Mujeres singulares en plural: Christine de Pizan

Mujeres singulares en plural: Christine de Pizan

Primera escritora profesional. Precursora del Feminismo (1364-1430)

Si las mujeres hubiesen escrito los libros,

Estoy segura de que lo habrían hecho de otra forma,

Porque ellas saben que se las acusa en falso.

Christine de Pizan, Épistre au Dieu d’Amours (1399)

A nadie puede sorprender si se dijera que en la Edad Media eran los hombres los que dominaban todo: las letras, la religión, la política, el pensamiento y recluían a las mujeres al ámbito privado. De aquellos tiempos son pocas las voces femeninas que han llegado hasta nuestros días contando a las abadesas, trovadoras y juglaresas. Christine de Pizan fue una excepción pues con sus numerosos escritos, denunciaba las calumnias que sufrían las mujeres, defendiéndolas de sus detractores; fue la fundadora del movimiento filosófico-literario la “Querella de las Mujeres”.

Nació en Venecia en 1364 momento en el que tanto esa ciudad como el resto de Europa, se estaban recuperando de la pandemia de la peste. Su padre, Tommaso da Pizzano, médico y astrólogo se convirtió en el físico (médico) de Carlos V de Valois (rey de Francia). Cuando Christine tenía cuatro años fue presentada al soberano junto a su familia; el rey mandó que la hija de su físico participara en todas las fiestas y divertimentos de la corte compatibles con su tierna edad y que fuera educada como una princesa.

De esa manera recibió la refinada educación humanística reservada a los varones gracias al empeño de su padre que se enfrentó a su esposa para que Christine cambiara la aguja y la rueca por los libros de estudio. Creció con libertad de acceso a la biblioteca real y como ella mismo dijo: emprendió su Chemin de Longue Estude (El Largo Camino del Estudio).

La imagen que mejor refleja a Christine de Pizan es la de la miniatura que encabeza este artículo donde se la ve sentada en su cuarto de estudio, sola e independiente, lidiando con un sinfín de manuscritos, propios y ajenos; situación privilegiada para una mujer que, cinco siglos más tarde, seguiría reivindicando Virginia Woolf en “Una habitación propia” como uno de los elementos indispensables para el desarrollo intelectual de las mujeres.

La madre de Christine era hija de un gran sabio: Mondino de Luzzi que realizó la primera descripción casi exacta de los órganos sexuales femeninos y escribió el primer texto anatómico moderno. Siguiendo los modelos de la época y según las palabras de la escritora “la quería ocupar en hilanza” cosa que a ella no le gustaba; maldecía la costumbre según la cual las jóvenes debían ser menos instruidas que los muchachos. Ahora bien, ella se asemejaba más a su padre en su extraordinario apetito por saber; éste insistió en que fuera instruida en latín, francés, e italiano. Christine escribió sobre él en su obra más conocida, La Ciudad de las Damas: “Tu padre, gran sabio y filósofo, no pensaba que por dedicarse a la ciencia fueran a valer menos las mujeres. Al contrario, como bien sabes, le causó gran alegría tu inclinación por el estudio…”

En 1357, según palabras de la medievalista Régine Pernoud: “…alegre, cultivada, admirada, Christine, a los quince años, se casa con un gentilhombre picardo, Etienne Castel, hijo de un ayuda de cámara del rey que ejerce también periódicamente el cargo de armero o bordador. Etienne no tarda en conseguir, el año 1380, funciones todavía más honorables: las de notario y secretario del rey”. Lo que podía haber sido un matrimonio de conveniencia, resultó ser una década de amor apasionado “ya desde la primera noche”, según reflejó ella en una de sus baladas. Tuvo una hija y dos hijos, el último de los cuales murió en la infancia.

A la muerte del rey, en 1382, la asignación que recibía el padre de Christine fue suspendida por lo que la situación familiar empeoró sustancialmente ya que el astrónomo había sido notablemente derrochador. Por otro lado, Etienne, el esposo de Christine, pudo conservar sus cargos aunque los sueldos de los oficiales reales se pagaban de forma muy irregular.

Tuvieron una breve bonanza ya que el nuevo rey se acordó de “su amado cirujano, maestro Tomás de Bolonia” y “por consideración a los buenos y agradables servicios prestados a su difunto padre y a él mismo”, le asignó una pequeña cantidad para “ayudarle a mantener su condición.” Pero, según Christine, su padre “cayó en larga impotencia y enfermedad.” Murió en una fecha imprecisa según Pernoud, “pero que él mismo supo pronosticar exactamente; hay sin duda un pequeño sentimiento de revancha cuando Christine señala esta lúgubre adivinación por parte del astrólogo que no había sabido anunciar en su momento la muerte del rey.”

Desde ese momento, la suerte de la familia descansaba en Etienne; ella escribió: “Quedó como jefe de la casa mi marido, joven y experimentado, sabio y prudente, y muy querido por los príncipes y todos los relacionados con su oficio por el cual, mediando su sabia prudencia, se sostenía el esplendor de la familia.” Pero, murió de una epidemia acompañando al rey y ella se lamentaba: “Me lo quitó en la flor de la juventud, cuando tenía treinta y cuatro años, y yo veinticinco; desde hacía diez años que ejercía su oficio de notario real, estaba en su mejor momento, capacitado y dispuesto, tanto por sus conocimientos como por su sabio y prudente gobierno, para subir a un alto grado.”

Así, Christine se quedó viuda con la responsabilidad de sus tres hijos, su madre y una sobrina pobre que cobijó en su casa; sus dos hermanos seguían viviendo con ella en París. Se sintió por un momento abatida por el dolor: “deseando morir más que vivir”; su intuición le hacía prever “el flujo de tribulaciones que sobre ella se cernía.” Tomó una decisión que jamás volvió a reconsiderar: nunca volvería a casarse; el amor que experimentó con su esposo, su primer amor, el de sus quince años, sería el único de su vida: “No olvidando mi fe y buen amor a él prometido, deliberé en sano propósito no tener nunca otro.”

Más adelante, sus primeros poemas y baladas de amores perdidos transmitían la tristeza de su prematura viudedad como en Solita estoy y solita quiero estar:

“Sola estoy y sola quiero estar,

Sola me ha dejado mi dulce amigo,

Sola estoy sin compañero ni maestro…

Sola estoy, sin mi amigo me he quedado.”

Para Christine la situación había cambiado drásticamente se tenía que convertir en “el patrón de la nave que se encuentra en medio de la tempestad”. Pronto se dio cuenta de la carga demasiado pesada que tenía sobre sus espaldas: “Se ha convenido que mis dos hermanos, sabios, prudentes y de buena vida, puesto que aquí no tenían medios, vayan a vivir allí [Bolonia] con la herencia de mi padre. Y yo,… me lamento a Dios cuando veo a mi madre sin sus hijos queridos y a mí sin mis hermanos”.

Sufrió de violencia económica; le fue difícil heredar las tierras de su padre por ser mujer. Los acreedores reclamaban deudas de su marido, que no sabía si eran reales o falsas, pues Christine ignoraba la situación exacta de los asuntos de Etienne: “Como yo no estuve presente en el fallecimiento de mi marido, que no estaba acompañado más que de sus servidores y de personas extrañas, no podía saber exactamente el estado de su patrimonio.” Así, comprendió “la costumbre común de los hombres casados de no contar y explicar sus asuntos enteramente a sus esposas”. Siguiendo a Règine Pernaud: “Aquí es la mujer del notario real la que habla; entre la población rural de bajo o alto nivel las mujeres participan en la administración de los bienes y en la buena marcha de la granja; en la ciudad, sin embargo, el burgués manifiesta desde hace ya tiempo esa tendencia, que irá agravándose con el tiempo, de llevar solo sus asuntos.”

Así pues, recayó en sus manos la administración de la casa que su esposo se ocupaba de dirigir; en un principio se trataba de asegurar el pan cotidiano. Por otro lado, los sueldos de los notarios reales no se pagaban con puntualidad; pasarían veintiún años antes de que Christine pudiera recuperar los atrasos debidos a su marido por la Corte de Cuentas. Para conseguirlos tuvo que entablar un proceso que duró trece años y, cuando lo ganó, aun tuvo que esperar ocho años más para que las cantidades le fueran pagadas.

Se convirtió en un ama de casa sin dinero ni experiencia: “Entonces me surgieron angustias por todas partes; y, como es el plato habitual de todas las viudas, audiencias y procesos me rodearon por todas partes. […] Aquellos que me debían me acosaban para que no fuera a pedirles nada…Como el que me pedía un documento en que constaban las sumas prestadas por mi marido…o el defraudador que pretendía haber pagado su deuda –embustero que quedó confundido y ya no se atrevió a hablar ni a sostener su mentira-, se me puso todo impedimento sobre el patrimonio que mi marido había comprado; y como fuera puesto en manos de rey debía pagar la renta sin disfrutarla.”

Además, la pequeña suma dejada por su esposo que constituía el único bien de sus hijos la utilizó, por consejo de su tutor, confiándosela a un comerciante como era habitual en aquellos tiempos; la segunda vez que lo hizo, el mismo comerciante “tentado por el enemigo, le hizo creer que había sido robado”. El proceso que entabló contra él lo perdió al no poder probar lo sucedido.

“Pasé una época en que se me demandaba judicialmente en cuatro tribunales de París”. Con lo cual, los gastos se incrementaban: “¡Dios mío! Cuando recuerdo cuántas veces he vagado a lo largo de la mañana por ese palacio en invierno, muriéndome de frío, instando a mis consejeros para recordarles y estimular su trabajo.” Y siguiendo a Pernoud: “Mucho erró la viuda Castel entre los cuatro tribunales, expuesta a la burlas de aquellos que la veían en su abrigo forrado de petigrís, que se deshilachaba poco a poco, una estación tras otra, con el forro usado mostrando ya la piel, el vestido escarlata que no podía renovar, raído, y que se decoloraba progresivamente. Y todo para oír respuestas dilatorias, palabras duras, conclusiones que a veces le hacían ‘sudar por los ojos’.” Christine que era de complexión frágil cayó enferma; su salud se deterioraba:

“En el lecho enferma, acostada

Tiritando de fiebre aguda…

Tengo la mirada turbia, y la voz muda

Pues ya el ánimo flaquea.”

Pero su mayor preocupación era su madre, sus hijos y su sobrina: “Me apenaba más de mi familia que de mí misma.” Y por si fuera poco se le sumó la difamación de la que era objeto pues al ser una joven viuda era asociada con algunas “amistades” y relaciones inconfesables. No obstante, en esta etapa de dificultades tomaron forma, por una parte, su vocación de escritora y, por otra, su conciencia de la subordinación y –sobre todo- de las múltiples formas de explotación de las mujeres en la sociedad de su época. Fueron estas experiencias las que inspiraron muchas de sus reflexiones posteriores sobre la explotación de las viudas y la necesidad de educar a las niñas a desenvolverse solas, en todos los asuntos de la vida social (Le Livre des Trois Vertus) El Libro de las Tres Virtudes.

Al darse cuenta de la tardanza e inercia de la Justicia, Christine se dedicó a buscar mecenas cuyo apoyo le permitiera vivir como escritora, decidiéndose por una vida profesional: la de “femme de lettres”; sería la primera mujer que vivió de su pluma: así, podría contar con recursos propios. Apreciados por todos los que leían sus textos, conseguía jugosas recompensas por parte de sus patronos que se convirtieron pronto en su único sustento como escritora; en un principio, también trabajó de copista de manuscritos

Para ello solicitó y obtuvo el apoyo de la reina Isabel, esposa de Carlos VI, quien se convirtió en su bienhechora y le proporcionó el respaldo económico necesario para que se dedicara plenamente a la escritura, disponiendo además, de un estudio propio en la Biblioteca Real. Al cabo de poco tiempo se hizo cargo de un taller de escritura un “scriptorium”,en el que supervisaba la labor de los miembros calígrafos, encuadernadores y miniaturistas.

La etapa de dificultades fue muy importante para entender la obra y la ideología de Christine de Pizan ya que, en esa década tomaron forma, por una parte, su vocación de escritora y, por otra, su conciencia de la subordinación y –sobre todo- de las múltiples formas de explotación de las mujeres que operaban en la sociedad.

En el mismo año que murió su marido, Christine de Pizan había tomado parte en un concurso poético y su balada fue muy bien recibida; nueve años más tarde afirmaba que había escrito cien baladas. Admirado su talento poético, ella se prestaba cada vez más a sus “poemas de venta”, en ellos abordaba todos los temas que tenían el favor del público y para ello, se servía de todos los modos de expresión; para Pernoud, “llevando si es preciso su talento poético hasta el virtuosismo.” Enviaba a personajes influyentes baladas y sonetos. En consecuencia su producción literaria aumentó y su nombre se hizo famoso en toda Europa. En solo dos años compuso “El Libro de las Cien Palabras” y recibió encargos de varios reyes y reinas.

Entre los años 1393 y 1412, compuso unas 300 baladas y muchos poemas de breve extensión que captaron el interés de mecenas acaudalados, los cuales estaban fascinados por la novedad de encontrar a una mujer escritora. La obra literaria de Christine de Pizan tanto en prosa como en verso, abarcaría temas en donde incluía aspectos filosóficos, políticos, mitológicos, de amor cortés, reflexiones morales…

En torno a 1400 apareció un nuevo impulso político en el campo de las letras, se trataba de un cambio de status intelectual y de discurso literario. Christine, como otros escritores del siglo XV, dejó el lirismo personal de las baladas para situarse en el plano de la reflexión y abarcar temas de dimensión tan universal como la condición femenina, la historia de las mujeres o el poder político, inquietudes que llevarán a la escritora a interpelar al príncipe y a discurrir sobre la situación del reino. En esos momentos produjo las primeras obras que empezaron a hacerle famosa.

Participó acaloradamente, entre 1401 y 1402, en el debate sobre el Roman de la Rose, que era leído como una verdadera Summa, o compendio del saber de la época, lo que permitió a Pizan establecer su posición no sólo como escritora en los círculos cortesanos, sino como defensora de la posición de la mujer en una sociedad dominada por hombres. Christine se convirtió en portavoz de las críticas a esa obra, lanzando así en la Corte Francesa un debate más general sobre la condición de la mujer y su igualdad con el hombre.

Este debate lo inició en 1401 uno de los secretarios reales (Jean de Montreuil) y de lo que se discutía eran los méritos literarios de Jean de Meun en la parte de Roman de la Rose que este autor compuso. Había sido escrito hacia 1236 por Guillaume de Lorris cosechando un éxito tremendo, se trataba de un poema en la tradición del amor cortés, pero que se ubicaba en un mundo de alegoría y de ensueño. Se narraban las experiencias del poeta, un hombre de veinte años que, dormido un día de mayo, sueña en cómo hacerse con la rosa de un rosal, sin conseguirlo. A fines del siglo XIII, Jean de Meun continuó el poema, desde la filosofía y en otro ambiente social, su parte era sobre todo satírica y fuertemente misógina, hostil al amor, hostil al matrimonio y favorable a la amistad, particularmente a la amistad entre hombres. Desarrolló un verdadero discurso escolástico, se impuso como el verdadero autor, en el sentido latino de auctor; se convirtió en una verdadera autoridad. Todo esto da la medida del valor que tuvo la joven poetisa Christine de Pizan, casi una desconocida, cuando se permitió criticar y rechazar la obra de Jean de Meun.

Ella consiguió que el debate le diera a conocer públicamente y ampliara sus contactos intelectuales con otros escritores del entorno de París. Introdujo, a su vez, el elemento feminista al debate popular, tanto por sus contenidos concretos como porque era la primera vez en la Europa medieval que una mujer salía en defensa de todas las mujeres contra un tipo de agresión que era tradicional y reiterativa desde hacía siglos. Entre los argumentos feministas que Christine de Pizan sostuvo en el debate destacaron dos:

  • La supuesta maldad de las mujeres, especialmente la de las mujeres casadas contra sus maridos, ella defiende que no tenía nada que ver con la naturaleza femenina sino con las circunstancias sociales en que ellas se ven obligadas a vivir.
  • La imagen negativa tradicional de las mujeres: su identificación con Eva, con el pecado, con la avaricia; su difamación sistemática en suma, era injusta porque la historia estaba llena de ejemplos de mujeres virtuosas.

Se trataba de un debate en gran medida erudito, que se dirimía en textos filosóficos, religiosos y científicos. Christine de Pizan fue apoyada por un personaje público y filósofo importante, Jean Gérson, que era canciller de la Universidad de París y que fue quien, con su autoridad, cerró la disputa cuando Pizan estaba ya exasperada porque se había pasado del debate literario al insulto personal. La polémica en torno a la dignidad de las mujeres prosiguió en el siglo XVI, dando lugar al movimiento literario que se suele llamar la Querelle de femmes (La Querella de las Mujeres). Las ideas y los escritos de Pizan fueron fundamentales en esa querella.

Después de la polémica, Christine de Pizan se inclinó decididamente por la producción de obras de carácter ético-político en la cuales los contenidos de defensa de las mujeres están casi siempre presentes. La obra que la hizo más famosa durante su vida fue Las epístolas de Otea a Héctor (L’Épistre de Othéa a Hector): una colección de 90 cuentos alegóricos que escribió entre 1400 y 1403, como modelo de educación de un adolescente que ha de convertirse en un caballero ideal. Fue un escrito cuidadosamente ilustrado por lo que debió contar con las miniaturistas de su “scriptorium”. Sus enseñanzas morales se basaban en que el aspirante a caballero debía buscar la perfección mediante la fe, la razón y la educación. Del mismo período fue un poema político en torno a principios del siglo: Le Chemin de Long Estude. Estas dos líneas –educación y análisis social y político- las desarrolló en los años siguientes.

Entre 1406 y 1407 escribió Le Livre du corps de policie (El Libro del cuerpo social), un tratado sobre la educación de príncipes, de nobles y del resto de los hombres (estudiantes, mercaderes, artesanos, campesinos…) que le fue encargado para contribuir a la educación del delfín de Francia Luis de Guyena. En 1405 había escrito Le libre des Trois Vertus o Le Tresor de la Cité des Dames, un tratado sobre la educación de mujeres nobles y no nobles que dedicó a Margarita de Nevers, recién desposada con Luis de Guyena. En el mismo año, amplió la línea de análisis político en L’Avison Christine, donde plasmó su visión del mundo a los cuarenta años, una visión escrita en prosa y en términos alegóricos en la que proponía soluciones a la crisis política de Francia.

El género autobiográfico lo plasmó, ese mismo año, en el Livre de Mutation de Fortune, (Libro del cambio de Fortuna) donde narraba su niñez, sus años felices de matrimonio y las crisis y reajustes personales que vivió durante sus primeros trece años de viudedad. También resumió las crisis y transformaciones que pasó en esa década de su vida sirviéndose del viejo tópico greco-romano-cristiano de “convertirse en hombre”; para Pizan esta transgresión de rol de género significó ocupar y ejercer responsabilidades y privilegios atribuidos al género masculino, sin que ello implicara que rechazó ser mujer. En esa obra, explicaba lo que supuso la dedicación a la literatura: Fortuna la convirtió en hombre para pilotar ella sola su nave.

“Me sentía con corazón fuerte y atrevido,

De ello me sorprendo, más yo experimentaba

Que en verdadero hombre me había convertido.”

En su obra más conocida, Le libre de la Cité des Dames (La ciudad de las damas), como en toda su obra, Christine de Pizan exponía en primer lugar su condición de mujer, lo cual suponía un cambio fundamental en el punto de vista de quien elaboraba y emitía un discurso; es decir, un cambio de perspectiva que convertía el cuerpo sexuado en fuente de legítimo conocimiento. Escrito entre diciembre de 1404 y abril de 1405, exponía su visión de una ciudad nueva, habitada exclusivamente por mujeres que siguiendo la tradición social y política grecolatina, era una entidad autónoma, con su historia propia construida por mujeres.

La primera parte (o primer libro) comenzaba representando a la autora acomodada en su pequeño estudio, rodeada de libros como la humanista ideal que era. Se evidenciaba el estado de frustración que tenía después de la lectura de una obra titulada Las Lamentaciones, de un tal Mateolo, -un poema en latín de finales del siglo XIII- que había tenido un gran éxito. Como en el caso del Roman de la Rose, era un texto misógino… Christine se quedó dormida y, en sus sueños, se le aparecieron tres damas que le ayudarían a salir de su abatimiento: Razón, Rectitud y Justicia; tres virtudes laicas frente a las teologales Fe, Esperanza y Caridad. Cada una de ellas, manteniendo un diálogo con la autora, guiaba cada uno de los tres libros que conformaban la obra.

Christine de Pizan reivindicaba el derecho de las mujeres al uso, en sus propios términos, de la palabra y atribuía a este derecho femenino un origen divino…”si la palabra de la mujer fuera tan condenable como dicen algunos, Cristo no hubiera permitido que una mujer, María Magdalena, fuera la primera en anunciar el drama de su resurrección”. Rebatía a los predicadores que llegaban a decir que si Dios se había aparecido a una mujer, era porque sabía que no podría callarse y antes se conocería la noticia de su resurrección. Del mismo modo, prohibían el púlpito a las abadesas porque sus labios “llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre”

Otro tema importante que reivindicaba en ese primer libro era el de las causas de las numerosas limitaciones y restricciones que la sociedad imponía a sus mujeres. A ellas se les acusaba de escasa capacidad intelectual, debilidad, avaricia o infidelidad y de hacer insoportable el matrimonio con su amargura y rencor; por ello se les impedía estudiar alegando que el conocimiento corrompería sus costumbres. Así pues, la autora iba cuestionando por qué no ocupaban escaños en los tribunales de justicia, ni puestos de autoridad en el gobierno, ni en los ejércitos, ni en las ciencias. A cada una de esas consideraciones, incorporaba ejemplos de mujeres que en el pasado, habían destacado en cada uno de esos campos de conocimiento o de poder.

La ciudad de las damas” era un retablo de reconocidas mujeres ejemplares, reales o míticas, cuyas virtudes no habían sido superadas por ningún varón. Un texto que, rompiendo con los tabúes de la época, tomaba por primera vez la palabra en nombre de todas las mujeres para defenderlas de las continuas injurias que los hombres les dedicaban.

En el segundo libro se analizaban las cualidades femeninas presentes en la Cité des Dames. Entre otras cualidades, la autora destacaba el amor filial, la devoción conyugal, (en su calidad de intelectual humanista, Pizan era partidaria del matrimonio sobre el monacato), la castidad, la paciencia y la constancia. …Introducía en los diálogos temas que a ella personalmente le preocupaban. . Entre estos destacaban especialmente dos: uno, su defensa de la educación de las mujeres y otro, al tratar de la castidad, su lúcida defensa del argumento que decía que las mujeres no sienten placer cuando son violadas.

“…Mi Dama, lo que decís es bien justo y yo estoy convencida de que existen muchas mujeres bellas, virtuosas y castas que saben guardarse de las trampas de los seductores. Es por ello que me desconsuela y me supera oír a los hombres repetir que las mujeres quieren ser violadas y que no les desagrada nada ser forzadas, incluso si se defienden con todas sus fuerzas. Porque yo no sabría creer que ellas obtienen placer de una abominación tal.”

La tercera parte de la obra trataba de las mujeres que serían acogidas para habitar en la Ciudad. La Ciudad de las Damas concluía con una llamada de Christine de Pizan a todas las mujeres, de cualquier condición, invitándolas a alegrarse de la fundación de un espacio propio y a refugiarse en él. Las pobladoras serían exclusivamente “mujeres de bien”, “mujeres virtuosas”, “damas”, “mujeres ilustres”, es decir, mujeres que habían sabido no dejarse seducir, no dejarse dominar por un deseo apasionado por los hombres. Y daba igual que fueran vírgenes, no vírgenes, madres, viudas, ricas o pobres.

“La ciudad de las damas”, con las heroicas y benefactoras acciones de sus protagonistas, realizó una gran hazaña: la de construir a las mujeres como sujeto político. No se trataba de construir un lugar para esconderse del mundo, ni desde el que luchar en su contra. Se trataba de un espacio simbólico que resguardase la presencia viva y significante de la autoridad femenina en el mundo. Sus murallas habían de proteger y asegurar el reconocimiento de lo que las mujeres habían hecho y seguirían haciendo en él.

Los últimos años de su vida, Christine de Pizan los pasó retirada, junto a su hija, en la abadía de Poissy. Ahí escribió su última obra conocida, La Ditié de Jeanne d’Arc (1429). Fue el primer poema escrito para celebrar a la doncella de Orleans, y el único compuesto mientras Juana de Arco no había sido todavía quemada viva por la Iglesia que siglos después la canonizó.

La epopeya de Juana de Arco causó un gran momento de euforia en la vida de Christine de Pizan. Ella vivió el primer triunfo de Juana de Arco y la coronación del delfín, con el nombre de Carlos VII, como la culminación de sus mejores esperanzas para Francia y como su gran revancha en tanto que mujer. También como la prueba viva e irrefutable de que sus argumentos en defensa de las mujeres, esgrimidos durante tantos años, eran correctos. Escribió lo siguiente en Le Ditié de Jeanne d’Arc:

“Qué honor éste para las mujeres

Bien amada de Dios, parecía,

Cuando esa muchedumbre triste, resignad a la derrota,

Huyó del reino, presa del pánico.

Ahora rescatada aquí por una mujer

(Lo que no pudieron hacer cinco mil hombres)

Que hizo desaparecer a los traidores,

Casi no es posible creer que sea cierto.”

Parece que Pizan no vivió la caída de Juana de Arco, con su captura ante los muros de Compiègne en mayo de 1430, ni su proceso y quema en Rouen en mayo del año siguiente.

BIBLIOGRAFÍA:

García Maldonado, Ana Lucina: Precursoras históricas del feminismo III: Cristina de Pizan.

Pernoud, Régine: Cristina de Pizán. José J. de Olañeta, editor. Barcelona, 2000.

Pizán, Cristina de: La Ciudad de las Damas. Ediciones Siruela. Madrid, 2001.

Pizán, Cristina de: La Rosa y el Príncipe. Editorial Gredos. Madrid, 2005.

Rivera Garretas, María-Milagros: Textos y Espacios de Mujeres. Icaria editorial. Barcelona, 1995.

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