi padre, porque en el colegio hacemos regalos, y yo se los doy al abuelo, pero este año te lo quiero dar a ti. Ya sé que no te gusto y que te saco de quicio, se lo oí decir un día a mamá cuando ella se creía que yo estaba dormido, y le contaba a la tía Lola porqué nos dejaste. Pero el quicio es la parte de la puerta donde se mete el espigón de madera y con el cual gira ¿Qué tiene que ver el quicio de una puerta conmigo? Tengo un síndrome de algo que no me acuerdo como se llama, pero dice mamá que no es culpa mía, y que algunas personas nacen como yo, que somos difíciles de tratar y que nos cuesta comunicarnos con los demás, pero a mí no me hace falta y cuando estoy solo tengo la sensación de que soy de algodón, y estoy bien. Me siento mal cuando hay mucho ruido y todo el mundo quiere que esté con ellos haciendo cosas, me pongo muy nervioso y no sé por qué empiezo a pegarme cabezazos contra la pared, para que el ruido desaparezca. Si eso es lo que no te gusta de mí, prometo no hacerlo si vienes. Hay otros niños en clase que sacan malas notas, sobre todo en matemáticas, física y química, y sus padres se enfadan y les castigan sin vacaciones, pero yo como tengo ese síndrome, lo entiendo muy bien y me resulta muy fácil, así que no tendrías que enfadarte conmigo por eso. Yo creo que te gustaría ver mis notas. Mamá nunca habla de ti, dice que te portaste mal al abandonarnos y que eres un egoísta y una mala persona, pero yo no sé si eres mala persona solo por haberte ido. Las malas personas son las que matan y roban. Le he preguntado a mamá y dice que tú nunca has robado ni matado a nadie, entonces no comprendo por qué dice eso. Siempre que hay fiestas aquí en casa son muy aburridas, porque no tengo amigos y solo vienen los abuelos. Yo estoy bien con ellos, pero como no me gusta hablar mucho, solo comemos tarta de chocolate y luego me voy a jugar con el ordenador, para calcular la hora exacta en que empezará este año la primavera. Yo sé que les molesta que haga esos cálculos, sobre todo a la abuela que dice que soy un niño raro. Se empeñan en que juegue al parchís y en que vea películas con ellos, pero me pongo muy nervioso, como si tuviera miles de hormigas por dentro, y al final me quedo muy callado balanceándome y mirando por la ventana, hasta que me dejan de hablar, entonces ya me siento tranquilo y suave, como el rio que hay cerca de casa. Me gustaría enseñarte el río, es muy bonito y tiene truchas arco iris, son pequeñas todavía, solo miden diez centímetros, pero durante el verano duplican su peso gracias a la gran cantidad de insectos que hay. Ya sé hacer cebos especiales, como el abuelo que es un experto en la pesca de la trucha, y si quieres puedo enseñarte. Al abuelo se le escapó el sitio donde vives, y a través de un localizador he buscado la dirección para enviarte esta carta. La he mandado por servicio urgente, para que llegue a tiempo y puedas venir a la fiesta. No me gusta que me toquen, pero si vienes haré un esfuerzo y dejaré que me abraces. Voy a decirle a mamá que hagamos la fiesta en el jardín, para que no estés nervioso… allí no hay quicios ni puertas. Dani Autora: Rosa Puig Pagán
LA DESPEDIDA AUSENTE La pantalla se fundió en negro y quedó la sala en absoluto silencio. Hundido en su butaca, tragó saliva. Transcurrieron unos segundos, quizá demasiado largos, hasta que aparecieron los primeros murmullos. Escuchó también algún aplauso, con ecos contagiados que languidecieron antes de alcanzar continuidad. Finalmente, volvió el proyector a iluminar la pantalla y todos se ensimismaron entre las nuevas imágenes. Todos, menos él. Aquel domingo por la tarde salió de casa y se dirigió caminado hacia el Centro Cívico. Dejó el Paseo Cantabria para coger la Avenida Covibar y caminó con paso lento absorto en sus pensamientos. Hacía un calor agradable y la calle estaba llena de gente que iba y venía cruzándose en su camino. También el carril bici recogía, de cuando en cuando, algún ciclista que recorría el barrio a golpe de pedal. Finalmente llegó al centro y se encaminó hacia las taquillas del cine. – ¿Cuántas entradas quieres? – Sólo una. Respondió. “Proyección de cortos a 1 euro”, rezaba el cartel. Aún quedaba más de una hora para la primera sesión, así que decidió acercarse a la biblioteca José Saramago a ojear algún libro. Revisó también los DVDs y, recorriendo con la mirada los títulos, detuvo su atención en la carátula, bastante desgastada por el tiempo y el uso, de El verdugo. Recordó cómo ella le había hablado de aquella película en su primer año de academia, cuando se conocieron, bautizando a Berlanga como el “padre” del cine español. – Si algún día pudiera crear una película, me gustaría que tuviera, aunque sólo fuera un atisbo, retazos de la ironía y la comicidad de sus dramas. – Le había dicho. No pensó en aquel momento que aquella frase tendría cierta trascendencia posterior. Tamborileó con el dedo sobre el plástico de la carátula y, tomando el DVD en sus manos, se acercó a la mesa de préstamos. Salió de la biblioteca y el sol, ya bajo y extenuado, le golpeó suavemente en la cara. Se cubrió los ojos con las manos y bajó lentamente las escaleras. Aún tenía tiempo, así que decidió ir a dar un paseo por el Parque Covibar. A esas horas, el verde césped se cubría con las sombras alargadas de los frondosos árboles en un juego de claroscuros que le profería una gran belleza. Sin embargo, todo allí le recordaba a ella. Revivió, con cada paso que dio, los largos paseos que no hacía mucho habían realizado por aquel entramado de caminos que ahora se le antojaban cicatrices de una herida mal curada. Se sentó en un banco a descansar y, observado el baile de tonalidades de las hojas cuando el aire las volteaba de un lado a otro, dejó su mente divagar hacia el pasado. La había querido, sí, desde que la vio sentada en la primera fila de aquella aula. Despierta e inquisitiva con los profesores, llamó su atención desde el primer día. No era especialmente guapa, estaba seguro de eso, y sin embargo, no podía dejar de mirarla. Aquel rostro, que era capaz de albergar en un mismo gesto tristeza y alegría, timidez y osadía o incluso interés e indiferencia, le fascinó. Pero aún fue mayor su fascinación cuando la conoció y comprobó que aquello que le había atraído, le resultaba incluso más turbador en su persona. Pronto comenzaron a salir y supo que se había enamorado perdidamente de ella. Sin embargo, en aquellos ojos negros, intensos y vivos, nunca fue capaz de percibir a ciencia cierta qué era lo que ella sentía. Decidió tan sólo dejarse llevar, arrastrado por la marea de sentimientos que le despertaba aquella intensa personalidad. Terminaron sus estudios en la Academia y arrancaron juntos un proyecto cinematográfico. Decidieron también alquilar un pequeño apartamento en Covibar, cuya falta de espacio se compensaba gracias a un ventanal que, a efecto de luz, desahogaba la estancia. Aquellos fueron buenos tiempos, desde luego. Miró la hora en el móvil y, levantándose del banco, decidió volver al centro cívico. Ya estaba oscureciendo, y algunas luces comenzaban a titilar, aún dubitativas, en las farolas. Llegó a la puerta del cine y, tras enseñarle la entrada al revisor, eligió un sitio adecuado. Dejó caer su cuerpo en la butaca roja y ojeó el programa de cortos. Entre la tinta de aquel folleto, volvieron los recuerdos. Aquel proyecto que habían iniciado nunca acabó de arrancar. Tanta burocracia, licencias, permisos y gastos, lo habían lastrado hasta vararlo en un punto muerto. En aquella época, ella comenzó a pasar más tiempo en silencio cuando estaban en casa o se enfrascaba en lecturas inacabables que crearon una barrera comunicativa entre ellos. Sin embargo, él había achacado esta actitud a la desilusión y estaba seguro de que las cosas mejorarían. También pasaban menos tiempo juntos, pues habían buscado sendos trabajos para hacer frente a los gastos. Fue pasando el tiempo y sintió que se habían instalado en una cierta comodidad que, aunque lejos de la intensidad del principio, le resultaba placentera. Sin embargo, un día, al regreso del trabajo, nada más abrir la puerta sintió el vacío. Lo percibió como una bofetada que le devolvió a la realidad. De pie, en el zaguán de la entrada, sin necesidad de entrar, percibió la ausencia de su olor, de su ropa, de sus libros, de su risa….Supo que se había marchado, pero lo que más le dolió fue que ni siquiera se había despedido de él. Dobló el folleto y lo guardó en el bolsillo. Las luces se apagaron y comenzó la proyección de cortos. Poco a poco se fueron sucediendo, despertando en él mayor o menor interés. Sin embargo, a medida que avanzaban, su inquietud iba en aumento. Acabó el siguiente corto y comenzaron a sudarle las manos. Por fin había llegado el momento. La pantalla se tiñó de negro, dejando la sala totalmente a oscuras y, en el centro, en una fulgurante y pequeñísima letra blanca, apareció el nombre de la directora. Aquellas tímidas letras la definían perfectamente pues, a pasar de su modestia, se convertían en mayestáticas ante tanta oscuridad. Se revolvió en su butaca mientras el nombre le golpeaba una y otra vez la retina, provocándole una mezcolanza de emociones que iban desde la indignación a la culpabilidad, de la nostalgia al perdón, de la tristeza a la alegría. Finalmente apareció el título: La despedida ausente. Y tras leerlo, no pudo evitar pensar que, sin duda, Berlanga habría estado orgulloso. Autor: Óscar Fernández Baquero |