Hay una indecisión de pesadilla que posee a algunas personas. Un momento de duda y enorme responsabilidad, desconocido para el resto de la población, que les atrapa durante un muy delimitado espacio de tiempo. Se trata de una pregunta recurrente en abril para muchos progenitores: ¿dónde escolarizo a mis hijos? ¿Qué cole elijo?
En otros tiempos, la respuesta era sencilla: «el mejor cole, el de al lado de casa». Los vecinos y las vecinas generaban comunidades de apoyo mutuo, los amigos jugaban en el parque porque vivían cerca, aquella mamá te cuidaba a tu crío el día que tuviste que quedarte hasta tarde en el trabajo. Y, no por último menos importante, podías llevar a los peques andando al cole sin atascos, prisas y carreras por llegar a tiempo a la oficina.
Con la escuelita, hay menos dudas: hay tan pocas plazas, que es misión imposible entrar en la pública. Pero llega el momento de elegir colegio y la Comunidad de Madrid lleva tiempo poniendo las cosas difíciles, al ampliar las preguntas con la Zona Única y la «libre elección»: ¿público, privado o concertado? ¿bilingüe o no? ¿jornada partida o continua? ¿qué proyecto pedagógico tienen?
También se ponen las cosas difíciles cuando las infraestructuras educativas no llegan o son insuficientes. Como veremos en el reportaje, hay más de mil niños y niñas por encima de ratio. Es decir, como no se construyen los coles que hacen falta, hacinan a los peques en los existentes o -incluso- se pasan un curso entero en barracones.
No hay derecho a que un niño asista a clase de religión en un pasillo, porque se fueron recortando espacios. Antes que eso, suelen desaparecer equipamientos tan necesarios como aulas de música o salas de profesores. Las desigualdades se acentúan, sin que las familias sepamos evitarlo.
Vivimos en una sociedad de ricos y pobres, que además se enriquece con las culturas y perspectivas de hijos e hijas de familias migrantes. Tristemente, en no pocas ocasiones, las familias ven la diversidad como un problema, y reducen la hilera de preguntas a una: «¿dónde puedo juntarme solo con blanquitos de clase media como yo?».
De este modo, poco a poco, con nuestras decisiones individuales y con las políticas colectiva y democráticamente votadas, hemos convertido la Comunidad de Madrid en el paraíso de la segregación escolar. Hay peques que crecerán viendo a un «pobre» o a un «moro» por la tele. Y luego nos alarmaremos por el clasismo, el racismo o la polarización. ¿Cómo empatizar con lo que no conoces?
Hay un egoísmo legítimo, entendible: queremos lo mejor para nuestros hijos. La pregunta es, ¿cuando segregamos, es la mejor sociedad la que les estamos dejando?