Honestidad es la virtud que consiste en decir la verdad, ser decente, razonable y justo. Es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo como se piensa y se siente (coherencia). Honestidad y coherencia no son meros conceptos, sino que están intrincados entre si y determinan la calidad de vida de las personas. Muy comúnmente nos sentimos perdidos al llegar a ciertos puntos clave de nuestra vida, como si no supiéramos quiénes somos, cuáles son nuestros objetivos, por qué actuamos de una u otra forma. Esa sensación de no tener control sobre nosotros mismos está relacionada con la falta de conexión que existe entre nuestros deseos profundos, y lo que realmente hacemos. ¿Por qué escogemos estudiar una carrera universitaria que no representa nuestra verdadera vocación?, ¿por qué tenemos hijos antes de conseguir la estabilidad económica y emocional necesaria para llevar adelante una familia? No actuar con coherencia a la hora de tomar decisiones puede afectarnos gravemente para el resto de nuestras vidas. No se trata de una mera equivocación, sino de la consecuencia de una fuerte influencia que nos condiciona desde que nacemos, transmitida por nuestros mayores y medios de comunicación: el mundo nos dice cómo debemos ser, qué debemos hacer, qué debe gustarnos y, en muchos casos, acabamos por creerlo. Si con demasiada frecuencia nos proponemos hacer una cosa y hacemos la contraria, es fácil que estén fallando las pautas que conducen nuestra vida. No hay mayor sufrimiento que saber que uno no es fiel a lo que siente y piensa.
La incongruencia está presente en nuestra vida diaria. Nuestros políticos (siento meterme siempre con ellos, pero me lo pide el cuerpo…., quiero ser honesto y coherente) ya se encargan de recordárnoslo a cada momento. Estos días se habla mucho del chalet de Irene Montero y Pablo Iglesias, que desde aquí digo que tienen todo el derecho a vivir donde deseen y adquirir la casa que quieran fruto del esfuerzo de su trabajo recurriendo, como muchos hemos hecho, a las facilidades que supone suscribir un préstamo hipotecario en las mejores condiciones posibles. Lo que ocurre que, cuando tu discurso se ha basado en el ataque despiadado al capitalismo más recalcitrante, al ibex-35, a la sociedad más consumista, a pedir más vivienda pública y alquileres asequibles mientras se accede a una vivienda de 600.000€, en una zona nada asequible para rentas menores, no parece muy coherente. Como el Sr. Iglesias, conozco Vallecas. Me crié ahí junto con 3 hermanos, en un piso de apenas 50 m2, y hemos salido adelante todos sin ningún tipo de trauma. No es necesario, para criar a dos hijos, tener un chalet de más de 200 m2, aunque los hijos se lo merezcan…., (los de los demás también). Cuando no eres coherente entre lo que dices y haces, dejas de ser ejemplo y referencia.
Y es que tanto criticar al capitalismo, no han comprendido aún de que va. Va de sueños. La mayoría de la gente quiere tener lo que la mayoría de la gente no puede tener: ese es el sueño. Por eso a todos nos gusta de vez en cuando el capitalismo, porque hasta el más bondadoso se olvida alguna vez de los demás y se deja ir. En el capitalismo no existe el vivir bien, sólo existe el vivir mejor. Me parece respetable conducirse por la vida con eslóganes como ‘Porque yo lo valgo’ o ‘Me lo he ganado’, pero quizá ser de izquierdas tiene más que ver con preguntarse: ¿Quién se queda atrás?. Si realmente te importa que alguien se quede atrás, no puedes contribuir a que se quede aún más atrás; no puedes interpelarle desde dentro de sus propios sueños imposibles.
La falta de honestidad y coherencia ha sido una máxima a lo largo de los pocos años de existencia en Podemos. “Cuando gané mi primer millón de pesetas, dejé de decir que era comunista”, afirmó ese guitarrista fantástico que era Paco de Lucía. Comparen esta actitud con la de un Ramón Espinar que es capaz de decir “somos los hijos de los obreros” sin pudor alguno, porque no tiene ni idea de cuánto lucha la gente por dejar de serlo. Nadie sin nada que ocultar va por ahí diciendo: “Soy clase obrera”. La gente no quiere ser gente; el pueblo no quiere ser pueblo: he ahí la paradoja. La izquierda, a veces, es un desastre porque no entiende que nadie quiere votar al partido de los pobres, por eso hay tanta profesión liberal en el electorado de Podemos —como antes en el de IU—, porque a veces, cuando nos va bien, no pensamos en los demás. Los líderes de Podemos ya están en la vulgaridad del dinero. No era necesario disfrazarse de su ideología y ponerse un frac de pobre; sobre todo si, con tu actitud, confundes a muchos de los cinco millones de votantes que creyeron en ese discurso.
Cuando el pensamiento y la acción no están en sintonía, juegan en equipos distintos, se rompe la harmonía. Hemos aprendido que sin esfuerzo no hay recompensa, que no podemos ser felices todo el tiempo, que decir siempre lo que sentimos puede hacer daño a los demás y ponemos la aprobación de la gente por encima de la nuestra entrando, si darnos cuenta, en una espiral donde nos vamos alejando de nosotros mismos. No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño, sólo toma precauciones. Algunos persiguen la felicidad, otros la crean.
Miguel F. Canser
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