En la salida de Rivas a la vía de servicio de la A3, en el km.15, hay una limitación de velocidad bien clara a 60 Km./h; las señales están a cada lado de la calzada.
Es lógico que así sea, ya que los que vienen de Rivas y se incorporan a la vía de servicio, no pueden ir a más velocidad que esa por salir de varias curvas y un túnel.
Pues bien, si haces caso a la limitación de velocidad de las señales de tráfico, te adelantan vehículos por tu izquierda y por tu derecha, como rayos, con el consiguiente peligro para ellos y para ti, que respetas las normas.
En la carretera, la mayoría de las personas que conducen, siempre van al máximo permitido. Muchas rebasan este máximo. Y pocas encontraremos que circulen por debajo del límite. Es más, si se te ocurre ir por una carretera a 70 km/h, tan sólo 20 Km/h menos del máximo, todo el mundo te dará un toque con el claxon o con las luces largas.
No estamos hablando de algo sin importancia, en los últimos cinco años han muerto 8.600 personas en accidentes de tráfico, y un número muy superior de heridos graves.
Desde el 11 de Mayo, la Dirección General de Tráfico ha establecido que en las vías urbanas de un solo carril, el límite de velocidad ha de ser de 30 Km/h. Y es lógico que así sea: En los 500 fallecidos en vías urbanas en los últimos cuatro años, el 80% eran personas denominadas vulnerables (peatones, ciclistas y usuarios de motocicleta y ciclomotor) de las cuales el 49 % del total eran peatones, lo que les convierte en los usuarios más vulnerables de las vías urbanas.
Pues bien, si vas a 30 km/h por cualquier calle de un sólo carril en Rivas, alguien que venga detrás te pitará y te adelantará malhumorado.
Nuestra sociedad se ha educado en la velocidad. Y hay algo enfermizo en ello. Los anuncios comerciales se han encargado de asociar la velocidad al placer de conducir, a la modernidad y al progreso y, en cambio, la lentitud se ha asociado al atraso.
Casi duele ver a automovilistas con los ojos fijos en el horizonte y el pie en el acelerador, a 130 Km/h, cruzando los Pirineos, sin darse cuenta siquiera del maravilloso paisaje que les acompaña.
El problema es que esta enfermedad se nos ha colado en otros transportes: El tren de alta velocidad se ha cargado la red ferroviaria secundaria, y de paso, la mayor parte de cercanías. El 94% de la inversión ferroviaria se ha destinado a los insostenibles trenes de alta velocidad.
Curiosamente el tren de cercanías es el más utilizado en España, con 600 millones de viajes en 2018 y el 90% de todos los viajes efectuados en ese año. Pero la inversión en cercanías en los últimos 30 años ha sido de unos 130 millones al año, por más de 1.500 millones de media anual que se ha llevado el tren de alta velocidad.
Da pena ver pueblos y pueblos incomunicados, con sus antiguas estaciones en ruinas y las vías ferroviarias todavía intactas pero sin trenes que las utilicen desde hace décadas.
Los científicos nos alertan que para combatir el cambio climático hay que recuperar y extender la red ferroviaria por todo el territorio. El tren de alta velocidad, será muy cómodo, pero revienta estos planes llevándose toda la inversión.
Quizás es buen momento para reflexionar que la velocidad se está haciendo demasiado presente en nuestras vidas. Vamos deprisa a todos lados, y no nos damos cuenta que ni siquiera tenemos tiempo de sentir o reflexionar. Nos invitan a que funcionemos como autómatas.
¿Os acordáis que en los medios de comunicación del mes de Agosto, sólo se hablaba de Afganistán?
Ahora, ni media palabra sobre la brutalidad talibán, nada se ha vuelto a saber de cuánto sufre el pueblo afgano, especialmente sus mujeres.
Ahora todo es volcán de La Palma. Mañana, surgirá otra nueva noticia y dejaremos de prestar atención a los damnificados canarios.
Vivimos tan deprisa, consumimos todo a tal velocidad de vértigo que, al final, estos ritmos de vida nos pasan facturas: el estrés, la ansiedad y las depresiones.
El doctor Augusto Cury es un psiquiatra brasileño que lleva 25 años de carrera y tras atender más de 20.000 citas, ha descubierto lo que él mismo ha bautizado como síndrome de pensamiento acelerado (SPA) . Se trata de un tipo de ansiedad cuya característica principal es que el exceso de información, de actividad, las preocupaciones y las presiones sociales pueden acelerar la mente con una intensidad nunca antes vista.
Entre los síntomas del síndrome se encuentran la falta de sueño, la dificultad para quedarse dormido, despertarse cansado, tener nudos en la garganta, sufrir trastornos intestinales e incluso el aumento de la presión arterial. Cury considera que es el mal del siglo porque afecta a personas de todas las culturas y edades, entre un 70 y un 80% de los seres humanos presentan manifestaciones del SPA.
Para el doctor Cury, la SPA provoca insatisfacción crónica y para combatirla, «hay que aprender a contemplar lo bello».
Les dejo con unas palabras del novelista, dramaturgo, actor, guionista y director de cine, teatro y televisión, Fernando Fernán Gómez:
“El periodista debe escribir a gran velocidad porque si no corre el riesgo de que, al llegar al último renglón, ya no tenga actualidad el primero”
José Manuel Pachón López