OPINIÓN

Álvaro

Parece que nos lleva la prisa del ámbar…

Artículo del nuevo colaborador de Zarabanda, Álvaro Villanueva Álvarez. Este joven investigador experto en literatura nos invita a introducir un poco de pausa y reflexión en nuestras vidas frente a la «prisa del ámbar».

Azuzamos, violentamos cada minuto de nuestro tiempo para llegar al siguiente, al que deseamos desde que comenzó el lunes, que no suele llevar nada apreciable. En la cafetería, ‘café y cuenta’, calada rápida al cigarro y vuelta adentro en el descanso del trabajo. En la educación de ‘papel y boli’ – quizás sea cosa de dicotomías o del agua madrileña, que es buena, pero fluye demasiado – hemos aprendido que para que se giren a mirarnos, para que nos admiren, tenemos que andar rápido y casi trotando, hacer actividades curriculares y extracurriculares; parecer, en fin, ocupados, aunque tengamos toda la tarde libre.

Y en todo este círculo de autoflagelación parecería no haber tregua. Cuando llegamos a aquel día, a aquel momento, es un pequeño tentempié, una bocanada breve de aire para el ahogado. Aquella reunión familiar y la otra conferencia quedan en expectativas que no suelen llegar a cumplirse, girando una y otra vez esta rueda dantesca de la cotidianidad. Pero no todo está perdido, no caigamos en los nihilismos de moda, menos aún en los nuevos estoicistas de los baños de hielo y la lectura de la lista de la compra. Hace un par de días pude, personalmente, darme cuenta de que existe todavía un espacio en el que el ser humano no solo es forzado a parar – las pesadillas y obsesiones han acabado con el placer del sueño para algunos –, aunque no todos lo acepten, y que, además le permite ejercer un poder judicial, supremo sobre los otros. Hablo, no se rían ustedes, de los semáforos en rojo, aplicado particularmente a la perspectiva de los peatones.

La vida común en nuestra sociedad actual puede toda ella comprimirse en un semáforo y sus variantes de colores. El color rojo para el viandante supone aquellos raros y por ello extraordinarios momentos en los que logramos parar y cultivamos el exquisito dolce far niente. El color verde convierte en símbolo nuestra ansia por todo, nuestro gusto por nada y el placer de ser feliz a medias. Es la nueva droga de moda de la que incluso este artículo no pudo quedar aparte, pobre.

Y el ámbar resulta la peor parte. La indecisión, la confusión del no saber, en el que decidimos seguir haciendo y haciendo, esperando y esperando. Yo solo veo un rojo amarillento, pero la mayoría ve un verde anaranjado. Rojo atardecer, amapola, coche rojo – defecto del amarillo –, sandía fresca en pleno verano… pero parece que nos lleva la prisa del ámbar.

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