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La Iglesia y la diplomacia vaticana

Y es que la Iglesia es la Iglesia, y no hay nada que hacer. En cuanto tienen ocasión, demuestran que su estado natural es el Nacional-Catolicismo. Se saltan todos los protocolos, incluso los diplomáticos, para demostrar que ellos están por encima de cualquier poder terrenal, puesto que representan la doctrina divina en la tierra.

Hoy, Renzo Fratini, Nuncio del Vaticano en España, la ha vuelto a liar. Y es que supuran integrismo y supremacismo por cualquier lado. Este personajillo, embajador del Papa Francisco, se cree con la facultad de dar lecciones al gobierno de nuestro país, y critica la exhumación de Franco. Claro que se le ve el plumero, para él Franco es su segundo dios y como tal, cree tener la autoridad para injerir en la decisiones del gobierno español. Lo cual dice mucho del individuo. Se trata de un diplomático de pega, puesto que cualquier principiante del oficio sabe que su primera labor es no intervenir en asuntos que conciernen sólo al otro Estado.

Aunque ya no sorprende ver cómo funciona la Iglesia Católica. Y menos cuando se trata de defender a dictadores y a genocidas. La historia –también en el siglo XX– tiene pruebas irrefutables de ese comportamiento.

Lo más grave es que no pasará nada. El gobierno español ya ha dicho que hará una queja por las declaraciones del Nuncio, pero la verdad es que tanto al cardenal Fratini como al Vaticano se las trae al pairo. La diplomacia vaticana pedirá disculpas y hasta la próxima. El Papa ya ha demostrado en numerosas ocasiones que hablar es más fácil que actuar.

Se volverán a reír de nosotros. Inconcebible que en un Estado de Derecho aconfesional ocurran estas cuestiones sin que se tomen acciones que haga saber a quien las provoca, que la infamia tiene un coste.

La solución es fácil y el gobierno lo sabe, pero no se atreve. Al Vaticano le importa un pito una queja, está acostumbrado a pedir perdón con la boca pequeña y a seguir haciendo lo que le viene en ganas, en aras de ese absoluto poder que creen representar.

Lo que hay que hacer es atajar la cuestión contestando con lo que más les duele. ¿Y qué es lo que más le duele a esta institución? El dinero. Señores del gobierno, hagan la queja que quieran, pero que venga acompañada de una serie de acciones que, de una vez por todas, nos igualen con otros países católicos, como Italia y Francia, por ejemplo. Que paguen impuestos, de una vez. Y que de una vez por todas se quiebren los privilegios que tiene la Iglesia, que se rompa el Concordato y los acuerdos con la Santa Sede, que ya está bien de chupar del bote. Hoy, todavía, entre picos, palas y azadones, según Europa Laica, a la Iglesia la estamos regalando 11.000 millones de euros al año.

Sí de verdad queremos seguir el camino de la laicidad, debemos empezar a desmontar todos los privilegios de este chiringuito –éste sí que es un chiringuito de los ‘buenos’– que nos está chupando la sangre y que hace bueno ese refrán castellano que dice: “encima de puta, pongo la cama” .

Salud y República

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