OPINIÓN

Las diferencias en la salud mental de mujeres y hombres

Las diferencias en la salud mental de mujeres y hombres

Artículo de Esperanza Negueroles para la sección «Mujeres singulares en Plural» en la Revista Zarabanda de octubre de 2025.

La salud mental será equilibrada y se desarrollará en plenitud si cada persona puede crecer desarrollando y estimulando sus propias capacidades, pero sin intentar imitar modelos externos ni competir con otras personas de su entorno.

Durante años tener o no una buena salud mental se ha asociado con la sumisión a las normas sociales y de convivencia, que están dominadas por el poder masculino; así, la invisibilidad de las mujeres y de sus factores de riesgo se ha convertido en la norma.

Foucault exploró a fondo cómo las relaciones económicas y sociales definían el estado de locura y cómo diferentes colectivos, además de las mujeres, eran considerados seres inferiores o enfermos mentales tan solo por expresar ideas o conductas que no respondían a las normas sociales o de convivencia imperantes en aquel momento.

La actual organización sanitaria, sea la pagada con dinero público o la de mutuas o centros privados, ha limitado la capacidad de decisión de los profesionales encorsetando la exploración de las personas, colocando cada toma de decisión en determinados protocolos que rompen la posibilidad de ejercer la individualización de los procesos y que impiden a veces el acceso a la realidad de lo que acontece en el ser humano que pide ayuda.

Así, la apariencia de libertad en el ejercicio de la medicina y en la organización de la investigación ha estructurado de diversas formas la asistencia sanitaria y la acumulación de conocimientos médicos al estudiar a los seres productivos, los hombres y a las mujeres, en su aspecto reproductivo solamente, con la presunción de que todo lo demás estaba ya estudiado.

La separación del cuerpo y la mente ha sido una de las dicotomías clásicas, que ha favorecido no entender nada de lo que ocurre en los seres humanos en relación con la salud. Empezando por la tradición filosófica aristotélica que condenaba a las mujeres a ser solo cuerpo porque la mente era la de los hombres (ricos, sabios y patricios), al empezar a estudiar la conducta humana se creyó que el cuerpo iba por un lado y la mente por el otro. Como si no pensáramos con un cuerpo, como si nuestra mente pudiera funcionar fuera del organismo. Esto justificaría que ya en la primera visita médica para cualquier malestar crónico, si el paciente es una mujer el tratamiento será con ansiolíticos y antidepresivos ya que sus síntomas se consideran “psicosomáticos”, pero al empezar con un fármaco, la distorsión y el reduccionismo están servidos.

Es la ciencia médica, construida en base a la salud mental masculina, la que define qué es normal o no en las mujeres. Pero, la salud de las mujeres tiene condicionantes biológicos, psicológicos, sociales y medioambientales propios.

Desde el inicio de la sociedad patriarcal, las mujeres se convirtieron en seres humanos al servicio de los hombres, siendo consideradas como seres inferiores o secundarios, sin posibilidad de tener criterios ni deseos propios, depositando la autoestima en los varones y, en menor medida, en sus propias capacidades.

Por otro lado, la identidad femenina ligada a tantos roles que deben cumplirse de forma perfecta, conducirá a la sensación de culpa. El camino hacia una denominada perfección es uno de los grandes enemigos de la salud mental de las mujeres, ya sea en la realización de su trabajo, en la limpieza de la casa, en la elaboración de un discurso o en la educación de sus hijos e hijas, que son un ejemplo de la agresión constante a su salud mental. Así, el cansancio, la astenia, se acumula cuando cada día ha de afirmar su existencia como ser humano y todo el entorno familiar y laboral quiere convertirla en un ser inferior, poco inteligente y poco interesante.

La salud de las mujeres se ha estudiado en su aspecto reproductivo solamente y con la presunción de que todo lo demás estaba ya estudiado aplicando los mismos criterios que a los hombres. Su cuerpo es un cuerpo reproductivo capaz de “dar” hijos, capaz de crear y capaz de someterse a las leyes de la reproducción durante toda su vida. Cuerpo destinado a las tareas del cuidado de toda la familia, de los mayores, de las/os discapacitadas/os y enfermas/os. Un cuerpo para curar y cuidar que acaba enfermando de tanto encargarse de los demás.

Muchas mujeres que han trabajado durante años de sol a sol para mantener la casa limpia o la familia bien alimentada y que incluso han militado en formaciones políticas, se han dado cuenta al pasar los años de que habían hipotecado su desarrollo personal y no habían vivido plenamente ni habían disfrutado de sus deseos, ni de su sensualidad y sexualidad. Incluso muchas de las que han conseguido llegar a niveles altos de participación política lo han hecho en condiciones de desigualdad y en minoría en espacios públicos y, como dice Marcela Lagarde, “con las maneras y estilos, los usos y las costumbres patriarcales, idealizadas con el velo de la igualdad, lo que daña a las mujeres”.

La ciencia médica ha nacido sesgada respecto a la posibilidad de diagnosticar qué les ocurre a las mujeres y el porqué de sus malestares. Esto se ha debido fundamentalmente a una cultura androcéntrica que ha tendido a considerar como inferiores o menos importantes sus problemas de salud. Incluso los test psicológicos para evaluar la salud mental están afectados por sesgos de género, ya que han sido construidos con preguntas dirigidas a considerar como normales las conductas o respuestas conductuales masculinas. Así, el diagnóstico médico dirigido a las mujeres, muchas veces ha actuado más con suposiciones que con datos certeros, es decir, con diagnósticos más o menos probables, lo que ha hecho invisibles unos problemas y ha magnificado otros.

Lo que se sabe, gracias al análisis de los resultados de la asistencia sanitaria, es que en la primera visita se diagnostican trastornos psicosomáticos como ansiedad y depresión a más mujeres que a hombres; lo cual no quiere decir que exista una diferencia real. Aunque las patologías sean iguales, el exceso de diagnóstico entre mujeres contribuye a que reciban un número mayor de psicofármacos que los hombres; el 85% se administran a mujeres y solo el 15% a los hombres.

Esta profunda desigualdad de género, contribuye a la falta de diagnóstico de los problemas reales que padecen las mujeres y su continua sedación y psiquiatrización, hace que pierdan recursos para que puedan conseguir una mejor autonomía personal que les permita orientar sus vidas y sus mentes frente a las condiciones de trabajo y de vida que las constriñen y les producen malestar.

Hace treinta años, cualquier sintomatología poco precisa, como el cansancio o el malestar, era diagnosticado como “neurastenia”; en la actualidad el diagnóstico más frecuente es el de depresión o ansiedad. Así la administración de ansiolíticos o antidepresivos a las mujeres se hace, en la mayoría de los casos, sin un estudio riguroso o para paliar problemas de relación, de afectividad, de pobreza o del cansancio causado por su papel de cuidadoras.

Desde pequeñas se las educa para no quejarse y para no expresar con rabia sus sentimientos. “La agresividad no es femenina”, por lo que aprenden a guardarse la rabia en su interior; esta sumisión es la primera causa de depresión entre las mujeres que históricamente han permanecido calladas. Y al callarlas aún más intensamente con sedantes y ansiolíticos, la medicina colabora consciente o inconscientemente, a través del amordazamiento bioquímico, con la limitación de su libertad. El género es un factor de riesgo para la presentación de sintomatología depresiva en todos los grupos de edad y se considera una de las principales causas de discapacidad en las mujeres.

Por otro lado, la ansiedad se puede manifestar con muy diversos síntomas que se presentan en el cuerpo, en la conducta o a nivel cognitivo, los síntomas son múltiples. Ahora bien, muchos de los síntomas de la ansiedad también se pueden presentar en casos de hipoglucemia (cuando aumenta la insulina y bajan los niveles de azúcar en sangre), en arritmias o enfermedades cardíacas o en caso de insuficiencia de algunas glándulas hormonales. Por ello, antes de aceptar que la ansiedad es solo de origen psicológico, sería recomendable que las personas afectadas se sometieran a una exploración médica completa para descartar otras etiologías. La más frecuente disfunción es la que se relaciona con el síndrome premenstrual, la segunda causa es de origen biológico como son las anemias o las carencias de hierro. La falta de diagnósticos adecuados, de servicios sociales atentos o el papel de habituales cuidadoras no se puede confundir sistemáticamente con ansiedad.

Por desgracia, el papel del médico de cabecera o de familia, que debería diagnosticar qué hay debajo de todo este malestar, queda limitado por la falta de tiempo y de recursos de atención, por lo que con el abuso de la derivación al especialista contribuye a la fragmentación del cuerpo femenino; de esta manera, es imposible a veces la elaboración de historias clínicas médicas que expresen sus síntomas en forma de relato. El malestar, el dolor y la fatiga pueden expresar muchos conflictos de su propia biografía: vivencias traumáticas personales, como abandonos, abusos sexuales, violencia y factores sociales: emigración, pobreza, trabajos desde la infancia o pérdida de un ser querido.

El peor estado de salud de las mujeres se debe a riesgos adquiridos y aspectos psicosociales como el sedentarismo, el paro o el estrés físico y mental que produce la doble o triple jornada laboral, así como el trabajo emocional que constantemente realizan en su papel de cuidadoras de toda la familia y de su entorno, la falta de comida o la sobrecarga interminable del trabajo doméstico en condiciones muy precarias.

La salud mental requerirá en el futuro un estudio a fondo y sin prejuicios previos ni mandatos patriarcales que lo condicionen. Es una asignatura pendiente para la medicina, tanto en la atención primaria como en la hospitalaria.

En la actualidad existe un esfuerzo de muchas psicólogas, en especial dentro del campo de la psicología social, que intentan deconstruir, desde una perspectiva feminista las afirmaciones que se han hecho partiendo de una ciencia, de unas pruebas, de unos cuestionarios construidos con una mirada androcéntrica. Esta situación solo cambiará con la formación de equipos multidisciplinarios formados por psicólogas, médicas, diplomadas de enfermería y trabajadoras sociales.

Para este artículo me he basado, entre otros libros, en Mujeres invisibles para la medicina, escrito por la doctora Carme Valls Llobet, a quien tuve el honor de tener como profesora.

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