Respeto a las identidades de cada cual: su patria, su pueblo, su barrio…, su equipo, su partido, su sindicato, etc. Pero estamos llegando a situaciones de individualismo competitivo, excluyente y agresivo.
Me contaban de una conversación entre dos señoras, ¿a quién has votado?, “a Isabel Ayuso, es que mi marido trabaja en una fábrica de cervezas y si los bares abren él tiene trabajo”. La otra señora la contestaba, “que buena idea, yo voy a hacer campaña para que nadie pague a sus proveedores, porque mi hija trabaja en una empresa de recobros a morosos y si nadie paga, mi hija tiene su trabajo garantizado”.
¿Dónde está el sentido de lo colectivo? Todos esos que han votado a Ayuso pensando solo y exclusivamente en su interés individual e inmediatista, no se plantean que, si no superamos la pandemia, todos nos quedaremos sin trabajo. Tampoco sobre, qué ha hecho Ayuso con los más de diez mil millones que ha recibido para ayudas a la hostelería, a los taxistas, a los autónomos…, para ayudas por la tormenta Filomena, etc. O sobre por qué no impidió que cerca de 10.000 mayores murieran en las residencias, negándoles la atención en los hospitales. Qué va a pasar cuando la sanidad esté privatizada o cuando los colegios públicos se queden solo para los más pobres (cada vez hay menos inversión en sanidad y en educación pública, y cada vez más desvío de dinero público a la sanidad privada y educación concertadas).
Los mensajes y la campaña mediática del equipo de Ayuso han sido certeros, han calado, despertando los anhelos ancestrales de patria chica (España es Madrid); ensalzando la identidad propia de los madrileños, esa que niegan a los catalanes, vascos,… (vivir a la madrileña); todos a una contra los que nos reprimen (comunismo o libertad); la oposición numantina constante (la culpa es de Sánchez-Iglesias); y la mentira mil veces repetida (residencias, contagios, vacunas, fallecimientos, etc.).
Pero para conseguir que todo esto cale, que genere opinión mayoritaria (expresada en el voto), es necesaria una ingente cohorte de medios escritos, audiovisuales, periodistas a sueldo…, todos atendiendo a un mismo interés: convencer, convertir la mentira en verdad, conseguir que las consignas parezcan verdades absolutas, destruir al contrario, etc.
Y eso es lo que han hecho (me temo que seguirán haciendo) con todo aquel que se atreva a contravenir el ‘establishment’ de los poderosos, al que ose denunciar los desmanes, a quien ponga en cuestión la veracidad sobre si lo que tenemos es o no una ‘democracia plena…’.
Así lo han hecho con Pablo Iglesias, el político de más nivel intelectual, de los más honestos y el que ha demostrado más humildad y sacrificio, de todos los conocidos desde la transición hasta ahora. Todos esos intereses espurios, bien orquestados por el aparato mediático, han conseguido convertir a una buena persona en el enemigo público número uno. ¿Es que en algún momento los discursos o las acciones de P. Iglesias han ido en contra de los más desfavorecidos? ¿Alguien durante toda la democracia ha conseguido recuperar más derechos y ayudas sociales que él? ¿Por qué un ciudadano vota en contra de quien le defiende? ¿Por qué tanto interés en demonizar a Pablo Iglesias? Les daba miedo y le han destruido como político, lo que más deseo es que no sea así como persona.
¿Por qué los periodistas sitúan a Podemos en un extremo y a Vox en el otro? Podemos es un partido democrático que defiende los derechos de todos los ciudadanos en especial de los más desfavorecidos. Vox, ni en sus documentos, ni en su discurso, ni en sus acciones es un partido democrático. ¿Quién y por qué se empeñan en la mentira?
También P. Iglesias ha cometido errores (yo soy el primero que los ha criticado), y el más importante ha sido el no prever que su intento de movilización del voto presumiblemente de izquierdas, también movilizaría el voto de derechas, el del miedo que nos habían sembrado.
Hasta siempre Pablo, la lucha sigue cueste lo que cueste…
JM del Castillo