Desde tiempo inmemorial, las mujeres han estado implicadas ayudando y acompañando a los familiares en los penosos momentos del fallecimiento de los seres queridos. Hasta que en Occidente comenzó a producirse el proceso de la profesionalización de los trabajos fúnebres, las mujeres eran prácticamente las encargadas de preparar a los difuntos (asearlos y amortajarlos) en los propios domicilios familiares.
Desde la Edad Media hay amplia documentación e ilustraciones de estos menesteres. La mayoría de historiadores e historiadoras medievalistas, después de analizar textos de últimas voluntades, han llegado a la conclusión de que eran las mujeres quienes, por regla general, se encargaban de preparar a los difuntos; en los testamentos franceses se hace referencia a estas personas denominándolas amortajadoras.
Libro de Horas
Se puede encontrar en las imágenes que ilustraban los Libros de Horas representaciones de las etapas del rito funerario, desde el lecho de muerte hasta la tumba. Las ilustraciones revelan la secuencia de los preparativos, el escenario en que tenían lugar las disposiciones mortuorias y los individuos que las llevaban a cabo. La mayoría de miniaturas muestran a mujeres trabajando con una esponja, una palangana, toallas y una sábana, así como aguja e hilo para coserla; ellas lavaban el cuerpo y lo vestían o lo envolvían en una mortaja. La información visual aportada por estos libros medievales muestran de forma constante a la mujer dentro de un contexto hogareño, lavando y preparando los cuerpos de los miembros difuntos de la familia para su funeral.
No siempre esos trabajos se hacían voluntariamente sino que algunas mujeres recibían un salario. A veces los desempeñaban en momentos puntuales, quizá para salir de un bache económico o para completar los ingresos que obtenían de sus trabajos habituales. Otras, sin embargo, se dedicaron a estos quehaceres regularmente, haciendo de ellos su oficio o, al menos, uno de los oficios con los que se ganaban la vida. Existen ilustraciones que muestran a una de estas mujeres cosiendo una mortaja mientras que junto a ella descansan algunos cuerpos que esperan su turno para ser preparados, lo que permite suponer que eran verdaderas profesionales que tendrían un espacio propio a donde se les llevaban los cadáveres.
Ordenanzas municipales
Las pruebas aportadas por los Libros de Horas en Inglaterra también muestran a las mujeres ocupándose de este menester y, al encontrarse numerosos ataúdes con objetos diversos en su interior: monedas, piedras puestas en la boca, cruces o bulas en el pecho o la mano y candados cerca de la pelvis, se asume que eran ellas las que los colocaban junto al cuerpo, cuando lo preparaban en la casa familiar.
Una vez que el cadáver había sido convenientemente lavado y vestido, era expuesto dentro de un féretro o un ataúd en la casa. Comenzaba el velatorio, el funeral, el entierro y las misas posteriores. Estas ceremonias conllevaban una gran cantidad de gestiones, por lo que sus allegados podían optar por contratar a alguien que les liberara de tan engorrosa tarea. En las ordenanzas de la ciudad de Bilbao de fines de la Edad Media se refieren a estas personas como defunteras, es decir, aquellas que se ocupan de los difuntos y de todo lo relativo a ellos.
El hecho de que ese texto municipal se refiera a estas profesionales directamente en femenino, sin incluir en ningún momento su equivalente en masculino, da idea de la preponderancia de las mujeres en el oficio. La mayoría de las veces, al final de todas sus gestiones, se les reembolsaba el dinero gastado añadiendo a la suma final la remuneración que les correspondía por sus gestiones.
También en Zaragoza
En Zaragoza se aprecia una situación similar, este trabajo constituía el principal medio de subsistencia para algunas mujeres que lo ejercieron durante buena parte de sus vidas. Se tiene noticias de la organizadora de funerales más importante y reputada, Catalina Beltrán de Izana, que ejerció su profesión durante la última década del siglo XIV y la primera del siglo XV; era una defuntera al uso, pero además ejercía de plañidera en las exequias que organizaba.
Habida cuenta de las múltiples tareas que debía desarrollar, Catalina formó una cuadrilla, tanto de hombres como de mujeres que trabajaban para ella, siendo una de sus tareas más habituales la de transportar las ofrendas hasta la iglesia. Así, por ejemplo, en 1401 firmó un albarán en el que declaraba haber comprado incienso y haber pagado su correspondiente salario a “los hombres e mulleres qui levaron los brandones e las oblaciones en los dias de la defunción, novena e cabo de novena del difunto”.
Tal fue la fama que alcanzó que, cuando falleció el monarca Juan I en 1396, el Concejo de Zaragoza la eligió a ella para participar en el funeral que se ofició por el rey. De este modo, esta plañidera y defuntera fue la encargada de recorrer la ciudad, junto a otras tres mujeres de su cuadrilla, comunicando la triste noticia y convocando a toda la ciudad a participar en las ceremonias. Llegado el momento, Catalina y sus acompañantes ocuparon un lugar destacado en la comitiva fúnebre e hicieron duelo mientras se transportaban hasta la catedral las andas vacías que representaban el cuerpo del soberano.
Diversidad de ritos
Dada la variada cultura de este país, cada zona tenía sus peculiaridades en los ritos funerarios. Hasta la primera mitad del siglo XX, las mujeres en España seguían realizando estos tipos de trabajos, especialmente en las zonas rurales. Con la nueva ley, la preparación de los cuerpos sin vida se ha de realizar en tanatorios y criptas. Una vez más, al profesionalizarse estos trabajos, las mujeres son expulsadas de las labores que llevaban haciendo desde tiempo inmemorial.