Educación infantil: asignatura pendiente

Prometo no adentrarme en territorios desconocidos en este futuro donde nos encontramos sobre aquella época en la que hacíamos prospecciones sobre él; pero no puedo dejar pasar por alto las veces en las que, en el derredor de nuestro presente, año arriba, año abajo, se nos inundó acerca de la necesidad imposible obviar de poner nuestros destinos y felicidad en manos de un coach. Semejantes agitadores del buen rollo destrozaban nuestro momento inicial haciendo de nuestras vidas un sinsentido al que habíamos llegado y del que lograríamos salir en virtud de los bálsamos dialécticos que nos tenían preparados, en el fondo, con el fin de convertirnos en más productivos a menor precio y sin rechistar.
Habrá quien piense acerca de por qué abordo de inicio este asunto sin encontrar cercanías con el tema que nos ocupa… o tal vez sí. Y es que comienzo tal argumentario traído al recuerdo en el modelo que este sector nos dejó; a saber, cuando las sesiones comienzan, jamás conocen las circunstancias individuales de cada cual, los pormenores ni la realidad que cada persona asistente atesora. Cuando este modelo alcanza al profesorado en general como presa, que los hay, las propuestas nunca vienen precedidas de la realidad que las circunda ni rodea, dicho lo cual el modelo de resolución es tan plácido como desprovisto de realidad.

Y ahí es donde coincidimos con el asunto que nos trae a estas líneas. Sin duda la educación temprana ha dado testimonio de su validez en la formación inicial de las niñas y niños en la etapa de los cero a tres años.
Los objetivos que proponen los profesionales para este periodo como autonomía personal, valores, desarrollo del lenguaje, educación emocional o iniciación a la convivencia en sociedad son, por supuesto, objetivos de manifiesta y palmaria necesidad para la modificación de las estructuras que, de lejos han marcado la forma de entender la arquitectura social.
Si queremos tener, vivir y construir una sociedad más sólida, entera, justa y desprovista de prejuicios más tarde convertidos en acción contra la diversidad, aquellos objetivos debería ser un derecho que obligara a las administraciones. La realidad nos dice que la bondad que se pone en los deseos para que así sea, y de nuevo cierto buenrollismo haciéndole creer a la ciudadanía que quien lo propone se lo cree, es cosa bien distinta. Porque quien lo propone sabe que no va a ser posible; y no lo va a ser, primero porque no todos y todas van a tener la capacidad de entender este planteamiento… tal vez habría que haber educado antes a los padres desde distintos foros e instituciones. Después, porque quien alcanza a llevar a sus hijos e hijas a las escuelas infantiles lo hace por pura necesidad doméstica y la incapacidad de conciliar vida laboral y familiar. Y dentro de este capítulo no es poca cosa sino, tal vez, la que más angustia genera, la descompensación entre oferta y demanda.

Es posible que estemos cerca del desacierto cuando, quien lo hay sufrido pueda confirmarlo; el modelo de inscripción, las normativas, los baremos, la renta, el modelo de familia, las ratios por aula y otros aspectos a ponderar por las comisiones, convierten esta posibilidad en una carrera de obstáculos y a codazos.

La escolarización de niños y niñas de 0 a 3 años, como es habitual en la Comunidad de Madrid, se ha convertido en una especie de calvario donde los aspectos del buen rollo quedan para el debate una vez conseguida plaza. Poner en manos de empresas, al alimón, la gestión de escuelas infantiles es un verdadero disparate que desdice cualquier análisis educativo y nos enfrenta a una realidad que nada tiene que ver con los propósitos. Todo es mercado y forzar una oferta por debajo de la demanda, obliga a un sobreesfuerzo por parte de las familias para saldar las mensualidades que se especifican en el pliego de condiciones, cuando no resultan inabordables.
No, los buenos propósitos, que lo son, en cuanto a educación infantil relacionados niños de 0 a 3 años, mantienen los mismos postulados que los coach salvavidas que perfilan sus conclusiones en una estampa ideal. La realidad es que la oferta es inferior a la demanda, que no todos los niños y niñas tendrán oportunidad de disfrutar de este periodo tan importante de formación, que muchos de ellos serán instruidos por los abuelos en el mejor de los casos, que la educación para que sea verdadera y universal tiene que ser en igualdad de condiciones de renta y localidad. Lo contrario, es una agresión de sesgo social que pone en tela de juicio cualquier intento de sintonía a través del convencimiento forzado. Todo esto, sin hablar de empadronamientos fraudulentos para que cuadre el baremo, entre otras triquiñuelas a las que los padres se ven forzados para dar cobertura educativa a sus hijos e hijas. Un disparate que, bajo según que centros y periferias el mundo utópico seguirá con educación “divertida” y sin compromiso hasta completar la ESO…ya vendrá después la realidad a poner pies en tierra a las víctimas de los diletantes.

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