Aquellas personas que representamos a las familias de los centros educativos tenemos fama de raras. Puede ser. El conocimiento y el debate constante sobre la realidad nos acaba afectando: nos genera preocupación, frustración y finalmente enfado. Nos deja perturbad@s.
Quizás porque entendamos que los chicos y chicas son víctimas de la sociedad que les estamos construyendo. Y siendo un elemento frágil, dan muestras claras de su sufrimiento, fuera y dentro de los centros, de manera cada vez más clara. Autolesiones, situaciones de acoso, trastornos afectivos o alimentarios se multiplican. Y consideramos a los propios centros escolares como una posibilidad para la prevención y la intervención, si así lo entendieran los que mandan.
O porque estamos vigilantes de la puesta en marcha de una nueva ley educativa, que muestra ya tanto sus fortalezas como sus debilidades, y que está requiriendo enormes esfuerzos al personal docente, siempre sobrecargado.
O porque conocemos de primera mano la situación local, que arrastra un retraso que roza la década a la hora de actualizar las plazas escolares respecto al crecimiento de la población. Prácticamente el 100% de centros escolares públicos tiene más alumnos y alumnas de los convenientes. El número de alumnos y alumnas “sobrantes» podrían llenar al menos un colegio y un instituto nuevos. Y los centros pierden aulas específicas, saturan pasillos, patios, comedores, etc. Y la tensión en los centros crece. Y la configuración como un único distrito escolar, situación forzada desde la comunidad, tampoco ayuda: desplazamientos largos, falta de equidad entre centros y ruptura de los vínculos sociales de los y las menores.
O porque somos conscientes de que el personal específico para el alumnado con necesidades educativas especiales está en mínimos o bajo mínimos. O de que no tenemos módulos de formación profesional pública suficientes ni diversos. O modalidad de bachillerato de artes en ningún centro público, o bachillerato vespertino. O tantas otras cosas, en una población de 100.000 habitantes que tendría ya que estar pensando en poder acoger incluso algún campus universitario.
La ventaja de estar perturbad@s es poder mantener la esperanza, pese a la realidad que se impone. Y poder defender como quijotes la enseñanza pública y de calidad, camino único para conseguir que nuestras chicas y chicos se conviertan en nobles representantes de una sociedad mejor.